Neuroarquitectura: ‘la casa ideal’ ha hecho mucho daño
Ana Mombiedro (Toledo, 1987), presenta su libro ‘Neuroarquitectura’ en Barcelona. Un libro estimulante lleno de referencias sensoriales en el que no solo aprendemos a mirar mejor los planos de la «casa de nuestros sueños» o a valorar los espacios que habitamos, sino a reconsiderar nuestra relación con el entorno –y con el planeta– como hogar.
Imaginemos un lugar donde la bibliofilia y la biofilia se encuentren. Por ejemplo, un café literario. Entre sus paredes cubiertas de libros y plantas, en lugar del hilo musical sonarían paisajes sonoros: el rumor del agua o del viento meciendo la hierba. El olor de las flores perfumaría el aire y la luz del sol entraría por una ventana para caer sobre las páginas que leemos. Imaginemos espacios diseñados más allá de su utilidad, para armonizar nuestra mente y nuestro cuerpo con el entorno. Porque precisamente nuestra cultura arquitectónica ha crecido de espaldas a éste, blindándonos de él por esa vieja dualidad que oponía la cultura al mundo natural del que huía, a menudo más cargada de complejos que de razón. Esto denuncia la neuroarquitectura y una de sus principales defensoras en España: Ana Mombiedro (Toledo, 1987), que el próximo 17 de enero presenta su libro ‘Neuroarquitectura’ en Barcelona , en el Colegio de Arquitectos de Cataluña. Un libro estimulante lleno de referencias sensoriales en el que no solo aprendemos a mirar mejor los planos de la «casa de nuestros sueños» o a valorar los espacios que habitamos, sino a reconsiderar nuestra relación con el entorno –y con el planeta– como hogar.
«La clave para entender cómo sentimos el entorno es saber que formamos un todo con la atmósfera que nos rodea», señala la arquitecta Ana Mombiedro en Neuroarquitectura (ediciones KHAF, Grupo Edelvives), libro que es el resultado de un largo trabajo de investigación multidisciplinar en el que una vez más la neurociencia sirve de puente entre la ciencia y las humanidades, la cultura y la natura. Entender que el espacio construido influye en nuestra percepción, en nuestro estado de ánimo y en nuestra salud puede ayudarnos a elegir casa, pero también a transitar hacia urbanidades menos estresantes.
Asombra la cantidad de detalles que se nos escapan al buscar piso, y la cantidad de sentidos a los que somos ajenos (Ana nos habla de hasta 33). «La casa de nuestros sueños ha hecho mucho daño», afirma insistiendo en que quizá nos hemos obsesionado con su imagen o su forma, en vez de preguntarnos a qué huele o a qué suena. Y a base de sueños arquitectónicos e ilusiones urbanísticas hemos erigido una civilización de espaldas al mundo real, amueblada de asfalto y rotondas desconectadas de las fuentes de la vida, donde el individualismo ha primado hasta para competir con el vecino. «¿Por qué no nos comportamos igual en un restaurante atestado de gente que en una catedral al atardecer?». Es una de las preguntas a las que intenta responder este libro combinando ciencia y arte, desentrañando las relaciones intangibles entre el espacio construido y nuestro sistema nervioso.
¿De dónde vino tu interés por la neuroarquitectura?
Durante la carrera veía que no podía responder a las preguntas que nos planteaban en los proyectos desde el conocimiento que obteníamos de las asignaturas tradicionales. Siempre tenía que acudir a la psicología, la antropología o incluso la filosofía. Sí es verdad que muchas veces sentía que las respuestas las iba a encontrar en la neurociencia, pero lo veía como un campo tan complejo que lo evitaba. Y no fue hasta que terminé la carrera con el proyecto final en 2014, trabajando en Estados Unidos, cuando me dije: ¿y por qué no? Y decidí formarme en neurociencia.
¿No tenías referentes en la carrera con enfoque neuroarquitectónico?
Esa palabra ni siquiera estaba en el vocabulario que yo manejaba, al menos en 2014. Llegué a ella después. Lo que pasa es que yo estudié en Finlandia con Juhani Pallasmaa, y él es una persona que se ha dedicado mucho a la teoría, y su visión de la arquitectura tiene mucho que ver con las sensaciones del cuerpo. Pero no solo por cómo es él como persona, sino por cómo es la cultura finesa. Cuando terminé la carrera en Helsinki –hay una parte del libro en la que hablo de cuando escuché nevar en Finlandia– la sociedad finesa tiene esta conexión con el espacio que sobrepasa los límites del lenguaje verbal. Es el lenguaje del cuerpo. Y eso es la arquitectura. Es un tema de perspectiva. Digamos que la neuroarquitectura es una forma de ver las cosas donde el punto de partida es lo neuro, el propio cuerpo.
¿Y qué ventajas o aportaciones crees que puede tener esta perspectiva?
El gran beneficio de esta perspectiva es cambiar el paradigma de la arquitectura. Dejar de verla como la ciencia de la construcción. Separarnos un poco de todo el ámbito más técnico y volver a reconciliarnos con el ámbito humano. Es que yo siempre pienso, no sé si porque vengo de familia de farmacéuticos, que la arquitectura tiene más que ver con el ámbito de la sanidad que de la construcción. En una obsesión por modular y parametrizar el espacio nos olvidamos de la relevancia que tiene la subjetividad en el confort. Somos ecosistemas vivos, en continuo movimiento e interacción con lo que nos rodea.
Y, sin embargo, tenemos una cultura urbanística que no puede dar más la espalda a ese entorno. ¿Debemos descartarla, o cómo se puede transitar a una arquitectura o urbanismo que incluya esta perspectiva?
Creo que hay partes de las ciudades que deberían ser descartadas, y son aquellas en las que los seres humanos no formamos parte activa. O sea, a todo lo que está dirigido por y para la máquina yo no le prestaría tanta atención. Vivimos en una sociedad basada en el consumo y esto creo que va a terminar por las circunstancias del propio planeta. El ser humano no está diseñado para consumir de esta forma, y hay un montón de aspectos en los que vemos que la finalidad de la vida no es consumir recursos sino experimentar, disfrutar de nuestra existencia. Por eso está habiendo un auge del mindfulness, yoga, pilates, retiros espirituales… Hay una decadencia de las religiones, pero sustituida por otras cosas que llenan estas necesidades espirituales que los seres humanos tenemos. Estamos en un momento de impás, porque la tecnología y los medios más industrializados mueven mucho dinero, son el motor de la sociedad en que vivimos, pero ahora vemos que está habiendo un giro de la sociedad. Y lo que yo veo es más un retorno a cómo vivían nuestros abuelos, un pensamiento de: «¿Se me rompe esto?; pues lo arreglo”, ¿no? ¿Por qué comprar otro nuevo?
En ese sentido, ¿qué relación hay entre la neuroarquitectura y la bioconstrucción, que también está preocupada por el aprovechamiento y reutilización de materiales menos disruptivos?
Hay dos claves. La primera y principal es que ponen en el centro a la persona. Al usuario. Cosas como que la persona tenga un papel más activo en estos trabajos de transformación arquitectónica. Que la persona sepa tomar decisiones. Por ejemplo, que sepan leer planos de arquitectura. Seguido de que los usuarios también conozcan el impacto que su vivienda tiene en su día a día. Por ejemplo, los beneficios de recibir la luz del sol por la mañana cuando te levantas, porque ayuda a segregar ciertas hormonas, todo lo relacionado con el ciclo circadiano. Igual que sabes que tienes que llevar una dieta equilibrada, hacer ejercicio, tener relaciones sociales sanas, pues tu hogar tiene que cumplir unos parámetros de habitabilidad sensorial. Esta es una de las grandes aportaciones y beneficios de la perspectiva neuroarquitectónica.
Y la segunda clave es que nos está obligando también a mirar a la arquitectura vernácula, a cómo se construía tradicionalmente. Muchas veces pecamos de un abuso de la super ultra nueva tecnología, y a ver… Espera porque tenemos materiales km 0 y seguro que en la parcela en la que haces tu vivienda hay medios materiales suficientes para hacer el 50 % de lo que vas a construir. Y lo que falte puedes obtenerlo de zonas próximas, no tienes por qué traer mármol del norte de China. Ahí es donde creo que la bioconstrucción y la neuroarquitectura se dan mucho la mano. Entiendo que la casa que habitamos es una extensión de nuestro ser.
Has dicho que la gente apenas sabe leer los planos y que el sesgo inmobiliario nos limita mucho a su interpretación en metros cuadrados. En tu libro hablas de hasta 33 sentidos. Me pregunto si habéis implementado planos que incluyan estas otras dimensiones a las que los usuarios deberíamos prestar atención cuando buscamos piso o queremos construir una casa.
Eso ya lo estamos haciendo. Dirijo un modesto grupo de investigación: el Laboratorio de Representación Fenomenológica, donde lo que hacemos es buscar códigos gráficos para representar lo intangible. Junto a mi compañera de estudio, Alba, entregamos un proyecto básico a nuestros clientes, y les decimos: «Cuando cocines una paella, el olor será de esta manera, y si cocináis fuera, las corrientes lo traerán para aquí o para allá». Hacemos mapeo de olores, de texturas, iluminación, cambio de temperatura de los materiales… Parámetros intangibles. En todas las formaciones que hago (como en la Universidad de La Salle, en Barcelona) trabajamos con este tipo de planos. La experiencia del espacio va más por aquí que de los materiales tangibles.
¿Y cómo se relaciona todo esto con el urbanismo, ahora que tenemos tantos debates de sostenibilidad?
Por un lado, tenemos el tema del Wayfinding desarrollado en el libro, y por otro lado están todas las investigaciones científicas relacionadas con el estrés y la ansiedad de vivir en ciudades. Hay varias investigaciones muy bonitas que estudian las relaciones entre cómo caminamos y la densidad y tamaño de las ciudades. Por otro lado, tenemos la biofilia y cómo vivir completamente inmerso en un contexto urbanizado, sin estímulos naturales, nos afecta. Por ósmosis. Al final, el cuerpo tiene que acompasarse. A muchos nos pasa que llegamos a Madrid o Barcelona, y ya sientes que llegas tarde al metro y tienes que correr. No es algo que vaya con la persona, porque en otro entorno mi comportamiento es totalmente distinto, viene derivado de la interacción con el espacio. Por otro lado, están saliendo muchos estudios sobre los beneficios de vivir en espacios naturales, escuchar el canto de los pájaros, la luz a través de los árboles, el sonido de las hojas cuando caminamos…
Y desde vuestro estudio, ¿cómo podéis medir estas cosas?
Tenemos herramientas de neurotecnología. Las utilizamos en nuestro estudio, Qualia, y estamos desarrollando una metodología para realizar transformaciones en espacios existentes. Es muy incipiente y nos faltan modelos sólidos para pasar de los datos a la acción. Desde el estudio, con base en Palma de Mallorca y Barcelona, ofrecemos formación presencial y online, proyectos de investigación y proyectos de arquitectura. Sobre todo, damos soporte a estudios de arquitectura que externalizan la parte de investigación y desarrollo.
¿Qué ejemplos podrías darnos de arquitectura con perspectiva neuro?
Hay muchos arquitectos que han aplicado los principios de confort sensorial para el ser humano sin tener en cuenta lo que hoy llamamos neuroarquitectura: Gaudí, Luis Barragán, Peter Zumthor, Lina Bo Bardi… Nosotras lo que hacemos es modificar la arquitectura que se ha hecho sin tener en cuenta el confort sensorial, tomar medida de la situación del espacio y reformarlo. Pero históricamente ha habido arquitectos que lo han hecho fantásticamente bien, porque emulaban las sensaciones del bosque. Richard Neutra entrevistaba mucho a sus clientes, hablaba mucho con ellos, tenía en cuenta el paisaje y personalizaba la casa por el modus vivendi de sus clientes.
¿Qué aconsejarías a personas que estén buscando piso, qué parámetros deberían tener en cuenta?
Yo insisto mucho en el sonido. Los ruidos. Fijarse bien por dónde entran, cómo llegan y hasta dónde. Luego el tema de olores procedentes del exterior. Dónde están los cubos de basura, qué pasa cuando llueve, las salidas de humos… La ventilación cruzada, que es algo de lo que la sociedad ha tomado conciencia global con el Covid, es también fundamental.
¿Por encima de la luz?
Es verdad que luz natural es muy importante, por supuesto que está por encima de todo, aunque debemos conocer cómo es nuestra actividad y cuánto tiempo pasamos en casa. Dar prioridad a la luz natural si estamos casi todo el día fuera si luego por la noche hay un ruido que no te deja dormir… Creo que cuando buscas piso necesitas poner el foco en cómo vamos a usar la casa, en qué vamos a hacer y en qué horas del día la habitaremos.
Así visto, parece que no entendemos muy bien lo que significa la casa de nuestros sueños por mucho que la evoquemos.
Más allá de su imagen, debería preocuparnos a qué huele, cómo suena, qué se siente en ella. Y la perspectiva neuro trata precisamente de que nos planteemos todo esto.
¿Qué pasa con el polémico tema del gusto? En la película ‘El manantial’, basada en el libro de la filósofa liberal Ayn Rand, se nos presenta al arquitecto como paradigma del genio creativo, del individualismo que lidera el progreso social, incluso a través del gusto. ¿Crees que hemos vivido en una cultura arquitectónica demasiado condicionada por el ego creativo?
El tema del gusto es tan personal y respetable… Es muy cultural. Uno de los primeros estudios que me topé cuando empecé a investigar todo esto fue el del neurocientífico Semir Zeki, que sigue haciendo enormes esfuerzos por concretar el concepto de neuroestética. Igual que hay sociedades en las que la estética es casi una religión, como en el norte de Europa, o en Italia, en otras no lo es tanto. Es cultural y subjetivo, totalmente defendible. Lo que sí que pienso es que la obra arquitectónica no debería definir al arquitecto o a la arquitecta. No tiene que hablar por ellos. No es una escultura. Siempre digo que la diferencia entre una escultura y una obra de arquitectura es que la obra de arquitectura tiene que ser habitable. Y que es la persona que la habite, le guste el estilo kitsch, el rock o el heavy metal, la que tiene que poder expresarse. Que el sentido de pertenencia suceda. No puede ser que prevalezca la identidad del arquitecto, arquitecta o diseñador/a de interiores.
Quizá la diferencia esté en aquellas obras arquitectónicas que no son viviendas, como estaciones, aeropuertos o teatros.
Claro, pero ahí ya hablamos de infraestructuras, lugares de paso. Pero sí que hay obras públicas, como hospitales, colegios, guarderías o puestos de trabajo y oficinas donde pasamos tantas horas que son como una casa. Eso también lo aprendí en Helsinki, donde hacíamos diseños de espacios educativos donde los niños pasan tanto tiempo que son como un segundo hogar. Y ahí tienes que dejar que el usuario deje una impronta de su identidad, que lo haga suyo, como extensión de su cuerpo. Esos lugares sí son susceptibles de aplicar neuroarquitectura.
Hablas de volver la mirada a la arquitectura vernácula. En este contexto de transición ecológica también tendemos a fijarnos en otras culturas, como la finlandesa, para transformar positivamente nuestra realidad.
Cuando volví de Finlandia, al principio me pedían que aplicara en nuestras escuelas lo que había aprendido allí, pero no puedes aplicar un modelo de escuelas que tiene sentido y funciona en la cultura finlandesa, donde viven cinco millones de personas en todo el país. Tenemos que entender nuestra cultura con nuestra historia y con cómo nos relacionamos. Somos una sociedad diferente. En Finlandia, por ejemplo, cuando haces un edificio público hay que diseñar los espacios de socialización. Hay que ver en qué puntos del edificio las personas se van a parar a hablar. Y muchas veces ni se paran. ¿En España? ¡En España eso no pasa porque aquí hablamos por las esquinas! ¿También vamos a tener que diseñar espacios de socialización? No, aquí la socialización sucede sola… Entonces son arquitecturas distintas, porque están relacionadas con la cultura que habitan.
Mi perspectiva es que hay que consultar más a los usuarios. No querría que esto cayera tampoco en la co-creación o en procesos participativos masivos, porque no podemos poner a la población en un papel que no le toca. La responsabilidad es de los que deciden el diseño. Pero tiene que haber algún tipo de consulta. Hacer más encuestas. Ya ayudaremos nosotros a pasar eso a necesidades constructivas. Creo que el urbanismo debería entenderse así. Pero para eso hay que entender cómo funciona el cuerpo y el sistema nervioso, que es en definitiva lo que trata la neuroarquitectura.
Ana Mombiedro presenta ‘Neuroarquitectura’ el martes 17 de enero en Librería la Capell (COAC. Col·legi d´Arquitectes de Catalunya), Barcelona. A las 18.30 h.
Comentarios
Por Manuel Vilar Herrero, el 11 enero 2023
En mi pueblo, en el interior de Castellón, tenemos un 60% de casas vacías. Estupendas casas unifamiliares, muchas de ellas con varios siglos de historia. Es una situación generalizada en todo el Estado, y somos muchos los que exigimos medidas políticas para revertir esta situación (hay soluciones y se están aplicando, aunque sea tímidamente). En cambio se recalifican terrenos para construir en la periferia, lo que incide en la mayor degradación urbanística, estètica y patrimonial. Afortunadamente pasó el tiempo enloquecido de las urbanizaciones a toda costa (en mi término municipal se proyectaron seis de ellas, una con un campo de golf que destruía las mejores zonas de cultivo), pero seguimos leyendo artículos de arquitectos que reclaman más urbanizaciones y más urbanismo salvaje, sea con el argumento de la bioconstrucción o de la neuroarquitectura. Irresponsables que esconden su falta de ética profesional bajo una pátina de florituras hippies. Visto lo visto, lo primero que habría que hacer es reformular los estudios de arquitectura para que respondieran ante la sociedad y abandonaran los modelos neoliberales.