Mi vida gay en Emiratos Árabes Unidos, un Estado homófobo
El 3 de agosto de 2020 aterrizaba en Abu Dabi Juan Carlos I, rey emérito de España. Exactamente un año antes, aterrizaba Fernando López Rodríguez en la misma ciudad. Mientras que el ex monarca español había viajado tan lejos para evitar seguir dañando el prestigio de la Monarquía, el bailarín, coreógrafo e investigador llegaba al rico país con la intención de acompañar a su pareja, que debía mudarse a la capital de los Emiratos Árabes Unidos por razones laborales. Ahora lo cuenta en ‘Esto jamás podré contarlo’ (Egales), un libro que recoge su experiencia como homosexual en Emiratos Árabes Unidos y aborda cómo se las ingenia la población del golfo Pérsico para hacer frente a una arraigada LGTBfobia de Estado.
“Como yo carecía de visado de trabajo y no podía ser acreditado como cónyuge de mi marido, fue necesario llevar a cabo una pirueta administrativa para que yo pudiera entrar y salir del país con normalidad. A ese primer subterfugio se le fueron sumando otras verdades a medias que yo mismo iba modificando según el contexto en el que me encontraba”.
¿De qué forma decidiste modificar tu currículum al aterrizar en los Emiratos Árabes Unidos?
Me dedico a la creación artística contemporánea y a la investigación sobre temas de género y sexualidad. Aunque no hay ninguna prohibición explícita que te marque que este tipo de temas no pueden ser tratados en instituciones culturales y universitarias de Emiratos, lo cierto es que, tras haber enviado diferentes propuestas para actuar o dar clase allí, me di cuenta de que era improbable que un currículum como el mío pudiese entrar. Poco a poco fui descubriendo que todas ellas eran cuestiones tabú en la vida cotidiana y que, como ellos dicen, no forman parte de sus estándares culturales, que es la forma educada que tienen de decir que allí no se permite hablar de dichas cuestiones. La modificación de mi currículum tuvo que ver con eliminar toda la investigación sobre sexualidad y temas LGTBI que hice para mi tesis doctoral, aquella en cuyos títulos aparecieran de forma explícita las palabras género o travestismo… Lo mismo sucedió con mis obras artísticas. Decidí presentarme única y exclusivamente como bailaor de flamenco tradicional, porque el resto de mis obras tenían algún tipo de matiz que impedía que pudieran ser presentadas. Otro de los detalles que modifiqué fue el hecho de proponer siempre una cuenta de email que no estaba vinculada ni a mis redes ni a mi página web, ya que en ella aparecían todas mis obras, talleres, charlas y fotografías.
“La disimulación, el ocultamiento y el disfraz se convirtieron en estrategias de adaptación a un contexto en el que, una vez más, no podía ser quien yo realmente era”. ¿Alguna vez te encontraste en una situación comprometida?
Nunca estuve en una situación de peligro mayor, o en una en la que me sintiera amenazado, pero sí que viví muchas situaciones complicadas, especialmente en actos públicos. Me sentía obligado a medir muy bien ante qué tipo de persona estaba, si era alguien emiratí o no, si era alguien que vivía en Emiratos pero procedía de algún otro país en el que estas cuestiones tampoco son aceptadas, o si era una persona vinculada de algún modo a una institución o a un poder público. Debía modular de alguna forma mi relato, que era relativamente coherente, porque contaba que colaboraba con instituciones universitarias y artísticas, cosa que era medio verdad, aunque también estaba de alguna manera falseado. Lo de que había llegado al país de manera independiente, para trabajar sobre cuestiones relacionadas con las danzas tradicionales emiratíes, era simplemente una coartada sobre mi verdadera razón de estar allí, que era que estaba acompañando a mi pareja, al que obviamente tampoco podía presentar nunca como mi pareja.
La verdad es un privilegio heterosexual en los Emiratos Árabes Unidos. ¿Cuál es hoy allí la situación social y política en términos de derechos LGTBI?
No hay derechos para las personas LGTBI. Si se puede vivir allí es por el hecho de que se hace que todas estas cuestiones pasen desapercibidas. En el mejor de los casos, se hace la vista gorda sobre ellas. Las personas LGTBI de Emiratos viven situaciones muy distintas en función de factores como si son emiratíes o no, su estatus económico, su situación laboral, etc… Algunos de nuestros amigos han sido obligados a casarse con mujeres y tienen dobles o triples vidas. Otras personas han conseguido que sus familias dejen que no se casen, y ese es el mayor grado de libertad al que pueden aspirar, pero toda su vida pasa también oculta.
Esas personas viven de manera independiente y no viven en la casa familiar, pero no pueden presentar a sus parejas en el caso de tenerlas. Para esas personas que viven en Emiratos pero que no son emiratíes sucede un poco lo mismo. La situación también es distinta si se vive en una gran ciudad como Dubai, que permite cierto grado de anonimato, o si se vive en ciudades mucho más pequeñas, donde la situación es más compleja. Hay parejas que viven en un mismo apartamento y que tienen que llevar ese tipo de moderación en el espacio público. Todo esto genera situaciones de gran gravedad como la de uno de nuestros amigos, que fue violado y perseguido por su ex pareja. Obviamente, no pudo denunciar porque eso habría supuesto reconocer que era homosexual y, por otro lado, esa persona que estaba acosándole sexualmente era también emiratí.
Son una serie de cosas en las que no pensamos a priori, porque vemos que alguien puede llegar a vivir con su pareja en Emiratos e ir sobreviviendo, pero que son mucho más complejas en el detalle, precisamente por esa falta de amparo total a nivel legislativo.
Respecto a la falta de visibilización y reivindicación de la comunidad en Emiratos, ¿qué crees que pesa más: el miedo a las represalias o el temor a la pérdida de una vida acomodada y privilegiada?
Entiendo que, obviamente, existe un miedo subyacente que sigue funcionando. Como se suele decir, el miedo guarda la viña. La cuestión de la pérdida de los privilegios me parece mucho más superflua que el miedo real a que exista algún tipo de represalia violenta o a una exclusión por parte de la familia, lo que puede resultar especialmente doloroso para aquellos que se encuentran muy vinculados a sus familiares. El miedo a una represión policial es mucho más fuerte e inmediato. Aunque no se ejerza de manera sistemática, esto es algo que siempre planea por el imaginario de estas personas. La ley sigue previendo una pena de muerte que, aunque no se aplica, está ahí y puede dar lugar a represalias menores pero igualmente graves.
¿Ese carnaval de identidades te ha permitido entender hasta qué punto tú tampoco eres completamente transparente en tu vida cotidiana en España?
Sí, por supuesto. Soy una persona a la que le cuesta muchísimo mentir, y que tiene un deseo absoluto de conocer la verdad hasta sus últimas consecuencias, algo que tiene mucho que ver con mi formación en Filosofía. Me ha hecho entender hasta qué punto jugamos desde el autoengaño permanente, y tampoco hay que irse a casos muy extremos de mentiras. La forma que tenemos en general de exagerar nuestras cualidades y de disminuir nuestros errores y carencias forma parte de una manera sutil de autoengaño. Me hizo entender muy bien que, en términos de sexualidad, en la vida cotidiana no estamos comprometidos con la verdad hasta sus últimas consecuencias, sobre todo cuando hablamos de formas de vida no monógamas o con sexualidades diversas.
Recuerdas en el libro que, para aquellos que tenéis el privilegio de poder abandonar libremente esos países y contextos, el hecho de “desvelar información que pone radicalmente en peligro la vida de otros” ha de ser considerado con mucha cautela…
No conozco a muchas personas que lo estén haciendo porque, además, el ámbito de la investigación universitaria y artístico que están comprometidos socialmente con cuestiones de derechos humanos no suelen suponer grandes fuentes de ingresos. Tengo que dejar muy claro que, para mí, la escritura y publicación de este libro es más marrón que gallina de los huevos de oro. Para empezar, me compromete mucho con un tema que he vivido y estudiado, pero donde tengo que ponerme muy al día y ser muy sutil con lo que digo para que mi palabra sea la palabra de esas personas que han vivido allí, y para no inventar cosas que no se corresponden con la realidad. Por otro lado, uno sabe muy bien los escasos o nulos réditos que se obtienen publicando ensayo o literatura LGTB en este país.
Nombraba en el libro esa situación en relación con un artículo de prensa, publicado por un periodista israelí, en el que, además de escribir con un tono despectivo y cierta superioridad moral, daba muchos nombres de locales y de formas de ligue, desvelando los entresijos de la vida LGTBI en Emiratos de una manera que ponía en peligro a las personas que viven allí. De hecho, aquello hizo que se cerrara temporalmente uno de los bares gais de Dubai. Cuando uno escribe sobre estas realidades, y creo que es muy necesario que ocurra, debe hacerlo desde la empatía total y teniendo como primer principio básico la ética, para que no se comprometa una vez más la vida de las personas que siguen viviendo en el país.
El mapa de Emiratos Árabes Unidos apareció en programas españoles de tertulia política después de que el rey emérito se instalara en él. ¿Solías comentar que le habías encontrado en Grindr?
Esto es una broma que hice un par de veces, porque la gente me empezó a preguntar de forma muy insistente desde el momento en el que se confirma que el emérito está allí. Realmente, aunque en España esto se convirtió en un gran tema, en Emiratos la vida no cambió en absoluto, ni tampoco hubo ninguna referencia en prensa. Afortunadamente, nunca estuve en contacto con las personas que pertenecían a su círculo cercano.
¿Qué opinas de la falta de compromiso con los derechos humanos de la FIFA, que adjudicó la celebración del Mundial de Fútbol de 2018 a Rusia, y la del 2022 a la Federación de Catar, países que castigan a las personas homosexuales?
Siempre se han dado este tipo de cuestionamientos, pero también he visto que, en ninguna ocasión, eso ha impedido que esta clase de grandes eventos deportivos se celebren. No me sorprende en absoluto, y más cuando viene de un evento deportivo ligado al fútbol masculino que, lamentablemente, nunca ha sido un aliado en la lucha contra el machismo o la homofobia. Ojalá en algún momento este ámbito empiece a abrir puertas y ventanas para que, más que un reducto de preservación de la masculinidad hegemónica más tóxica, llegue a ser un lugar de visibilización de la diversidad.
La homofobia existente en el mundo del fútbol contrasta con el involuntario feminismo de Lola Flores, a la que homenajeas en un libro colectivo que lleva por título ‘Flores para Lola’ (Dos Bigotes/Egales). ¿Entiendes su estatus de icono queer?
Creo que, ni en su discurso ni en su vida, Lola fue una defensora explícita de los valores feministas. Sin embargo, de manera consciente o inconsciente, sí que los encarnó desde una libertad artística y vital que era muy avanzada para el tiempo que le tocó vivir. La entiendo más como un ejemplo icónico de lo que supone vivir libremente que como una activista, aunque, con sus actos y su vida, acabara convirtiéndose en un ejemplo a seguir para otras personas. Creo que el caso de Lola Flores es el de una diva folclórica que ha sido muy venerada, precisamente, por su empoderamiento y por la libertad sexual con la que vivió. Esa libertad asumida, que nunca ocultó y que siempre manifestó en entrevistas, era casi visible a nivel de sus puestas en escena, que respetaban los códigos de la canción española y el flamenco, pero los llevaban hasta un nivel extremo de expresividad y compromiso emocional.
Mi capítulo en el libro Flores para Lola, titulado Permiso para vibrar, es un capítulo bastante técnico, porque me pidieron que analizara su baile y su forma de estar corporalmente en escena. Creo que el valor de Lola Flores reside en que reventó los códigos desde dentro. Ella no es una artista que proponga un código artístico radicalmente distinto al de otras folclóricas o cupletistas de la época. Sin embargo, la intensidad emocional y energética desde la que los ejecutaba era tan fuerte que, sin que ella misma quisiera romper con esos códigos, los acababa transformando, por la propia vibración que tenía su cuerpo al ejecutarlos. Toda esa intensidad emocional y toda la hiperpresencia del cuerpo de Lola embaucaron a tantísimos espectadores.
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