¿Sigue viva la tradición oral en España?
Guadalajara acogía recientemente una nueva edición de su maratón de los cuentos. En total, 46 horas ininterrumpidas en las que la narración oral –tanto de nuestro país como de otros puntos del planeta– tomó la palabra. Nunca mejor dicho. Durante el evento, pasaron por el Palacio del Infantado 1.277 narradores, que contaron 703 historias. Se demostraba así la buena salud de la tradición oral. Sobre todo en una situación tan compleja como la actual.
“Con el predominio absoluto de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales, los cuales nos hacen sentir ciudadanos de un mismo mundo, es más necesario que nunca preservar nuestro folklore, lo más genuino de nuestro pueblo”, explican María Luján y Tomás García, en su trabajo Sonidos de la tradición. Patrimonio oral de la huerta de Murcia.
Pero, ¿qué entendemos por tradición oral? “Es la forma de transmitir el conocimiento popular, las creencias, los modos, las tradiciones de una sociedad a través de la palabra”, señalan Luján y García. Hablamos de una realidad que se compone de relatos breves, con un argumento sencillo, una autoría anónima y la existencia de diferentes variantes de una misma recitación, debido a que “cada intérprete suele añadir o quitar algo de lo que escucha”. A pesar de ello, se distinguen diferentes géneros en este ámbito. “La tradición oral en prosa se manifiesta por medio de parábolas, fábulas, cuentos, mitos o leyendas, mientras que en verso se expresa a través de adivinanzas, acertijos, dichos y refranes”.
De hecho, “cada cultura tiene su propia historia, que es la acumulación de experiencias que sus individuos transmiten a través del uso del lenguaje”, señala Nancy Ramírez Poloche, en su trabajo La importancia de la tradición oral. El grupo de Coyaime–Colimbia. “El simbolismo y la lengua son componentes esenciales de la realidad de las comunidades, y estos mismos elementos se encuentran plasmados en su tradición oral”. Una circunstancia que facilita “el intercambio de los saberes y la representación de la realidad cultural de los pueblos”.
Por ello, no es extraño que las tradiciones orales hayan existido “desde la más remota antigüedad y, con frecuencia, hayan sido el único medio de las sociedades para conservar y transmitir su historia cultural”, confirma Ramírez Poloche. No en vano, las mencionadas narraciones poseen carácter acumulativo y redundante. “En el discurso oral es necesaria la continua repetición, estimulando así la fluidez y la verbosidad”.
Así, nos encontramos ante una manifestación que nace en el pasado, que se ha transmitido de generación en generación a través del habla y que, debido a los años transcurridos desde su origen, ya se ha perdido su autoría. Sin embargo, “forma parte de la identidad cultural de un pueblo y se ha conservado a pesar de las transformaciones que sufre en el tiempo y en el espacio”, explica Marisela Jiménez, en su trabajo La tradición oral como parte de la cultura.
Por tanto, “la literatura, y en concreto las historias orales, construyen la identidad de una comunidad, que influye en la manera en la que los individuos conocen y comprenden el mundo”, explica Irene García Cetina en Tradición oral y construcción de identidades. Análisis cualitativo de actitudes en familias inmigrantes. “Esta oralidad acompaña al ser humano desde el principio de su vida, y continúa en la niñez y a lo largo de toda su existencia”.
Una postura que es compartida por la escritora y narradora oral Estrella Ortiz, quien va más allá al definir los “cuentos tradicionales” como la “herencia del folklore que todavía podemos disfrutar”. En definitiva, “son historias anónimas, al conformarse a través de la transmisión de unas personas a otras, de viva voz”, a la vez que “presentan mucha economía en cuanto a la intriga, los personajes y el móvil del relato”.
Se trata de “un puente entre pasado, presente y futuro, es diálogo de la comunidad (con su tiempo, con su contexto), es el sueño del colectivo, es el eterno recurso para muscular la escucha, la atención, la expresión oral, la creatividad, la memoria, la imaginación…”, confirma el narrador Pep Bruno. “El cuento oral es muchas cosas, pero, sobre todo, es una fiesta”.
Estos relatos forman parte de la tradición de nuestro país, alzándose como “la forma de literatura más antigua”, tal y como señala Blanca Calvo, una de las impulsoras del maratón de los cuentos de Guadalajara, ex alcaldesa de la ciudad y exd irectora de la biblioteca pública arriacense. “Son la manifestación de una necesidad que tenemos los seres humanos, que requerimos las historias para vivir”.
Una mirada atrás
En consecuencia, no es extraño que, a lo largo de la historia, se hayan valorado y compilado dichos relatos. Una labor que se observó, en primer lugar, durante el Renacimiento, fruto de la ideología humanista. “En aquel momento histórico comenzaron a recogerse y editarse, por una parte, refranes y paremias, así como las colecciones de cancioneros y las primeras ediciones de romances”, explica José Luis Puerto en Tradiciones orales en la provincia de León.
La segunda etapa coincidió con el periodo comprendido desde finales del siglo XVIII y buena parte del XIX. Una época que fue fruto de “la valoración romántica de lo local, lo regional, de lo peculiar de los distintos lugares, y de la definición que el Romanticismo hizo del concepto de pueblo y de alma del pueblo, como creadora no sólo de las tradiciones orales, sino también de toda la cultura, lo que daría lugar al nacimiento, en Inglaterra, del folklore como ciencia”.
El tercer momento recopilatorio de las tradiciones orales, calificado como “folklórico–filológico”, comenzó en el siglo XX y se extiende hasta la actualidad. “En España, uno de sus pioneros y figuras clave, sobre todo en lo que respecta al romancero, fue Ramón Menéndez Pidal”, describe Puerto. “En gran parte de las provincias españolas, la mayoría de las tradiciones se han recogido y editado en esta tercera etapa, aunque no pocas obras son herederas del segundo momento, el coincidente con el Romanticismo”.
¿Qué ocurre en la actualidad?
El contexto mediático existente hoy en día afecta a la tradición oral. Según indica el investigador Jorge Larrosa en La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación, “uno de los motivos que llevan a esa pérdida de la tradición son los medios audiovisuales”. Sin embargo, otros autores se muestran más optimistas, al indicar que la oralidad y el contexto comunicativo no tienen por qué estar reñidos. Todo lo contrario. Presentan capacidad de complementarse. De hecho, la prensa permitiría el desarrollo de la ficción narrativa, confirma Teresa Colomer en Introducción a la literatura infantil y juvenil actual.
Una opinión apoyada por Margaret Meek, al afirmar: “Los niños ingresan al discurso narrativo cuando comienzan a ver la televisión. Este medio les permite escuchar y ver mayor número y variedad de cuentos”. En cualquier caso, “la oralidad no ocupa un lugar predominante en la transmisión cultural, dominando este ámbito los libros en soporte impreso o la oralidad secundaria. Es decir, los medios audiovisuales”, incide la experta Irene García Cetina.
“Es evidente que existe una gran competencia –se distinguen muchos entretenedores: lectura, pantalla, audios…– y esto afecta a los emplazamientos donde, de forma natural, aparecía el cuento. Si la gente no se reúne para contar o escuchar, si no hay silencio ni tiempo para compartir, entonces es difícil que la narración oral se produzca”, expone Pep Bruno. “Pero todavía hay mucha gente que conoce cuentos tradicionales y que los ha recibido en casa”.
A pesar de ello, “en la esfera familiar se sigue apostando por la transmisión de cuentos”, indica Estrella Ortiz, aunque esto cada vez es menos habitual. “Sin embargo, y como contrapartida, se distingue una rama profesional de narradores, que hace 30 o 40 años no existía”. Los mismos realizan “una labor fundamental en el mantenimiento del relato tradicional”.
Al mismo tiempo, los poderes públicos presentan una voluntad por mantener encuentros, circuitos, programaciones y festivales. “El mundo académico también muestra una cierta atención sobre el asunto; pero a nivel de publicaciones comerciales, divulgativas y mayoritarias existe poca promoción”, señala Estrella Ortiz. “Llevo apenas tres meses colaborando con el Corpus de Literatura Oral de la Universidad de Jaén (que dirige David Mañero) y en estas semanas habré recogido unos 40 cuentos. Estoy gratamente sorprendido”, confirma Pep Bruno. “Lo que sí percibo es que los cuentos se van achicando, puesto que se cuentan poco, los narradores olvidan partes, detalles, y el relato se va empequeñeciendo”.
El maratón de Guadalajara
En este contexto, se han de poner en valor iniciativas como el maratón de Guadalajara, que se celebra anualmente desde 1992. En aquel año se quiso implementar una iniciativa que acompañara a la recién creada feria del libro arriacense, y se optó por una propuesta innovadora, consistente en narrar cuentos ininterrumpidamente. En ese momento, la alcaldesa guadalajareña era Blanca Calvo, de IU, y bibliotecaria de profesión. La propuesta comenzó con una duración de 24 horas, hasta llegar a las 46 actuales. En su gestación se encontraron la propia Calvo, la narradora Estrella Ortiz y la también bibliotecaria Eva Ortiz.
“Entonces, pensamos que esta idea merecía entrar en el libro Guinness de los Récords, por lo que llamamos a la oficina española de la entidad y nos dijeron que, para poderlo llamar maratón, tenía que durar al menos 24 horas”, recuerda Blanca. Y así es como se decidió la primera duración de la propuesta, que no ha dejado de aumentar desde la primera edición.
Y no sólo creció el tiempo de narración. También las actividades paralelas. Una iniciativa que siempre ha tenido muy buena acogida social y en la que han llegado a participar literatos de primer nivel, como Antonio Buero Vallejo, José Luis Sampedro, Andrés Berlanga, Almudena Grandes o Carmen Martín Gaite, además de directores de cine, como Miguel Picazo.
En consecuencia, la tradición oral sigue estando muy presente en España. Sin embargo, se debe seguir apostando por ella para que se mantenga vigente. Al fin y al cabo, remite a nuestra historia y vivencias compartidas. Además, se trata de una actividad que –de la mano de la palabra– permite unir a diferentes generaciones. Es la fuerza de la narración. “En ella”, concluyen los especialistas, “observamos la esencia de la comunicación entre los ciudadanos”.
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