Asómate a los desnudos íntimos (e incómodos) de Lucian Freud
Una de las grandes exposiciones del año en Madrid. ‘Lucian Freud. Nuevas perspectivas’. En el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Medio centenar de obras de uno de los pintores europeos más significativos del siglo XX. Un extraordinario despliegue que llega desde la National Gallery de Londres, que el año pasado celebró así el centenario del nacimiento de Freud (1922/2011), y que requiere, como subrayó ayer Paloma Alarcó, co-comisaria de la muestra, “una mirada lenta”. ¿Por qué? Para no quedarse sólo en lo perturbador de esos desnudos –incómodos, a menudo–. Muestran la vulnerabilidad del ser humano, la imperfección, las ‘cicatrices’ que el paso del tiempo provoca en la carne y en las miradas. Desde hoy hasta el 18 de junio. Hemos seleccionado nueve obras clave para entrar en este mundo ‘freudiano’.
“Creemos que ha llegado ya el momento de alejarse de la atormentada biografía de Lucian Freud, y centrarnos en la esencia de su pintura, verle ya como un clásico del siglo XX. Y eso requiere una mirada lenta”, explicó ayer Paloma Alarcó, jefa de conservación de Pintura Moderna del Thyssen y comisaria de la exposición junto a Daniel F. Herrmann, curator de Proyectos Contemporáneos de la National Gallery de Londres. “Lucian Freud”, siguió, “dedicaba mucho tiempo a sus retratos, en larguísimas sesiones con sus modelos. Era un artista de mirada lenta. Así que yo invito al público a que se acerque a su pintura de la misma manera, con una mirada lenta, detallada; a que, en este mundo de tantos estímulos y prisas, volvamos a esa tranquilidad”.
Y tiene razón. Son lienzos que piden una mirada atenta, reposada, a las manos enormes de los hombres que retrata, las nalgas deformes, las rodillas rojizas, a esa carne que no es del color carne sino que es azul, porque se transparenta el azul de las venas, y es carne triste, como son tristes las miradas, porque dejan transparentar la fragilidad humana y el paso del tiempo. Y ahí da igual que retrate el poder, a través de millonarios y banqueros, o retrate a un famoso performer queer de la escena underground londinense. Y uno se fija en vientres hinchados, en el sexo de hombres y mujeres, en pieles maltratadas, bocas obscenas, pies obscenos, ojos enormes y enormemente tristes. Y la mayoría de las veces no se ve deseo en esos cuerpos desnudos, sino, como recalcó ayer Guillermo Solana, director artístico del Thyssen, otras perspectivas –el título de la exposición–, la ternura por ejemplo, y, por ejemplo, la complicidad. Tan difícil de pintar, reconocía el artista, esos vínculos entre humanos, porque es difícil de conseguir en la vida. Y por eso, también por eso, pintaba, tanto y tan bien, perros, porque, reconocía el artista, le resultaba más sencillo encontrar y plasmar esa empatía entre perros y humanos. Además de que perro y humano le permitían el ejercicio pictórico de reflejar el pelo animal frente a las maltratadas pieles y carnes humanas.
Para entender todo esto, hemos seleccionado nueve pinturas que El Asombrario considera claves en esta exposición.
La empatía perro/humano
Hay seis extraordinarios lienzos de personas y perros en la muestra del Thyssen. Estos dos recogen perfectamente esa empatía entre los protagonistas, esa conexión de almas, que tanto buscaba el pintor. Hay una sustanciosa anécdota al respecto, que ayer contó Paloma Alarcó. Preguntado Freud por su opinión sobre los escritos de su abuelo, Sigmund Freud, respondió que no había leído nada de lo que escribió sobre psicoanálisis, pero que, sin embargo, sí le había interesado mucho todo lo que había dejado en torno al comportamiento de los animales.
La difícil conexión entre humanos
Como explicaba ayer la comisaria, Freud señalaba que uno de los aspectos que más le costaba reflejar en sus óleos era la complicidad en las parejas que retrataba. Pero en estas dos obras –curiosamente de relación homosexual, muy bien captada por el que en lo personal ha pasado a la historia como un “depredador heterosexual”, con múltiples amantes y al menos 14 hijos– podemos decir que lo ha conseguido plenamente. Por las posturas, por las piernas entrelazadas, por el gesto de una mano…
El reflejo del poder y de la vulnerabilidad
Freud lo mismo retrató el underground que el poder, a la reina Isabel II que a la modelo Kate Moss, al performer queer australiano Leigh Bowery que a banqueros o grandes empresarios y coleccionistas de arte. Y en ambos extremos vemos la fragilidad humana anteponiéndose a todo ejercicio de postureo y poder. En estos dos lienzos lo comprobamos. En un caso, el retrato del barón H. H. Thyssen Bornemisza, en el que, a pesar de su aplomo y seguridad, hay algo en su mirada hacia abajo, en la torsión de sus manos y en el burruño de telas de una esquina, que muestra que no todo puede estar bajo control. Cuadro que, por cierto, estaba cedido por Francesca Thyssen al museo madrileño para su exhibición y cuya donación descubrió ayer mismo, anuncio que fue recibido en el auditorio con aplausos. En la otra obra, Freud ha retratado al protagonista del punk neorromántico con la cabeza apoyada en sus brazos. Despojado de todas las capas de maquillaje con que solía actuar, muestra desnuda su imperfecta calva. Una obra maestra, que capta, con absoluta simplicidad de medios, ternura e indefensión.
Evolución hacia lo excesivo
Como hizo Rembrandt en su evolución como artista, Freud fue añadiendo cada vez más materia a sus retratos, más pintura a sus pinceladas, lo que les aportaba oscuridad, espesura, dureza. Como hacía su amigo Bacon, aunque sin llegar a tal extremo, Freud fue aficionándose cada vez más al exceso, a los cuerpos retorcidos e incómodos. Así, la penúltima sala de la exposición del Thyssen te envuelve, atrapado por esos desnudos excesivos, despiadados, perturbadores… Como los dos de Sue Tilley, una obesa inspectora de la Seguridad Social, que se muestra incluso despatarrada en el suelo. Y el titulado Y el novio, en el que Leigh Bowery aparece, inmenso, junto a su pareja, Nicola Bateman, pálida y muy delgada, poco antes de morir él de sida
Su última obra
El Thyssen muestra la última pintura (que quedó inacabada en su caballete) de Freud. Magnífica. El retrato de su ayudante y amigo David Dawson junto al lebrel Eli. “Freud pinta la vida frente a la muerte, como forma de aferrarse a lo que se desvanece por los estragos del tiempo”, dice la cartela. David estaba ayer en la presentación a la prensa de la exposición (por cierto, sus fotografías, en la sala final, del estudio del pintor y de Freud trabajando ayudan mucho a entender este universo freudiano) y recordó que la última pincelada de Freud fue en la oreja del lebrel. “Luego”, dijo, emocionado, “ya se acabó… todo”.
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