Viaje a la ciudad desordenada que confunde santos y desnudos

Atardecer desde la azotea del Castel Sant’Angelo, con la cúpula de la basílica de San Pedro del Vaticano recortándose en el horizonte. Foto: Manuel Cuéllar.

Cuando el escritor Josep Pla se estaba muriendo le preguntaron qué es lo que querría que le volviera a pasar y dijo: ‘Tener veinte años y hacer el primer viaje a Italia”. Así lo recuerda en esta entrevista el diplomático y escritor Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982), que ha publicado ‘Roma desordenada. La ciudad y lo demás’ (Editorial Siruela), una obra sobre una ciudad-universo de seminaristas y paganos, de bustos desnudos y reliquias de santos. “Es confusión y es calma. Es geometría y es desorden. Es orbe y es urbi”, dice su autor.

En sus 70 capítulos, cortos pero intensos, prologados por el escritor Ignacio Peyró, De Ramón, que ha vivido varios años en la ciudad, nos habla de Caravaggio, Pasolini, Goethe, Mario Praz, María Zambrano, el saqueo de 1527, los pinos de Roma, el Ghetto, la periferia, los ángeles o la suburra, y nos deja páginas llena de felicidad, historia y amor a una ciudad que no se acaba nunca. “Para mí es el Arca de Noé donde se han salvado todas las historias de la Historia. Por eso disfruté tanto descubriéndola. O debería decir reencontrándome con ella”, señala el también autor de Canadiana: viaje al país de las segundas oportunidades (Debate). 

La Roma antigua, la Roma papal, la periférica, la judía, la medieval, la fascista, la de Bernini, la de Caravaggio, la de Fellini, la de Pasolini, la de Sorrentino… ¿De qué hablamos cuando hablamos de Roma?

Desde luego, no de una ciudad cualquiera. Ni siquiera de una gran ciudad cualquiera. Es importante entender que Roma es un caso único. Es la ciudad-universo. Por eso todos reconocemos en ella una patria cuando la conocemos, porque ¿cómo no te vas a sentir en casa en el universo? Para mí es el Arca de Noé donde se han salvado todas las historias de la Historia. Por eso disfruté tanto descubriéndola. O debería decir reencontrándome con ella. Porque si uno es español, entiende rápidamente que la capital no de su país, pero sí de su mundo, es y siempre ha sido Roma.

No basta una vida para conocerla…

Eso dicen y no es una exageración. Mi libro tiene 70 capítulos cortos, pero hubiera podido escribir 70 más, porque tras cinco años seguía teniendo noticias de lugares y personajes cuya historia me apetecía contar. En el camino al aeropuerto, cuando ya me volvía para España, todavía pedí al taxi que se parara para ver una iglesia que no había tenido tiempo para visitar hasta entonces. Y si vuelvo ahora, me sentiré un principiante de nuevo, estoy seguro. La ciudad nunca se termina.

Tejados de Roma al atardecer. Foto: M. Cuéllar.

El Moisés de Miguel Ángel en la iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma. Foto: M. Cuéllar.

Asociamos Italia con la felicidad, con la belleza. En el prólogo de tu libro ‘Roma desordenada’, el escritor Ignacio Peyró recuerda que el doctor Johnson, en la obra de Boswell, dijo que el hombre que no conoce Italia es siempre consciente de una inferioridad. Uno no se puede ir de este mundo sin visitar el país donde florece el limonero…

Italia es, sin disputa posible, el país más bello del mundo. Y el viaje a Italia, la experiencia iniciática por excelencia del hombre de cultura. Cuando se estaba muriendo, a Josep Pla le preguntaron qué es lo que querría que le volviera a pasar. Dijo: “Tener veinte años y hacer el primer viaje a Italia”. Normal.

El mito de la fundación de la ciudad es una historia de fratricidio, rapto, delincuencia… ¿Por qué los romanos se siguen identificando más con el mito de la loba, de Rómulo y Remo, que con el Eneas de Virgilio?

En parte porque es más antiguo. El de Rómulo y Remo era ya el mito de origen que conoció el propio Virgilio. En parte, porque Roma no se avergüenza de su historia. Los episodios oscuros le parecen tan dignos de ser rememorados como los luminosos.

Roma es hoy una ciudad con muchos problemas: suciedad, caos circulatorio, lenta burocracia… Decía el mítico Giulio Andreotti, no sin cierta sorna, que no se podían achacar los problemas de Roma al exceso de población, porque “cuando solo existían dos romanos, uno mató al otro”. ¿Cómo resiste hoy una ciudad en plena decadencia?

Un romano te diría que la ciudad lleva decayendo dos milenios y no ha dejado de ser el centro del mundo, la meca del arte y del cristianismo. En realidad, los historiadores suponen que la ruina de la ciudad llegó un siglo más tarde de la caída convencional del imperio romano, en el 476 d.C. Fue en el siglo VI, con las guerras grecogóticas, cuando los acueductos se vinieron abajo y la gran capital antigua se contrajo al tamaño de una aldea. Mil años más tarde llegaron los Papas del Renacimiento y su impresionante renovatio urbis. En todo caso, los romanos no usan la palabra decadencia para describir sus males, sino degrado, degradación. Y se han convencido de que el mal gobierno municipal es consustancial a la ciudad, una especie de contraprestación al hecho de ser rentistas de una belleza eterna.

Como diplomático, has vivido varios años en la capital italiana. Caminar, pasear a diario entre lo sagrado y lo profano es una auténtica metáfora de vida…

En efecto, Roma es una ciudad sintética, que reconcilia cosas que en cualquier otro lugar se darían la espalda o serían rivales o enemigas. Es una ciudad de seminaristas y de paganos, de bustos desnudos y de reliquias de santos. Es confusión y es calma. Es geometría y es desorden. Es orbe y es urbi. 

Uno de los episodios más trágicos en la historia de la ciudad fue el saqueo ocurrido en 1527 y que duró nueve meses, perpetrado por las tropas hispano-germanas de Carlos V. Unos días de espanto y vandalismo en nuestra dilatada leyenda negra…

Es una historia tremenda. El 11S del Renacimiento. Los testimonios son atroces. Uno puede entender lo de los alemanes. Estaban educados en un odio vesánico hacia Roma por Lutero. Lo de las tropas españolas es más difícil de comprender. También hubo un contingente de soldados italianos que participaron en el saqueo, por cierto. O sea, que en realidad, parece que la nacionalidad influía poco. Tener tropas sedientas de riqueza a las puertas de una capital renacentista es peligroso.

El Panteón de Agripa, uno de los edificios de la antigua Roma mejor conservados. Foto: M. Cuéllar.

Patio de los Museos Capitalinos. Foto: M. Cuéllar.

“Debemos a la erradicación de la malaria la eclosión de la industria turística en las ciudades europeas”, escribes. Y continuas: “Hay mucho de irritante en el turismo. Cómo la gente se toma el ver ciertas cosas no como un placer, sino como un deber. Pero el idiota que viaja (Urbain dixit) es consecuencia de la democracia. La vuelta atrás es imposible sin apostar por un elitismo que vuelva a hacer del extranjero coto privado para los ricos”. Roma la visitan diez millones de turistas al año. Podrían ser más, pero dices que es una industria que no está bien explotada en Italia…

No, no lo está. Sobre todo por déficit de capacidad hotelera. La buena noticia para Italia es que han protegido mejor su paisaje de algunos horrores urbanísticos. Hay que ser un desalmado para pretender que el turista se quede en casa sin conocer Roma. Con el turismo de masas lo que hay que hacer es regularlo para que todo el mundo gane. Habría que evitar que a Roma le suceda como a Venecia. En el casco histórico de la ciudad ya solo viven unos 60.000 romanos de los tres millones que hay.

Algunos de nuestros exiliados por la Guerra Civil Española terminaron en Roma. Entre ellos, la pensadora María Zambrano y el pintor y poeta Ramón Gaya, que fueron amigos. La filósofa vivió con su hermana Araceli, de salud quebradiza, en la Piazza del Popolo, 3, justo encima del Café Rosati, todavía abierto. Tenían 25 gatos y fue denunciada por las molestias que causaban los felinos. Cuentan que en su tumba en Vélez-Málaga, donde siempre reposa un limón junto a la lápida en recuerdo del limonero de su casa de la infancia en la calle Mendrugo, los gatos siguen visitándola…

Es que Roma era una ciudad famosa por sus colonias de gatos. También hay mucho gato en los poemas de Roma, peligro para caminantes de Alberti. Alberti tenía uno que se llamaba buco, que en italiano es agujero. La historia de María Zambrano y Ramón Gaya es preciosa. Es uno de los capítulos que más me gustó escribir.

Seguro que muchos de nuestros lectores no han ido todavía a Roma. ¿Qué les decimos?

Que vayan, claro. No tienen ningún sitio más importante adonde ir. Y que no sean esnobs. Que no intenten evitar a los turistas, perderse por las callejuelas, descubrir la Roma secreta, etc… Nada de eso. Que compren la entrada de los monumentos más famosos por internet y que hagan la cola como todo hijo de vecino. En cuatro días bien aprovechados se pueden ver las diez cosas más importantes. Luego, deberán volver una y otra vez, porque, como decíamos al principio, no basta una vida para conocer la ciudad. La segunda vez en Roma es solo un poco menos emocionante que la primera.

Basílica de Sant’Andrea della Valle, Roma. Foto: M. Cuéllar.

El diplomático y escritor Juan Claudio de Ramón. Foto: Elena Palacios.

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