Cotorras, visones, mejillones… la enorme amenaza de las especies invasoras
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) aseguraba recientemente en Málaga que el 16% de las extinciones de fauna y de flora del planeta se deben a la acción directa de las especies exóticas invasoras (EEI). Además, un 40% de estas desapariciones se explican por la combinación de las EEI con otras amenazas. En la UICN son claros: “Las invasiones biológicas se han convertido en una de las principales causas de desaparición de la riqueza del planeta”. Repasamos cuáles son los invasores más problemáticos en la Península Ibérica, desde la cotorra argentina al visón americano y el mejillón cebra.
De acuerdo con la Lista Roja de la UICN, existen más de 150.000 especies que pueden desaparecer en los próximos años. Por tanto, las previsiones no son optimistas. “La aparición de EEI representa una de las causas más importantes de pérdida de biodiversidad por sustitución de la fauna y flora nativas a través de la competición, depredación o parasitismo, y puede llegar a modificar la dinámica de funcionamiento de los ecosistemas”, explica el investigador Alfonso Balmori en su trabajo Utilidad de la legislación sobre especies invasoras para la conservación de las especies de galápagos ibéricos.
Pero ¿qué entendemos por especies exóticas invasoras? Según el Convenio sobre la Diversidad Biológica, son “aquellos taxones cuya introducción fuera de su área de distribución natural por medio del ser humano constituye una amenaza de la biodiversidad”. “Una especie se considera invasora cuando no sólo persiste, se reproduce exitosamente y sobrevive en su nueva área geográfica, sino que también se constituye como un agente que pone en peligro el ecosistema original”, explica Xurxo Mouriño en Especies exóticas invasoras dos ríos galegos.
En definitiva, “llegan a un nuevo territorio y se propagan por él a gran velocidad, alterando la estructura y el funcionamiento del entorno, y causando daños ecológicos, socioeconómicos y sanitarios”. Asimismo, ocasionan la perturbación de procesos bioquímicos y la homogeneización de diferentes comunidades faunísticas y/o florísticas. “Existen EEI en todos los grupos taxonómicos de seres vivos, como bacterias, hongos, algas, plantas, animales…, apareciendo en medios marinos, acuáticos y terrestres”.
Pero únicamente generarían impactos negativos los ejemplos que adulteran profundamente los rasgos ecosistémicos previos, modificando su equilibrio y perjudicando a las comunidades autóctonas. “Se estima que entre un 5% y un 20% de especies exóticas que llegan a un territorio se convierten en invasoras. Suelen ser casos bastante agresivos, con gran capacidad de adaptación y de gran éxito reproductivo”, describen los especialistas del Gobierno de Aragón.
De hecho, “los ecosistemas nunca han evolucionado en absoluto aislamiento. Aunque montañas y océanos han sido grandes barreras naturales para la expansión de muchos seres vivos, no han evitado los movimientos naturales de especies a lo largo y ancho del planeta”, aseguran los científicos. “Estamos, pues, ante una tendencia histórica, pero el progreso de la sociedad ha hecho que las barreras geográficas desaparecieran para el ser humano y, con esa movilidad, se han ido abriendo más puertas para otros seres vivos”.
Un problema que está afectando a todas las regiones del mundo y, por ello, se constituye como una de las mayores preocupaciones para la conservación de la biodiversidad en el planeta. Según el Departamento de Medio Ambiente aragonés, las EEI “depredan, desplazan o contagian a las comunidades nativas, pudiendo provocar su extinción”. Incluso “se han dado casos de hibridación con especies próximas, alterando el patrimonio genético de las poblaciones”.
También “causan daños a la agricultura, a la pesca, a la caza, a la industria energética, a las infraestructuras urbanas y al turismo, con el consiguiente perjuicio económico”. Y, en ocasiones, “son vectores o reservorios de enfermedades, que se transmiten a los seres humanos”. Por todo ello, este problema obliga a las entidades públicas y privadas “a invertir muchos recursos económicos, y desplazar medios y personal para combatirlo”.
Intrusos intencionados y fortuitos
Existen varias razones que explican la llegada de estos nuevos moradores a lugares en los que no tenían presencia. Aquí, se distinguen dos tipos de intrusiones. En primer lugar, las intencionadas, como las que se realizan con fines ganaderos, cinegéticos y silvícolas, o para uso en jardinería decorativa, en proyectos paisajísticos o en el control biológico de plagas.
Por otro lado están las introducciones fortuitas. En este caso, destaca el comercio de fauna, que genera el traslado de supuestas mascotas o animales dedicados a la peletería a ecosistemas que no son los suyos. “La mayor dificultad es que pueden transcurrir varios años desde que una especie comienza a comercializarse hasta que se demuestra –de forma oficial– su reproducción en libertad en el país de destino. Y cuando se confirma, el daño ya está hecho y su presencia en la naturaleza corre el riesgo de hacerse irreversible”, relata Alfonso Balmori.
De igual forma, hay que señalar el escape de plantas y animales durante el proceso de producción de alimentos o de investigación científica. También se ha observado la llegada de nuevas especies en los cascos de las embarcaciones, y como polizones en el transporte de productos. Incluso, “las obras de ingeniería –canales, túneles, viaductos o trasvases– ponen en contacto áreas geográficas distantes”, lo que estimula la llegada de EEI, denuncian los especialistas. Todo ello, en un contexto de cambio climático, que “agudiza el problema de hacer los espacios naturales más asequibles y receptivos a las especies invasoras”, confirma Alfonso Balmori.
Entre los factores que favorecen el proceso de invasión también se encuentra la existencia de ambientes o hábitats degradados, ya que muchas de las EEI “presentan un comportamiento pionero”. La “elevada frecuentación humana” estimula la invasión, ya que la actividad ciudadana “provoca la alteración del hábitat”. Las condiciones ambientales extremas son otro campo abonado para estos procesos, ya que las especies autóctonas tienen un “carácter específico y poco habituado a la competitividad”…
Esto ha llevado a que, según los datos del Gobierno de España, las especies introducidas en nuestro país se encuentren en torno al 15%, aunque en algunas zonas –como Canarias– dicho porcentaje se dobla, llegando hasta el 33%. Entre los hábitats más invadidos, destacan aquellos sometidos “a una fuerte presión antrópica”, situándose en torno al 70%.
Los invasores más preocupantes
Los casos más llamativos en nuestro país son los de la cotorra argentina, avistada por primera vez en libertad en 1975 en Barcelona. “Se importaron masivamente como mascotas domésticas, pero se acabaron fugando de sus jaulas de forma accidental o intencional” y ahora se encuentran distribuidas en áreas urbanas mediterráneas. Entre sus impactos más importantes, los sonidos intensos, la degradación de estructuras urbanas y los daños sobre la agricultura, al alimentarse de frutas y hortalizas.
También se ha de mencionar el caso del galápago de Florida, una especie de la que, desde 1989, se han importado millones de ejemplares en todo el mundo como mascotas. “A menudo se suelta en lagos y en ríos por particulares sin ningún tipo de control”, denuncian los científicos. “Desplaza a las dos especies autóctonos de la Península Ibérica, por ser más voraz y agresivo”.
Otra EEI de relevancia es el visón americano, que está llegando a nuestro país desde finales de la década de 1950 para su explotación en granjas peleteras. Han acabado en el medio natural peninsular por abandono o debido a actos premeditados de suelta, compitiendo con especies autóctonas, como el visón europeo, el cangrejo o la nutria.
El mejillón cebra ha llegado hasta España procedente de los mares Negro, Caspio y Aral, mediante el transporte marino y los aparejos de pesca. “Se detectó por primera vez durante el verano de 2001 en el embalse de Ribarroja”, aseguran desde el gobierno aragonés. En los últimos 22 años, su expansión ha sido imparable, propagándose por diversos puntos de la cuenca del Ebro. Algunos de sus impactos tienen que ver con la alteración de los ecosistemas acuáticos, o los daños en las instalaciones hidráulicas y de riego.
De igual forma, se han de mencionar los siluros, un pez de gran tamaño que puede alcanzar los dos metros y medios de longitud y más de 100 kilos de peso. Es originario del Este de Europa y de Asia. En 1974, el biólogo alemán Roland Lorkowsky introdujo alevines de esta especie en el embalse de Ribarroja, para repoblar el curso bajo del Ebro con predadores que frenasen “el aumento vertiginoso” de la población de carpas. Sin embargo, esta decisión desembocó en “alteraciones de la estructura trófica de los hábitats fluviales” y la predación de un gran número de comunidades autóctonas de peces, anfibios, roedores y polluelos de aves.
Para finalizar este breve repaso, hemos de mencionar uno de los casos más populares de EEI. Se trata del cangrejo rojo, originario del noreste de México y el sur de Estados Unidos. Fue introducido en las marismas del bajo Guadalquivir en 1974, con fines comerciales. Su presencia en España ha generado cambios en la red trófica, el ataque a anfibios autóctonos y la propagación del hongo Aphanomices staci, mortal para el cangrejo ibérico. “Su erradicación resulta muy difícil, por su elevada productividad”, aseguran los investigadores.
¿Cómo afrontar la situación?
A pesar de la envergadura del problema, siempre existen soluciones para abordarlo. “En la gestión de la naturaleza no es aconsejable esperar a observar un gran número de individuos y comprobar los daños causados”, explica Alfonso Balmori. Por tanto, es muy importante apostar por la prevención. “Es la actitud más inteligente, simple y viable, ya que, si esperamos demasiado, la erradicación de una especie puede resultar imposible. O, al menos, muy costosa”. Por ello, se debe evitar su entrada, formulando un diagnóstico de la situación, para poder adoptar unas adecuadas medidas de control y unas campañas de concienciación social.
Precisamente, “resulta de vital importancia la información al público y a las administraciones, a los colectivos profesionales y a las empresas, sobre la grave problemática que puede generar el empleo de las especies exóticas invasoras”, se explica en el Plan de control y eliminación de especies vegetales invasoras de sistemas dunares. “Se deben realizar propuestas de educación, sensibilización, comunicación y divulgación del público en general, y a inspectores y personal técnico”. Con este fin, “debe invertirse en la creación de sistemas de alerta y de mecanismos de control inmediato durante las primeras fases del desarrollo del problema”. Se han de identificar y controlar las vías de entrada de especies con potencial invasor…
Sin embargo, cuando las EEI ya se hayan instalado en el nuevo territorio, se tendrá que proceder a su erradicación. Para ello, se precisaría “un buen conocimiento biológico, líneas claras de trabajo y recursos adecuados para completar el proceso”, confirma el investigador Xurxo Mouriño. Pero cuando, por el tamaño de las comunidades, la eliminación de las EEI sea ya muy complicada, se debe afrontar su control poblacional. “En caso de no ser posible su desaparición, se ha de mantener la población de la especie en unos niveles bajos, mediante técnicas mecánicas, químicas o de manejo del ecosistema”, confirma Xurxo Mouriño.
Y, desde un inicio, se debe limitar el empleo de especies exóticas invasoras, ya sea en restauraciones de la cubierta vegetal, en plantaciones forestales o como alternativas ornamentales en jardinería. Al mismo tiempo, “sería conveniente ir sustituyendo progresivamente las EEI en la actualidad en jardines, en obras públicas, en terraplenes de carreteras… por otras opciones más inocuas”, recomiendan los especialistas.
Así, se podrá poner remedio –o, al menos, controlar– un problema que está afectando muy negativamente al contexto ambiental tanto de la Península Ibérica como del resto del planeta.
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