Una mirada al espíritu rebelde y animista del pueblo Dogón
Nos acercamos a la cosmogonía del pueblo Dogón entrevistando al burkinés Hyacinthe Ouattara, que trabaja el arte textil. Una buena ocasión para dar a conocer el espíritu rebelde y animista de un pueblo que habita desde hace siglos en territorio maliense, irreductible a invasiones y conversiones.
Los ‘hombrecitos nariz de flecha’ distinguen la artesanía dogón, ese pueblo originario de la región fronteriza entre Mali y Burkina Faso que le da nombre a un país rebelde. Según se cuenta, asentado a lo largo de la gran falla de Bandiagara, en la región africana de Mopti, el país Dogón siempre permaneció al margen de las invasiones y conversiones. Al parecer, primero fueron ellos quienes desplazaron a las comunidades de pigmeos hacia el sur y luego renegaron del Islam, e incluso fueron los últimos habitantes de Mali en asumir la tutela de los colonizadores franceses en su territorio.
Animistas irreductibles, los dogón creen en divinidades que contienen en sí a ambos sexos o a dos materias (el agua y la palabra, por ejemplo) y se aferran a una cosmogonía que ha inspirado a etnólogos y artistas. Este es el caso del escultor burkinés Hyacinthe Ouattara (nacido en 1981), que expone actualmente una serie reciente llamada Esprit Dogon (espíritu dogón) en la Agence Trames, de Dakar, Senegal, hasta finales de mes, en el marco del Festival Partcours.
La búsqueda de Ouattara se da en el territorio conceptual, y también en el de los materiales, ya que desde hace más de diez años trabaja escultóricamente el textil, con libertad, y, en este caso, homenajeando el colorido de los rituales dogón. “En toda África occidental, y en especial, lo que fue el antiguo Sudán (y esto incluye Burkina Faso) hay huellas del pueblo dogón”, explica, en diálogo telefónico desde París, donde reside desde hace muchos años.
“Sus creencias animistas les otorgan una fuerza que expresan en múltiples facetas, las que pueden ser evocadas a través del arte”, sostiene el artista. Los hombres y mujeres dogón, como lo reconocen los antropólogos que se detuvieron a conocerlos (el más reputado es el francés Marcel Griaule), demostraron tener una comprensión científica y astronómica avanzada. Otra seña de identidad característica de esta etnia es su arquitectura antropomorfa, recostada sobre acantilados extensísimos (una falla de unos 150 kilómetros que forman los desniveles entre dos sabanas, que pueden llegar hasta los 300 metros de altura), y que parece remitir a la anatomía de los antepasados más sabios. De ahí que “su genio creador” fuese lo que más interesó a Ouattara a la hora de ponerse a trabajar sobre lo sagrado del saber y también de su contracara, el misterio, así como en la necesidad de dotar al mundo actual de una espiritualidad renovada.
“En la pirámide humana, donde todos somos descendientes de animistas, cada uno aporta su cuota de humanismo”, advierte el artista, que retuerce telas para construir, justamente, pirámides, como las que jalonan ese vasto territorio que va del Sahel occidental hasta Egipto. A través de sus esculturas textiles, Ouattara pretende “contar evocaciones y sensaciones”, que son, a la vez, un intento por “rescatar lo sagrado que nos llega de las prácticas de los ancestros”.
El comisario de la muestra, Riad Fakhri, escribe: “El país Dogón, en retirada de la modernidad, ha conservado el espacio en el que se despliega lo sagrado. Un mundo oculto, reservado a los iniciados elegidos por los sabios; un mundo que, obviamente, se les escapa a los extranjeros. Pero la llamada es irresistible y Hyacinthe Ouattara apuesta a que estará al lado de los maestros venerados”. Fakhri sugiere que “el mayor viaje comienza con la observación, que es un empeño de comprensión” y que en este periplo habita “la experiencia poética del artista, así como la invitación al espectador”.
En efecto, para el escultor burkinés, a quien representa la 193 Gallery de París y que en estos días prepara las obras con las que participará en la feria 1-54 de Marrakech (del 9 al 12 de febrero próximos), este trabajo consiste en abrir una puerta a la curiosidad del visitante, algo que el arte contemporáneo puede lograr, transmitiendo “la manera” en que los artistas “atraviesan la propia existencia en el mundo actual”. “Decir cómo vemos el mundo”, en este caso, a través de volúmenes en diferentes materiales flexibles, que permiten torsiones y nudos, porque “el material es un vector para contar lo humano” y nada está más ligado a lo humano que lo textil, según su criterio. “La tela tiene una identidad plural; es la segunda piel de los hombres, es lo que nos cubre y también nos tapa, nos esconde”, asegura quien se propone “cuestionar esa ambivalencia”.
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