En el Sziget Festival de Budapest con Billie Eilish
Continuamos con la segunda parte del reportaje sobre Budapest y el festival musical más importante, ya no de la ciudad, sino probablemente del continente europeo, el Sziget, adonde acudimos de la mano de Ibis Music. Una visita exprés por una metrópoli histórica que sufrió los horrores de la cainita Europa de principios y mediados del siglo pasado, para perderse después por la arbolada isla del Danubio de casi 5 km² a disfrutar del ambiente abierto, colorido y festivo, y un cartel deliciosamente cool con Billie Eilish a la cabeza.
15 DE AGOSTO
Aprovechando el tiempo libre hasta la hora de ir al festival, nos encaminamos a Pest, al otro lado del Danubio; cruzamos por El Puente de las Cadenas, símbolo de la ciudad que sustituye los cables típicos de un puente colgante por cadenas y que es el más antiguo e histórico de los que unen ambos márgenes del río. Fue dinamitado por los nazis en su huida cuando los soviéticos liberaron la ciudad durante la II Guerra Mundial y, tras la reconstrucción, es uno de sus iconos más representativos. Las siguientes visitas las haremos a veces a pie, y otras en metro, tranvía o autobús, por aquello de probar todos los transportes públicos de Budapest.
Llegamos hasta el Parlamento, el segundo más grande de Europa, un imponente edificio de estilo renacentista en su estructura y neogótico en sus detalles, que pasa por ser el mayor atractivo turístico de la Perla del Danubio. A los pies del Parlamento, en el muelle de la orilla, el monumento que constituyen los 60 pares de zapatos de hierro que homenajean a los miles de húngaros judíos, gitanos y gais que fueron ejecutados frente al río por los milicianos del partido pronazi de la Cruz Flechada. Luego nos acercamos a la Plaza de La Libertad, que paradójicamente acoge la enrejada y vigiladísima embajada de Estados Unidos, además de un monumento de agradecimiento a las fuerzas de liberación soviéticas a la par que sendas estatuas de los presidentes Ronald Reagan y George Bush padre. Y no acaban aquí las simbólicas controversias del lugar; en uno de sus laterales se encuentra el Monumento a las Víctimas de la Ocupación Alemana (el arcángel Gabriel, símbolo nacional, atacado por un águila), y parte de la comunidad judía se lo tomó como un intento de blanquear o disculpar al gobierno húngaro de entonces por su activa participación en el Holocausto, por lo que ha ido colocando en la acera de enfrente recuerdos de los judíos exterminados: fotos, cartas, maletas desvencijadas…
Después vamos hasta la Plaza de los Héroes, explanada inmensa que acoge, entre otras, las estatuas ecuestres de los fundadores de la nación de hace un milenio y que se encuentra preparada para ser el punto de salida de la maratón del Mundial de Atletismo que comienza en unos días. De ahí cruzamos al Parque de la Ciudad por un puentecillo que atraviesa el lago Városliget, que ahora está lleno de barcas de alquiler y que en invierno se hiela, convirtiéndose en pista de patinaje. En el Parque paseamos por las afueras del señorial Castillo de Vajdahunyad, que contrasta con la modernísima arquitectura de la recién inaugurada Casa de la Música, acabando la caminata en el Memorial de la Revolución Húngara de 1956, un conjunto abstracto de columnas de metal oxidado que homenajea el fallido alzamiento popular contra el gobierno comunista.
Finalizamos la extenuante visita a la ciudad acercándonos hasta el Barrio Judío, donde se haya la Gran Sinagoga, la más grande de Europa y la segunda del mundo tras la de Nueva York, construida a mediados del siglo XIX en estilo neo-morisco; a su lado, el Parque Memorial del Holocausto Raoul Wallenberg, lugares que recuerdan constantemente la barbarie sufrida por los judíos durante el apogeo nazi. Manteniendo la memoria, pero desde una perspectiva mucho más popular, nos allegamos hasta el afamado Szimpla Kert, el primer ruin bar que hubo en la ciudad, cuando hace dos décadas jóvenes emprendedores e imaginativos decidieron transformar las ruinas de los antiguos edificios abandonados por los judíos represaliados en bares de copas, conservando el aspecto ruinoso, pero decorándolos con grafitis y plantas, lo que ha terminado convirtiendo la zona en el centro del ocio nocturno de la urbe.
A la caída del sol entramos en el Sziget. El festival continúa con su bullicio colorido y diverso, que nos hace preguntarnos si los tentáculos censores del presidente ultraconservador del país, Viktor Orbán, no llegan hasta aquí, a lo que un lugareño nos explica que en la capital no es su partido el que gobierna, y que el mandatario, si gana las elecciones, es por el apoyo de las zonas rurales, no de las urbes. Aclarado el dato, nos llegamos hasta el Global Village Stage justo a tiempo de precalentar con los festeros y manonegreros The Orchestre International du Vetex, combo de vientos alocados con casi dos décadas de historia y media docena de discos publicados, compuesto por músicos belgas, franceses y balcánicos, que mezclan rock y punk con tarantelas y polkas a un ritmo endiablado y contagioso.
Después, el plato fuerte de esta edición, la californiana Billie Eilish, que convoca a la mayoría del público asistente, dejando el resto de escenarios casi vacíos. Luce una camiseta de fútbol americano y, sin embargo, no consigue quitarse de encima ese halo de enigma y oscuridad que encierra su personaje. Aunque deja en el set un espacio para su faceta de singer-songwriter, cuando interpreta en acústico, sentada junto a su hermano y productor Finneas O’Connell, I love you, Your power y TV, realmente donde la Eilish se luce es con su peculiar y personal alternative pop electrónico; y así desgranó buena parte de su primer disco, When we all fall asleep, where do we go? al arranque del concierto (Bury a friend, My strange addiction, You should see me in a crown); se paseó luego por su segundo disco, Happier than ever, (NDA, My strange addiction, My future, Billie Bossa Nova, Oxytocin, Goldwing, Gettin older, Lost cause); interpretó su último single de éxito, What was I made for?, hecha para la BSO de la taquillera y neo-feminista Barbie the movie, así como los dos primeros sencillos que la pusieron en el ojo del huracán de la escena internacional, Bellyache / Ocean eyes; y dejó para el final los temas estrella de su debut: When the party’s over, All the good girls go to hell y una bailada y coreada al unísono por decenas de miles de personas Bad guy.
Sin tiempo para detenernos en las diferentes carpas con DJ para todos los gustos (trance, house, drum’n’bass, etc…), decidimos finalizar la jornada con la rapera estadounidense 070 Shake que, en apenas cinco años de carrera y con solo tres referencias, el EP Glitter y los álbumes Modus Vivendi y You can’t kill me, se ha convertido en una asidua de los festivales veraniegos con su hip-hop visceral que utiliza el auto-tune como arma arrojadiza y se asienta en unas bases que a ratos rozan la claustrofobia del trap y en otras embriagan con espirales de beats luminosos. Y aunque resulta evidente que esta mujer defiende su arte por sí misma, no pocos se acercaron al Freedome Stage a ver en directo a “la novia de Lily-Rose, la hija de Johnny Deep”.
16 DE AGOSTO
Antes de abandonar la ciudad, aún queda tiempo de visitar los Baños Széchenyi, las piscinas de aguas termales medicinales más grandes de Europa. Dejamos el Castle Hill con el vestíbulo lleno de los atletas del equipo de Jamaica que competirán en el Mundial y tomamos el metro rumbo al Parque de la Ciudad donde se encuentran los citados baños, en un majestuoso edificio de estilo neobarroco construido a principios del siglo pasado y que acoge tres grandes piscinas al aire libre con temperaturas entre los 25 y los 28 grados y varias más cubiertas, además de spa y saunas. Afortunadamente, hemos llegado a primera hora, con lo que podemos disfrutar sin esperar cola de los diferentes chorros de ese agua rica en calcio, magnesio y flúor y del simple hecho de reposar en remojo para así tomar el vuelo de regreso desde el más absoluto relax.
No podemos despedir la ciudad sin dejar un agradecimiento a los anfitriones de Ibis/Accor, Agnieska Kalinowska, Wojciech Florek y Jasmine, y a los compañeros periodistas, especialmente al portugués Rui Miguel Abreu, a las compatriotas Kelu Robles y Nadia Leal y al fotógrafo austriaco Patrick Münnich.
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