Paul Newman y Joanne Woodward, dolor y dicha de dos estrellas
Ella era el talento. Él, el segundo talento. Joanne Woodward renunció al estrellato por sus hijos. Paul Newman se convirtió en una estrella. Se casaron en los años 50 y nunca se separaron (salvo un fugaz periodo), hasta la muerte de él en 2008. Ella aún vive. Tiene 92 años y está ausente del mundo a causa del Alzheimer. El asedio de las crisis (infidelidad, alcoholismo) no socavó la relación entre ambos hasta el punto de hundirla. Contra todo pronóstico, pervivió. Cuando la carrera de ella languidecía, él la rescató haciéndola protagonista de las películas que dirigió. A esas vidas sólidas bajo un suelo inestable le ha dedicado HBO ‘Las últimas estrellas de Hollywood’, un documental en seis capítulos dirigido por Ethan Hawke. Contamos aquí la vida pública e íntima de la pareja siguiendo el relato que hace la serie.
A finales de los años 80, Paul Newman sintió la necesidad de explicarse. Contarse a sí mismo su vida a través de otro, su amigo y guionista Stewart Stern. Le encargó un proyecto de autobiografía y ambos empezaron a grabar una serie de conversaciones en las que Newman habla de su juventud, de su primer matrimonio, de su romance y su vida con Joan Woodward, de sus demonios personales y de la desgarradora pérdida de su hijo Scott. A petición de Newman, Stern entrevistó a amigos cercanos, familiares y colaboradores artísticos como Elia Kazan, Sidney Lumet, Karl Malden, Sidney Pollack, Gore Vidal, Jacqueline Witte, Joanne Woodward y algunos más. Pero en 1991 el actor abandonó el proyecto y posteriormente quemó las grabaciones.
Milagrosamente, Stern había transcrito el contenido de este registro, que permaneció inédito hasta que uno de los hijos de Newman propuso al actor Ethan Hakwe el proyecto de hacer un documental, estrenado el pasado año con el título de Las últimas estrellas de Hollywood. Además de las entrevistas de archivo con Woodward y Newman, Hawke reclutó a los actores Karen Allen, George Clooney, Oscar Isaac, LaTanya Richardson Jackson, Zoe Kazan, Laura Linney, Sam Rockwell y otros para que interpretaran parte de las entrevistas originales transcritas para el documental. Hawke también entrevistó a algunas de las hijas de Newman para obtener información sobre sus padres y a Sally Field y Martin Scorsese, que incidieron en la singularidad de las carreras y de la relación de Woodward y Newman.
Paul Newman y Joan Woodward se conocieron en 1953 en Nueva York. Su juventud exhibía la ambición de convertirse en grandes actores y habían hallado en el teatro el escenario de su adiestramiento, y en las aulas del famoso Actor’s Studio el fundamento teórico de su trabajo: en el hondo pasado de sufrimiento hallarían, les decían sus instructores, los detonantes para hacer brotar el llanto que marcaba la acotación del personaje. Sentados en el auditorio, tal como los muestra el documental, escuchaban, ellos dos, pero también Marlon Brando, Karl Malden, Eva Marie Saint o James Dean, todos principiantes, a los maestros (Elia Kazan, Lee Strasberg). Circulaban sin complejos entre el teatro, el cine o la emergente televisión. Él, en malas películas, como El cáliz de plata, la peor de 1954, según recordó. Ella, ese mismo año, en un episodio de la serie Cuentos del mañana. Él estaba casado, pero durante cuatro años mantuvo ambas relaciones, hasta que el divorcio fue irremediable. “No éramos felices”, le contó su primera esposa, Jacqueline Witte a Stewart Stern en uno de los testimonios que recoge la serie de Hawke.
Entre Newman y Woodward “había química”, explicó la madre de él. Esa química, que Newman traduciría como que “todo parecía posible”, siguió segregándose entre ellos hasta el final de su relación. Ni siquiera sus crisis amenazaron seriamente la unión entre ambos. Él reconoció enseguida el talento de ella, que deslumbró a finales de los 50, ganando un Oscar por Las tres caras de Eva, mientras que él, sí, había llamado la atención, también, como ella, por su belleza, pero como otros actores de su generación, que competían en persecución de papeles mayores.
Durante un tiempo lo compararon con Brando, despectivamente: era, decían, el segundo Brando. En Un día volveré, donde actuaba junto a ella, se vio, justamente por talento, como un tercero después de Woodward y el otro protagonista, Sidney Poitier. Pero jamás se planteó entre ellos una discordia por la proyección pública de sus trabajos, y siguieron actuando juntos periódicamente hasta el final de sus vidas. “Era maravilloso”, recordó Newman en una de las entrevistas que reproduce Hawke. Se les veía encantados, exudando esa química eléctrica que se desprende en los primeros tiempos de una relación profunda, en la que, explicó el actor, ella era la seductora y él el seducido, aunque públicamente, en las revistas, su imagen de “objeto sexual” destellaba en las portadas y las fotos de interior. Una imagen que él rechazaba. “Yo no soy así”, dijo. Era ella el objeto sexual. “Me tentaba, me llevaba a una cabaña que llamaba la cabaña sexual”.
Ya entonces, él arrastraba un pasado familiar tortuoso: distanciado de su padre, dependiente de su madre, que, sin embargo, lo desatendía, desinteresado de su primera esposa, y unido a los tres hijos que tuvo con ella, que le reprochan su abandono por dejar a su madre por una actriz. Las cosas cambiaron a partir de 1961 con El buscavidas, de Robert Rossen, donde interpretó a Eddie Felson, un jugador de billar enfrentado a un veterano. En esta película halló el sentido de lo que significaba actuar para él, que ahondó en Hud, “lo mejor que hizo”, según le dice a Hawke el director Paul Schraeder. Su composición de un tipo desagradable, sin remordimientos, amoral rompió la imagen convencional que dio Newman en la pantalla. La estrella Newman comenzaba a crecer y a brillar, mientras que la estrella Woodward declinaba. La actriz encadenó una mala película tras otra y tomó una decisión crucial: eligió cuidar a sus hijos y postergar el cine. Retrospectivamente lanzó un lamento por esa decisión, según recoge el documental. “Ves cómo te quitan lo que tenía. Si volviera a nacer no tendría hijos. Los actores no son buenos padres”.
Durante la década de los sesenta, Newman agrandó su dimensión pública, secundado por Woodward, implicándose en la política, participando en campañas a favor de los derechos civiles, en contra del racismo y de la guerra de Vietnam o apoyando al candidato a la presidencia de Estados Unidos Eugene McCarthy. Los grandes papeles, los que completaron su dimensión de gran estrella, fueron llegando en sucesión a partir de 1967: La leyenda del indomable, sobre un preso rebelde en una penitenciaría a campo abierto, otra de sus grandes interpretaciones; Dos hombres y un destino, en la que apoyó la contratación de un joven Robert Redford, y El golpe, donde él y Redford exhibieron de nuevo la conexión singular de su primer filme juntos.
En esa época rescató a su mujer escribiendo y dirigiendo para ella su primera película como director, Raquel, Raquel, que le deparó a ella el Globo de Oro y una nominación al Oscar en 1969. Ese mismo año, él fundió aspectos de su vida y de su relación con Woodward en 500 millas, de James Goldestone, que explotaba su reciente pasión por las carreras de coches y plasmaba la conflictiva y angustiosa relación con su hijo Scott. Un año después, Wusa, de Stuart Rosenberg, mostró las consecuencias desastrosas de su alcoholismo. “Desde que lo conocí, sabía que era un borracho”, confesó Woodward a Stern. La dependencia del alcohol se agudizó en los 70. “Estuve fuera de control. En guerra contra todos. Bebía demasiado”, reconoció Newman. Se relacionó con una mujer y finalmente Woodward lo echó de casa. Ella no acababa de remontar en su profesión y le frustraba la escasa repercusión de películas en las que ella creía, como Deseos de verano. “Fue una de mis mejores interpretaciones, pero no tuvo éxito”.
Más adelante insistió en lo que sentía como un declive. “Voy cuesta abajo, porque no hay papeles para mujeres de mi edad, a menos que seas Jane Fonda”. A esa altura, ya reconciliados, confesaron lo que debían hacer para que la relación funcionara. “Renunciar al ego de cada uno y luchar por el nuestro”. Él se volcó en las carreras de coches y ella en el teatro. Pero la latente sombra de la mala relación con el hijo rompió el inestable equilibrio sobre el que se movían. Émulo del padre, en Las últimas estrellas de Hollywood lo vemos saltar de un avión en paracaídas, actuando como secundario en El coloso en llamas, lanzado a toda velocidad en un coche, estrellando un vehículo en una operación circense, como si exhibiera los signos de un final, que se produjo en 1978 a causa de una sobredosis. “Le he pedido que me perdone por mi parte de responsabilidad”, confesó Newman ante el hijo muerto.
Apenas hubo tiempo para el duelo. Pero el impacto le duró años al actor. Cuando rodó entre 1979 y 1980 Ausencia de malicia era difícil estar a su lado. Seguía bebiendo. “No estaba a gusto”, dijo. “Perdió su encanto”, recuerda en el documental el director Arthur Penn. En los primeros ensayos de Veredicto final, en 1982, el director Sidney Lumet se desencantó del actor. “Tu personaje no tiene vida”, le dijo a Newman. De nuevo emergió en esta película su fondo autobiográfico. El abogado que interpretaba era un alcohólico. Espoleado por Lumet, el actor se sobrepuso e infundió verdad a su papel, lo que le deparó una candidatura al Oscar, que no ganó. Solo lo logró cuatro años después por El color del dinero, de Martin Scorsese, retomando el memorable papel de Eddie Felson de El buscavidas, ahora como instructor de un joven (Tom Cruise) que recuerda al mismo personaje desinhibido que Newman creó en el filme de Rossen.
Las carreras volvieron a absorberle. “Conducir y seguir vivo es mi estrategia”, dijo. Poco a poco emergió de su fondo turbio y dejó sus demonios a un lado. Con Woodward fundó el centro Scott Newman para drogadictos y otro para niños enfermos de cáncer, que pagó con el dinero obtenido de una empresa de alimentación que llevaba su nombre y que él mismo publicitaba en televisión, en los periódicos, a pesar de las burlas que recibió por haberse prestado como reclamo publicitario, de una manera que empañaba su prestigio de actor.
Aparentemente, los últimos años de la pareja fueron los más felices, o al menos así los muestra la serie documental. Woodward se volcó en el teatro y fundó su propia compañía, para la que a veces trabajó Newman. Rodó telefilmes comprometidos con problemas sociales y recibió numerosos premios Emmys (hasta 19 en toda su carrera). Se volcaron en sus nietos y en 1990 rodaron su última película juntos, El señor y la señora Bridges. Un año después, él canceló las entrevistas que nutren esta serie y en 1998 quemó las cintas grabadas. El tiempo se les agotaba, aunque entonces no lo sabían. Los señaló fatídicamente en 2007. A ella le diagnosticaron Alzheimer y a él cáncer terminal. Un año después él murió.
Poco antes, plenamente conscientes y dichosos, habían renovado sus votos como pareja. En las palabras que expresaron en la ceremonia, y que recoge el documental, resumieron algunos de los motivos de su perdurable relación: la renuncia a la busca de perfección en el otro, la flexibilidad, el humor, la paciencia, el perdón y el olvido, la búsqueda de lo común por lo bueno y lo bello…
Comentarios
Por Rosa, el 06 enero 2023
Gracias. Gracias .
En estos momentos de publicidad máxima para todo tipo de vidas compartidas que no llegan al final,es muy importante su artículo de P.Newman y su ausente(por enfermedad) mujer. Qué buen ejemplo cambiar el yo por el nosotros.
Gracias
Por Miguel Angel Bañuelos, el 07 enero 2023
Hace tiempo leí que a la pregunta de como podía seguir tantos años con Joanne , Paul Newman contestó que no necesitaba ir a comer hamburguesas por la calle cuando en su casa tenía el mejor solomillo del mundo. No se si es cierto pero la verdad es que son altibajos estuvieron toda la vida juntos
Por Andrés, el 07 enero 2023
Excelente artículo sobre la vida de dos intérpretes que siempre me gustaron.
Por Alejandra López, el 04 febrero 2023
Maravillosa narrativa. He entrado aquí por casualidad y me alegra haber leído el texto. Hermosamente redactado, gracias por esta ventana al pasado del cine de oro. Un abrazo