“Me atraía su sexo, su olor, la humedad de sus axilas…”

La periodista y escritora Marta del Riego Anta. Foto: Vincenzo Penteriani.

La periodista y escritora Marta del Riego Anta (autora de novelas como ‘Solo los tontos creen en el amor’, ‘Sendero de frío y amor’ y ‘Pájaro del Noroeste’) ha compuesto un poemario cuyos versos, tan vivos, parecen estar tatuados en carne. ‘Flores de sangre sobre la hierba’ (Eolas) está hecho de deseo y naturaleza, de vida, de sangre y de muerte, de mujeres liberadas, de amantes que huelen a establo y humedad, de vacas y jatos. Poemas que son relatos. “Le gustaban los hombres. / La sal de la tierra. / El pan, el vino, el sacrificio. / El aroma a maleza mojada”. Responde a nuestra Entrevista 10 a partir de 10 retazos de su libro.

1) Hay en tu poemario referencias y dedicatorias a Idea Vilariño, Claudio Rodríguez, Antonio Colinas, Alejandra Pizarnik, Leopoldo M. Panero, Pedro Salinas… ¿Qué es la poesía para ti, Marta, qué te inspira, qué te inspiran todos estos grandísimos poetas?

Pienso que la poesía es sanadora. Alcanza algo muy esencial de nosotros mismos, algo irracional, algo que va más allá del pensamiento: sentimientos que ni sabíamos que existían. Fíjate que cuando murió mi padre, durante semanas fui incapaz de lograr la concentración para leer, ni un periódico, ni un libro. Lo único que podía leer era poesía. ¿Por qué?

Y respecto a la segunda parte de la pregunta… Este libro es un homenaje a las escritoras, casi todos los poemas están introducidos con citas de mujeres poetas. Creo que solo un porcentaje pequeñísimo, irrisorio, de mis lecturas de infancia, adolescencia y primera juventud correspondían a mujeres. Yo pensaba como un hombre y escribía como un hombre. Me metía dentro de un yo masculino, no era “yo misma”, sino “yo mismo”. Hasta que no empecé a trabajar en revistas, no descubrí toda esa cara de la literatura que me faltaba. Silvia Plath, Anna Carson, Pizarnik, escritoras que se abren las venas sobre el papel. Ahora leo a más mujeres que hombres, supongo que para recuperar los años perdidos.

2) “Te lo encontraste en la gasolinera la primera vez / tenía ganado en las brañas altas, dijo. / Qué bien sonaba / a poema antiguo, a copla, a cantar de abuela, / vacas y jatos y percherones de crines largas, / te lo imaginabas enseguida: descalzo en las brañas altas”. La sensualidad recorre todo el libro, una sensualidad silvestre, incluso salvaje… Áspera, rural…, que huele a campo y ganado, a animales y humedad. ¿Te resulta así el mundo rural?

Quizá porque crecí con esos olores. Mi padre tenía una majada con 700 ovejas. El olor de la paja y de la alfalfa seca, el olor del estiércol, el olor del campo cuando atardece en verano… Son olores que tengo grabados en mi ADN. Para mí la naturaleza exhala una sensualidad arrolladora. En verano la orilla del río tiene una fragancia casi sexual. Supongo que es un recuerdo primigenio de nuestro ser animal.

3) “Me busqué un amante. / Exactamente así. / Era un hombre que me atraía y eso bastó para empezar. / Me atraía su sexo, su olor, la humedad de sus axilas. / Esas cosas que se dicen: ‘Me volvía loca’. / No sé qué me sucedía / me doblegaba / me olvidaba”. “Le sucedía lo siguiente: le gustaban los hombres. / La sal de la tierra. / El pan, el vino, el sacrificio. / El aroma a maleza mojada”. Últimamente asistimos a reivindicaciones multilaterales del feminismo. Y yo en este libro veo la reivindicación de la mujer libre, deseante, hembra sin eufemismos… ¿Veo bien?

Exactamente. ¿Qué hay de malo o de culpable en el deseo? ¿Qué pasa si una mujer desea a muchos hombres? Durante siglos, los hombres podían tener amantes, podían tener –y pueden aún en algunos países– oficialmente hasta un harem. Y la sociedad lo admitía alegremente. ¿Qué pasa si sucede lo contrario? Nada. Que es natural. El deseo es natural.

4) “No lo puedes soportar / la idea / la mujer se convierte en un animalico de Dios cuando se preña / cuando pare / cuando ofrenda su pecho a la boquita desdentada del bebé / un animal no-libre sujeto a las normas / inmutables / inviolables”. Una mujer liberada hasta del ‘sagradísimo y respetadísimo’ instinto maternal… ¿Tiene mucho (o algo) de trampa social?

Yo creo que a estas alturas de la evolución humana, la mujer puede decidir libremente si tiene o no hijos. No todas las mujeres nacen con instinto maternal, esa es una gran mentira que nos inculcan desde niñas. Te van conduciendo poco a poco. Te regalan muñecas, con su ropina, sus accesorios, su carrito. Te sientan con tus primas mayores para que mires cuando le dan de mamar al bebé. Yo lo odiaba, odiaba a los bebés y odiaba las muñecas. Muñecas que hacían pis o que lloraban si les apretabas la barriga. Muñecos pelones como bebés monstruosos. ¡Qué horror! Mis amigas jugaban a las muñecas y yo siempre encontraba una ocupación más interesante. Eso me hizo convertirme en una niña un poco peculiar, un poco asocial. Yo nunca tuve instinto maternal. Solo pasados muchos años sentí ganas de tener un hijo. Pero ¿qué pasa si una mujer no tiene hijos? Aún ahora se piensa que hay algo raro: será porque no ha podido, será que tiene algún problema físico… No se piensa: ah, es que no ha querido, es que ha decidido no tener hijos. Esa opción no entra en la ecuación.

5) “… pero el pastor encuentra a la niña entre los campos de maíz / la atrapa por la cintura, la arrastra, la coloca sobre / sus rodillas, levanta la mano”… Hay sensualidad y deseo, pero también una tensión que recorre por el sotobosque todo el libro, a veces expresada incluso en violencia. ¿De dónde procede esa sangre en las flores?

Alguien dijo que en mis poemas había muchos objetos cortantes: cuchillos, hachas, agujas, tijeras de esquilar… Me sorprendió descubrir que es cierto. Y no sé por qué, yo también me pregunto de dónde viene esa sangre. Cuando escribo poemas, lo hago de una forma muy distinta a la prosa. La prosa es más racional, más de trazar esquemas, seguir una línea argumental. La poesía para mí es como caer en trance. La escribo de un tirón. Parto de una imagen o de una palabra y el resto fluye. Y resulta que los versos me llevan ahí, a esa sangre. Será una pulsión secreta que tengo… Es verdad que pienso que existe violencia en nuestra relación con los demás y que la reprimimos porque en apariencia somos seres civilizados, pero si levantáramos un poco la espita o espiáramos las vidas de los demás en la intimidad, veríamos cosas…

6) “Le pedí: / – Escárbame con tus manos porque soy buena tierra / y aguanto”. “Hazme algo, le dices al hombre. Hazme daño. / Es una nueva mujer quien habla, y lo sabes”. “Yo, mujer frívola del sur de Europa, me doy cuenta / (y es un alivio) / de que no existe el amor. El amor entre hombre y mujer, / quiero decir. Existe el sexo”. Hay sin duda más sexo que amor. Hay entrañas y vagina. ¿Te inspira y te acecha más el sexo que el amor, Marta?

Creo en el amor, pero no en ese concepto victoriano del amor para toda la vida. ¡Encuentre usted su media naranja y olvídese del resto! Y no. El amor de pareja, en general, tiene fecha de caducidad. Hay parejas para un determinado periodo de tu vida. Y cuando se acaba ese periodo, tú has cambiado, tu pareja ha cambiado, y se acaba el amor. Y también pienso que una relación se construye día a día, no existe EL AMOR monolítico. El amor es inasible y cambiante como el viento. Pero es cierto que el sexo es mucho más tangible. Y que puedes tener una relación sexual con una pareja y si, además es tu amigo, ¿no es eso amor? Existen tantos tipos de amor como seres humanos. Porque en el amor cada uno se apaña con lo que tiene o con lo que puede.

7) “Hazme algo, le dices al hombre. Hazme daño. / Y fuera, un mirlo canta”. “sucedió algo esa noche / el rito del bosque, del nido / de la tierra caliente / del esperma frío / sucedió algo esa noche / el hombre escuchaba al perro / y era ella, ¡ella, quien aullaba!, sucedió algo / el hombre cortaba leña, / nevaba sobre el acebo”. Muy interesante, Marta, esa fusión con la naturaleza. ¿Tú sufres eso que se llama déficit de naturaleza?

No sabía que existía ese concepto, pero seguro que sí lo sufro. Cuando estoy en Madrid,  siempre me siento con un pie en mi pueblo leonés o en mi aldea asturiana de adopción. Fíjate que uno de mis mitos literarios, uno de los que más me ha influido desde la infancia es… Heidi. La historia de esa niña de los Alpes a la que trasplantan a la fuerza a una gran ciudad –Fráncfort– y su morriña por las montañas, por su abuelo, por las cabras, esa historia de pérdida del paraíso me llegó muy hondo cuando era niña. La vi en dibujos animados, yo debía de tener 5 o 6 años, y me identifiqué totalmente con esa niña. Curiosamente, hace poco coincidí con otro escritor leonés, José María Merino, y hablamos de ello. Me contó que fue una de las lecturas de su infancia que más le marcó. Él, que es mucho mayor que yo, leyó la novela; yo primero vi la serie y después llegué a la novela. La trama de Heidi es la historia del desarraigo, de la España rural. Y es algo que atraviesa mi escritura desde el principio, está en mis novelas y en mis poemas. La búsqueda de esa conexión con la tierra que se perdió cuando empezamos a habitar las grandes urbes.

8) “¿Filoterrorista? / Mi padre rectificó: / Filotelurista o filotelúrica / (…) lo que dijo mi padre sobre mí y mis libros”. Yo aprobaría esa descripción, ¿qué opinas?

Esos versos pertenecen al poema titulado Lo que dijo mi padre, que narra algo que sucedió en la realidad. Estaba en una presentación de una de mis novelas en mi pueblo leonés, y de pronto mi padre se levantó y empezó a hablar. Yo me quedé aterrada, porque no sabía por dónde iba a salir. Y dijo que yo era una “filoterrorista”. Se hizo un silencio en la sala. Y enseguida se corrigió con ironía: “filotelurista o filotelúrica”, amiga de la tierra. Me encanta esa descripción de mi forma de escribir. Porque si hay algo que me enseñó mi padre, hijo y nieto de agricultores y ganadero él mismo, fue eso: a amar la tierra.

9) Por cierto, hablando del padre… Leo: “Ahora que no está, / podría escribir de cualquier cosa: / sexo, violencia, muerte, / suciedad, traición, semen. / Tener tres amantes / invitarlos a dormir a la casa del pueblo (…) / amantes que dejan sexo, suciedad, semen…”. El hombre al que deseamos: el amante; y el hombre al que tememos: el padre. La figura del padre también recorre el sotobosque del libro, ¿en tu vida también?

Perdí a mi madre cuando era adolescente, y mi padre se convirtió en padre-madre-autoridad-consejero-hombro sobre el que llorar. Al principio, la relación con él era complicada porque no existía ese colchón que es la madre, la intermediaria. Con él era todo muy visceral. Y en mi adolescencia y en la universidad, sentía que su presencia era demasiado poderosa en mi vida. Me rebelé. Me fui lejos, a Londres, luego a Berlín. Para huir de la familia, del pueblo. Pero pasados unos años regresé. Me reconcilié con mi vida peculiar de niña rural. Y cada vez apreciaba más las enseñanzas de mi padre. Su relación con el campo, con la naturaleza, las conversaciones con los labradores, con los mastineros, sus excursiones espontáneas a aldeas perdidas en la montaña. Perderlo fue perder toda esa herencia, ese pasado rural. ¿A quién le iba yo a preguntar palabras en llionés, dudas sobre el campo o que me enseñara a distinguir el trigo de la cebada?

10) Hay sexo, hay deseo, hay mucha naturaleza, y también hay mucha muerte en el libro: “Y la gente me mira y especula: / ¿estará casada?, vaya sitio más raro para llevar la alianza. / Y yo pienso: es una alianza de muerte / pasa de los muertos a los muertos”.

El deseo y la muerte. Las dos caras de la vida. El libro es radical, es triste y triunfal a un tiempo. Tiene una primera parte, flores de sangre, que es el diario de una mujer que son muchas mujeres, mujer-niña, mujer-adolescente, mujer-adulta; la amante, la mujer que quiere ser madre y no puede. Y una segunda parte, hierba, donde está la mujer-hija que pierde a sus padres. La orfandad es un estado extraño. De repente, la perspectiva cambia, ya no miras a alguien buscando apoyo o aprobación, no hay nadie por encima de ti a quien mirar. Tú eres el centro de todo. Y ahora tu hijo te mira a ti. Es un estado muy solitario. De pronto eres consciente de todas las responsabilidades que se ciernen sobre ti. Creo que eso es la adultez. Y realmente no sé si me gusta.

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