Nijinska (con a): una coreógrafa genial, pero olvidada
POR IGNACIO VLEMING
Podemos medir la excelencia de la trayectoria de un artista en función de la talla de sus compañeros, colaboradores y mecenas. Sin embargo, a veces estos nombres, como si fueran focos deslumbrantes, nos impiden ver el talento de quienes, pese a ser menos conocidos, brillan con luz propia. Al referirnos a Bronislava Nijinska evocamos necesariamente los nombres de Igor Stravinski, Natalia Goncharova, Serguei Diaghilev y, por supuesto, a su querido hermano, Vaslav Nijinski, a quien acompañó por medio mundo durante sus años de esplendor, antes de que la enfermedad le hiciera retirarse para siempre de los escenarios. Pero lo que sólo conocen unos pocos historiadores de la danza es que Bronislava Nijinska, además de una bailarina virtuosa, fue una teórica radical y una coreógrafa revolucionaria. Ha llegado el momento de reivindicarla.
Maestra de maestros como Frederick Ashton, que en la década de 1960 la invitó al Royal Ballet, sólo ahora empieza a recuperarse su inmenso legado. En 2022 la profesora Lynn Garafola publicó una biografía profusamente documentada y escrita con la pasión de una novela. En sus páginas reconstruye la imagen de una artista que nos ha llegado fragmentada, igual que esos retratos cubistas en los que sólo sumando todas las piezas distinguimos al retratado.
Nijinska fue mucho más que la hermana de uno de los mitos de la danza del siglo XX, mucho más que la autora de algunas de las principales producciones de los Ballets rusos de la época de entreguerras –Les noces, Les biches y Le Train Bleu–, mucho más que la primera en montar Bolero de Maurice Ravel o la responsable de las coreografías de Sueño de una noche verano, la película de Max Reinhardt. Ella fue, sobre todo, la creadora de un lenguaje y una metodología que cambiaron para siempre la manera de entender el movimiento en las artes escénicas.
Cuando todavía no habían cumplido 20 años, Bronislava y Vaslav tenían la costumbre de imitar las poses de los frisos griegos y egipcios en el salón de su casa de San Petersburgo y, casi sin darse cuenta, crearon una de las piezas fundamentales de los Ballets rusos: La siesta de un fauno. Más tarde, y como tantas veces se ha contado, el empresario de las artes escénicas Serguei Diaghilev, rabioso de celos, rompió su relación amorosa con el bailarín y lo despidió de la compañía para la que había hecho sus grandes coreografías; Nijinska también se marchó.
Su primer matrimonio, un embarazo, la Gran Guerra y la Revolución Bolchevique fueron empujándola hasta Kiev, donde abrió la Escuela de Movimiento para formar a los futuros intérpretes que trabajarían con su hermano, pero Vaslav, debido a una crisis de esquizofrenia, no volvería a bailar. Casi siempre la historia termina aquí y lo cierto es que de Nijinski poco más podemos comentar, a excepción de unos extraordinarios dibujos abstractos que nos hablan de un talento inagotable. Sin embargo, a Nijinska –según el sistema patronímico ruso debe escribirse con A porque se trata de una mujer–, aún le quedaba una larguísima trayectoria por delante. En Ucrania se relacionó con los artistas de la vanguardia y conoció las propuestas del constructivismo y suprematismo. Allí entabló amistad con la pintora y escenógrafa Aleksandra Ekster, que sería la primera de una larga lista de mujeres que se convirtieron en sus colaboradoras.
De la vanguardia al neoclasicismo
Cuando la guerra entre rusos rojos, rusos blancos y ucranianos hizo imposible la vida en Kiev, Nijinska huyó a Europa Occidental y retomó el contacto con Diaghilev, que le ofreció volver a su compañía para ocuparse de la dirección coreográfica. Venía con ideas radicales. En Les noces, de la que este año se cumple el centenario de su estreno, trabajó con los volúmenes al modo que hacían los pintores abstractos. Igor Stravinski, autor de la partitura, quedó encantado. El vestuario y la escenografía corrieron a cargo de Natalia Goncharova, creadora del rayonismo. En Les biches, con música de Francis Poulenc y figurines de Marie Laurencin, los movimientos evocan la vida frívola del cabaret. Y en Le Train Bleu trabajó con Pablo Picasso, Jean Cocteau –con quien nunca llegó a entenderse– y Coco Chanel, encargada de la indumentaria. Fue una de las primeras coreógrafas en crear personajes que podían ser interpretados indistintamente por hombres o mujeres, de tal manera que subvirtió los estrictos roles de género del ballet.
La relación con Diaghilev, a la que ella misma consideraba una suerte de padre, volvió a enfriarse y Nijinska empezó a trabajar para la bailarina y mecenas Ida Rubinstein. En la primera producción de Bolero de Ravel volvió a coincidir con Natalia Goncharova. La idea de que una bailarina danzase sobre una mesa rodeada de hombres que la acosan fue suya, aunque luego la han repetido innumerables coreógrafos, como Maurice Béjart.
No era fácil hacerse hueco en un mundo de hombres y además mantener económicamente a su familia. El segundo marido de Nijinska se convirtió en su asistente más fiel. Dicen que siempre iba detrás de ella, con un cuaderno negro para tomar nota de todas sus observaciones y un cenicero en el que Bronislava apagaba un cigarro tras otro en las interminables sesiones de ensayo, alrededor de 12 horas diarias. Las deudas derivadas de algunos fracasos empresariales, como el de montar su propia compañía, le obligaron a aceptar todos los encargos. Pasó largas temporadas en Argentina, donde se convertiría en la directora de ballet del Teatro Colón de Buenos Aires.
Tras la muerte de su hijo y con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se exilió en Estados Unidos, y en América conoció al Marqués de Cuevas, un chileno adinerado que le dio todas las facilidades para hacer realidad sus proyectos. En 1952 estrenó Rondo Capriccioso, con música de Camille Saint-Saëns. Bronislava Nijinska se había convertido en una pionera del neoclasicismo y de la danza abstracta –ella fue la primera en usar la música de Bach para una coreografía contemporánea, Holy Etudes–, al mismo tiempo que había formado a toda una generación de bailarines, entre los que se encontraban primeras figuras, como Irina Barónova, Rosella Hightower, Alicia Markova o Antón Dolin.
A Nijinska no sólo se la intentó obviar en vida –incluso alguna vez su nombre no se incluyó en los créditos del programa–, también se la quiso olvidar tras su muerte. Ahora, en el mes de julio, se estrena en el Teatro Municipal de Santiago de Chile un ballet basado en la vida de la creadora, dirigido por la coreógrafa Avatâra Ayuso y para el que yo mismo, Ignacio Vleming, he hecho la dramaturgia. Esperemos que pronto pueda verse en España esta producción del Ballet de Santiago que quiere reivindicarla. Nijinska: secreto de la vanguardia cuenta con la dirección musical de Pedro-Pablo Prudencio, la escenografía y el vestuario de Jorge Chino González, la iluminación de Ricardo Castro y la Orquesta Filarmónica de Santiago.
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Ignacio Vleming es autor del poemario ‘La revolución exquisita’ (La Bella Varsovia, 2022) y de la dramaturgia de ‘Nijinska: secreto de la vanguardia’, un ballet dirigido por la coreógrafa Avatâra Ayuso que se estrenará próximamente en el Teatro Municipal de Santiago de Chile.
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