El festival agrorural de Cans lleva su cine al corazón de Europa
¡Vino Cans a Bruselas! Con sus maletas pequeñas. Y con su perro amarillo a vueltas… La aldea pontevedresa, que desde hace 20 años celebra su ‘enxebre’ Festival de Cine, recorrió la semana pasada las calles mojadas y los bulevares que rodean la Grand Place para meterse con sus hórreos y sus montes en unas viejas galerías comerciales, hasta el fondo de una pequeña sala del Cinema Aventure.
Y en la intimidad de ese rincón concurrido de emigrantes gallegos, el director y artífice del festival, Alfonso Pato, contó su historia y la de los vecinos que lo acompañaron en esta gran aventura rural y cinematográfica: «El festival empezó como una broma», explicaba con cierto vértigo desde la altura que alcanzó en estas dos décadas. «Y cuando nos dimos cuenta éramos tema de estudio en investigaciones sobre desarrollo territorial».
Para quienes habíamos disfrutado en persona del festival, escuchar a Pato fue como asomarse a los bastidores que hacen posible la ilusión del teatro y ver los esfuerzos y desvelos que hay detrás: los trámites, la logística, las medidas de seguridad y de accesibilidad, teniendo en cuenta lo agreste del terreno… «La verdad es que aprendemos mucho, de todo menos de cine», bromeaba.
Todo para que por dentro la experiencia de Cans sea auténtica. Porque lo es: divierte y estimula culturalmente, en un marco natural insólito para una industria tan urbanita como el cine. A ras de tierra y de ambiente popular. En la aldea los espacios comunitarios recuperan esa horizontalidad ancestral que extingue la brecha generacional al compartir bancos corridos o unos vinos entre las pacas de paja al anochecer, a la espera del siguiente pase cinematográfico en el corral del vecino, en el bajo de Moncho o en la de Chelo. Esa intimidad o pequeñez propia del cortometraje es una baza simbólica que Cans jugó con honestidad desde el principio, con proyecciones y conciertos en hórreos o gallineros, reinterpretando el patrimonio y dándole nuevo vigor al confrontar la quietud rural con realidades urbanas, transgresoras o experimentales. Y sorprende ver a estrellas de cine subidas a un chimpín (tractor) por entre los campos a modo de alfombra roja, y a cineastas como José Luis Cuerda o historiadores como Ian Gibson entre caminos donde las celebrities son los propios vecinos, fotografiados en enormes carteles que lucen en la fachada de sus casas mientras disfrutan como niños del ambiente que vuelve a la aldea.
Los asistentes al evento de la semana pasada, en gran parte miembros de la asociación Couto Mixto de Bruxelas, organizadora del mismo, escucharon en silencio a Pato, y al apagarse las luces se dejaron arrastrar al otro lado de la pantalla por las mareas de su Galicia natal. Y por su verdor… Tras el documental 18 Cans, maioría de idade, de la realizadora Isaura Docampo, se proyectaron dos cortos, los galardonados ‘Rompente’, de Eloy Domínguez Serén, y ‘Tatuado nos ollos levamos o pouso’, de Diana Toucedo (directora también de ‘Camille & Ulysse’, sobre la simbiosis del mundo natural según Donna Haraway). Ambos son retratos de la realidad social de la costa gallega, bien impregnados de aroma y de luz. El primero, sobre un joven percebeiro furtivo, y el segundo, sobre las mariscadoras de Redondela. Su inmersión en en ecosistema marino (y marinero) es tal que algunos salimos del cine más calados de océano que por la lluvia de Bruselas. Y hasta con cierto orgullo al recordar lo que es un buen mejillón…
El año pasado la asociación Couto Mixto presentó en el Instituto Cervantes el Premio Nacional de Narrativa Virtudes (e misterios) del escritor Xesús Fraga, y ya prepara nuevos eventos, como la presentación de O libro negro da lingua galega, de Carlos Callón, este viernes, 10 de febrero.
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