Vuelve el cainismo a la izquierda con la Ley de Bienestar Animal
Es sabido que el peor enemigo de los movimientos progresistas no son las fuerzas reaccionarias que desean mantener el statu quo, sino el instinto cainita de la izquierda, la pulsión autodestructiva o, si queremos decirlo con humor, el síndrome de ‘La vida de Brian’. Ha sucedido a lo largo de la historia en distintos momentos (anarquistas contra comunistas, comunistas contra socialistas…) y, sin entrar en cuestiones partidistas, lo hemos visto recientemente en varias ocasiones: dentro del movimiento feminista, a cuenta de la ‘Ley Trans’, o en el enfrentamiento entre un sector del ecologismo y el animalismo, y ahora, dentro de esta última corriente, entre quienes están en contra o a favor de la Ley de Bienestar Animal.
El razonable consenso inicial en torno a la Ley de Bienestar Animal saltó por los aires cuando el PSOE cedió, por cálculos electoralistas, a las presiones del lobby de la caza. Desde que se aprobara el jueves de la semana pasada, con los votos a favor de Podemos, que había rechazado la reforma del PSOE, se ha abierto un encendido debate dentro del movimiento que defiende los derechos de los animales que en ocasiones ha traspasado el insulto o el menosprecio ante la postura del otro.
Al margen de las opiniones, a favor o en contra, ha habido artículos mesurados y constructivos, como el de Lucía Arana para El Caballo de Nietzsche, donde desde el no a la ley a partir de distintos testimonios de expertos concluye: “Toca no bajar la guardia, ser responsables, creativas y mantener a los animales en el centro del debate. Lo que no podemos permitir es que esta lluvia que cala hasta los huesos divida aún más a un movimiento animalista tan cansado y decepcionado que no resulta ninguna amenaza real para aquellos que maltratan impunemente a los animales y que, estos días, están de celebración”.
Una llamada a la unidad, por encima de las diferencias, que me parece fundamental y que suscribo absolutamente. Como acertada y necesaria es la llamada de atención a esa unidad del abogado animalista y profesor Daniel Romero publicada en su cuenta de Instagram.
Pero ha habido también otros artículos menos afortunados en el tono (no quiero adjetivar, para no caer en el mismo error que critico), como el de Juan Ignacio Codina para Público, por otro lado un autor del que hay que leer su imprescindible Pan y toros (Plaza y Valdés), que hemos reseñado en estas páginas.
No soy político, tampoco me considero un experto en nada, una palabra que no me gusta. Quizás por eso me hice periodista, para narrar y contar. ¿Qué habría hecho yo si hubiera tenido que votar? Después de dudar mucho, pues sin duda la ley contiene aspectos positivos, hay dos fronteras que para mí son irrenunciables. Una de ellas es la modificación del Código Penal para sustituir las penas por multas en algunos supuestos. Y, otra, mucho más grave, es la diferencia de protección para algunos animales. Como sabemos, los animales que conviven con nosotros (desterremos el término mascota, por favor) adquieren una seguridad y unos derechos con la nueva ley que se les niega a otros, como a los perros de caza.
¿Es suficiente este retroceso como para votar no a la ley? Desde mi punto de vista, sí. Imaginen que en España se hubiera votado en 1978 que la actual Constitución solo tuviera efecto en la mitad norte del Estado, pero no en el sur. Ya les llegará a ellos también, podrían decir quienes hubieran avalado esa ley a la espera de que las cosas mejorasen. Pero no se trata de eso, y lo sabemos, pues al actuar así ya desde el principio se está haciendo una discriminación que tiene efectos perversos: que voten los blancos, pero los negros no; que voten los hombres, pero las mujeres no; que voten los heterosexuales, pero no los homosexuales… Y así hasta el infinito. La concejal de Más Madrid Amanda Romero (que ha sufrido varias veces las mofas de la derecha en el consistorio madrileño por defender a los animales) lo ha explicado muy bien en las redes sociales.
No creo que las ventajas de la nueva ley, que las tiene, compensen esas desventajas. Pero esto no me lleva a pensar que los diputados de Podemos que finalmente votaron que sí sean unos traidores. Y por supuesto tampoco pienso que quienes desde la izquierda, como Más Madrid, votaron que no, sean infantiles y poco realistas, como sostiene Codina.
Se puede criticar, se puede no estar de acuerdo, pero creo que desde quienes defendemos ideales parecidos, aunque sea desde distintas posiciones, a veces enfrentadas, debería haber una aspiración que estuviera por encima de toda las demás: la de la unidad. No creo que un mundo terriblemente injusto y neoliberal, biocida y en el que las botas de la ultraderecha desfilan por los parlamentos sea el mejor contexto para que nos azucemos unos a otros mientras desde el otro lado de la barrera las carcajadas resuenan cada vez con mayor fuerza.
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