Romances imposibles entre amantes ‘ilegales’, de Shakespeare a Jafar Panahi
Acerca del amor, ese desobediente que está en el centro de una película brillante de luz de desierto e ingenio hablamos hoy en nuestro ‘Por culpa de Eros’. Queremos mencionar esos romances imposibles entre amantes ilegales que han quedado estancados en las fronteras, a propósito de ‘Los osos no existen’, la recomendable recién estrenada película del iraní Jafar Panahi.
Aún no se sabe (y quizá no lo sepamos nunca) quién era William Shakespeare. Poco importa si el dramaturgo fue en realidad el seudónimo de un empresario teatral, un político de su época o un taller literario, porque lo que sí está claro es que, bajo ese reconocible apellido, transmitió como nadie el amor, las neurosis de los enamorados, las barreras que levantaban los terceros y los malentendidos entre los miembros de la/s pareja/s. De ahí que no haya cineasta que no se rinda al humor y la tragedia shakespeareanos que rodean los asuntos del corazón pleno, y potencialmente roto.
Esta vez es Jafar Panahi, el reconocido y perseguido cineasta iraní, quien viene a contarnos la historia de dos parejas a las que el destino no parece acompañar. No tiene el viento a favor la joven de una perdida aldea de Irán, prometida desde el nacimiento a un vecino pero enamorada de otro, el joven universitario que le corresponde a su amor, aunque juntos tengan que esquivar los palos y las pedradas de las familias del pueblo.
Tampoco lo tienen fácil los dos treintañeros iraníes que sobreviven unos kilómetros más allá de la aldea polvorienta, en una pequeña ciudad turca. En la ficción, allí trabajan y esperan las identidades falsas que les puedan brindar los pasaportes robados a algún turista, para huir a París, nada menos que a París, donde sueñan con vivir su romance con dignidad, y poder tratarse las enfermedades, también las del cuerpo.
Panahi se atreve a meterse en la escena, en primer plano, para contar que filma una peli con dos actores descontentos y problemas de conexión a Internet, mientras a su alrededor se levanta el telón de otra tragicomedia de vecinos, que él no tiene más remedio que registrar en su diario fílmico de rodaje. Inteligente cruce de ficción con aparente realidad que el director de Taxi Teherán maneja con soltura y un gran sentido del humor, a pesar de las circunstancias políticas que el espectador puede intuir que se acercan bastante a las de la vida real.
Los osos del título son apenas una de las extravagantes razones que guían las tradiciones de esa aldea donde no se puede respirar sin que los comisarios de las costumbres se enteren. Sin embargo, más allá de las risas inevitables, Panahi grita desde un punto algo difuso de la frontera que Occidente no debería ser cómplice de las amenazas de los osos ni de los opresores, por ínfimo (o fabulado) que sea el radio de acción de estos.
El amor está en juego y acorralado en cada rincón de este mundo, ya sea por el consumo de cuerpos y experiencias en el que nos regodeamos en la cercada Europa, ya sea por las imposiciones y prohibiciones que sufren quienes quieren vivirlo en sociedades con tanto protocolo contra el pecado y tanto desdén hacia los sentimientos.
Un cineasta nos mira a lo lejos, desde los límites que paralizan, inmóvil e impotente, presenciando las discusiones sobre la pertinencia de las visas y los pasaportes, observando con la cámara lista cómo los patriarcas de la moral y la ignorancia desdeñan la espontaneidad y la vida. Y cómo el miedo suele ganar todas las partidas.
Un autor que podría llamarse Panahi o Shakespeare ve crecer las paredes de nuestra obstinación, en alto (el de nuestra sensación de superioridad por creer que somos civilización contra el dogma de lo arcaico) y en ancho (por el sufrimiento que siguen propinando padres a hijas e hijos en sociedades aferradas al miedo de perderse).
Nada mejor, pues, que contar un romance interminable y desobediente, que volverá a nacer en cada niña y niño de este mundo, para narrar un presente de vecinos que en lugar de elegirse como amigos se delatan. El amor hablará por sus mártires universales, aunque se queden a las puertas de Europa, sin pasaporte.
¿Qué importa si algo es ficción o realidad cuando la verdad es indomable?
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