Heike Freire: “No podemos vivir pensando que el fin del mundo está ahí”

Heike Freire, especialista en ‘educar en verde’.

Es una enamorada de la Naturaleza y desde hace casi tres décadas imparte conferencias y formaciones para avanzar hacia la transformación educativa y el desarrollo humano. Heike Freire es autora de los libros Educar en verde’, ‘¡Estate quieto y atiende!’ y ‘Patios Vivos’, en los que difunde la ‘pedagogía verde, un enfoque educativo que promueve el bienestar y el desarrollo holístico de las personas. Docente, investigadora, pedagoga e inspiradora del cambio para que cada vez más escuelas y proyectos educativos se ‘renaturalicen’ desde los valores del cuidado y el amor a la Tierra. 

¿Cómo nace tu interés por la pedagogía?

Por interés familiar, hay varias personas en mi familia dedicadas al mundo de la educación que me han influido mucho. Pero como creo que la pedagogía se aprende con la experiencia, siempre digo que me hice pedagoga a los nueve años, porque en ese momento me cambiaron de cole. Estaba en una escuela muy innovadora en los años 70, vinculada a la naturaleza, no cargábamos con libros, no teníamos deberes ni exámenes, hacíamos asambleas, teníamos huerto, animales… Y me cambiaron a una escuela estricta, con mucha disciplina, había castigos, deberes, exámenes, todo lo contrario. En ese momento tuve claro qué prefería. Hay muchas maneras de educar.

Hablas también de tu abuela. ¿Cuáles fueron sus enseñanzas?

Me enseñó muchas cosas sobre las hierbas para curarme. Tengo el recuerdo, estando ya en la universidad, del tintineo de la cucharilla en la taza. Cuando estaba en su casa, cada noche me seguía llevando la taza de hierbas a la cama. Al final de su vida tenía Parkinson y por eso sonaba tanto la cucharilla dentro de la taza, por el movimiento de su mano. Siempre tenía hierbas para el catarro, la regla dolorosa, la digestión… En el mercado siempre compraba a las aldeanas, porque decía que no le echaban veneno a las plantas y buscaba las verduras pequeñas, feas, con defectos, porque tenían más vitaminas y eran más baratas.
Cuando era pre adolescente, en la guerra, vivió cosas fuertes en Asturias, y cuando se casó, llevó una vida normal, pero a los 50 años tuvo una crisis nerviosa (hoy diríamos brote psicótico), estuvo muy mal, pero empezamos a ir los meses de verano a las montañas, al campo, a la naturaleza. Yo la acompañaba, porque era la que tenía más vacaciones; llegamos a vivir esos meses en minúsculas aldeas o a dormir en refugios de pastores o al raso. Recuerdo caminar muchas horas, recoger arándanos y fresas salvajes, el sabor de la leche recién ordeñada… Una vida en la que ella se fue reencontrando a sí misma, recuperó la calma poco a poco, el sueño, y se fue sanando en unos años.

¿Cómo eras de niña y qué te sigue acompañando de esa niña hoy?

Yo creo que cuando creces nunca dejas definitivamente de ser niña. Lo he tenido muy presente; por muchos años que cumpla, siempre tendré ahí a esa niña viva dentro de mí. Es una niña muy alegre, con una alegría que brota de su interior, feliz simplemente por respirar, por el hecho de estar viva. Es inocente, muy cantarina, se asombra con cualquier cosa, con el canto de un pájaro, con unas lagartijas enroscadas, una tela de araña, el sonido de la lluvia, mirando a una persona, mirando los reflejos en la ventana… Ensimismada con cualquier cosa. Curiosa, espontánea, honesta y juguetona. Una niña que ama profundamente la vida. Ésta es la niña que llevo dentro y que creo que llevamos todos y todas; a veces la única diferencia es sólo la consciencia de que está todavía ahí.

¿Qué papel le damos a la infancia en nuestra sociedad actual y qué papel le deberíamos dar?

Me parece que le damos un papel muy secundario. Tenemos grandes discursos sobre lo importantes que son para el futuro, pero olvidamos su presente. Creo que somos un poco hipócritas, no les damos realmente la importancia que tienen. Les protegemos poco y no cuidamos sus necesidades vitales para poder crecer y desarrollarse de forma plena y saludable. Necesitan atención, cuidado, aire limpio, espacios verdes, silencio, tiempo de calidad para estar con su familia, para jugar, para interactuar con los elementos, con la Tierra, con otras especies. Tiempo para sentir, imaginar, explorar y descubrir con libertad. Y la verdad es que se prioriza que aprendan muchos datos, el uso de la tecnología, en función de ese supuesto futuro. Se atiende muy poco a las familias, que están desbordadas. Como decía Francesco Tonucci, los niños deberían ser la medida de todas las políticas, aquello que es bueno para ellos es bueno para todos. La capacidad de amar la vida y de relacionarse con otros seres vivos como iguales son valores de la infancia que necesitamos urgentemente recuperar. Hablan con las hormigas, con las plantas, tienen de forma innata ese ser natural del que necesitamos aprender en el actual estado de desarmonía con la Tierra en el que estamos.

¿Cuál es la importancia del juego, eso que a las personas adultas también a veces se nos olvida?

El juego es una actividad libre y ancestral en la que eliges por tus propias motivaciones lo que quieres hacer. Del juego disfruta el que lo hace y el que lo ve. Es algo activo, pone el foco en el proceso, no en el resultado, es creativo, nos conecta con la capacidad de creación; como decía el biólogo Humberto Maturana, lo que caracteriza la vida es la autopoiesis, la autocreación. Es un instinto que compartimos con los animales; los seres humanos lo hemos llevado a unos niveles muy altos, es la máxima expresión de la inteligencia vital de nuestra especie. A través del juego nos completamos, maduramos, nos desarrollamos.

Uno de tus libros, ‘Educar en Verde’, habla de la ‘pedagogía verde’. Llevas muchos años educando, formando, ¿cuáles serían las principales aplicaciones de esta pedagogía?

Es un enfoque educativo que creé hace casi 20 años; toda la vida he estado preocupada por  la relación del ser humano con la naturaleza y esta pedagogía verde busca acompañar el desarrollo humano en contacto con la naturaleza. El ser humano como especie se ha completado y ha madurado en su evolución en contacto con la naturaleza, siempre ha sido así. Sin embargo, hemos ido construyendo una cultura que va completamente en contra de la naturaleza, no sólo de ésta entendida como el conjunto de los seres vivos, sino en contra de nuestra propia naturaleza. Es una cultura que tiende a destruirla. La pedagogía verde es también un planteamiento filosófico sobre cómo podemos transformar nuestra cultura para caminar hacia una sociedad que viva en armonía con el planeta. Es un gran desafío. La educación es transformadora, en todos los niveles. Para poder transmitir el amor por la Tierra, necesito cultivarlo en mí. Necesitamos un cambio de cultura, no sólo una transición ecológica basada en lo material. Es algo mucho más profundo.

¿Qué cambios podemos incorporar en lo cotidiano para ‘renaturalizar’ la vida?

Los pueblos indígenas tienen una relación intensa, la naturaleza es su familia. Cuando vivimos en ciudades pensamos que no hay naturaleza, pero yo estoy en Madrid y sé que al lado hay un olmo donde un mirlo ha hecho un nido. Sé que hay plantas, insectos, que viven alrededor de mi casa en plena ciudad. La forma de vida urbana nos desconecta de la naturaleza porque la ciudad expulsa la tierra, pero también es cierto que vivimos de una manera en la que no prestamos atención cuando pasamos junto a un árbol, un parque. No lo vemos por la sobre-estimulación. Lo primero que podemos hacer es trazar un mapa de todas las especies vegetales, animales, minerales que viven alrededor de nuestra casa. Da igual dónde vivas, hay seres vivos alrededor, conéctate con ellos. Conectar es abrir los ojos con atención, sentir la alegría que produce ver la vida.

Esto como primer paso, luego hay mucho que se puede hacer: renaturalización de las escuelas, de los patios, construcción de vínculos con los espacios naturales que estén cerca, renaturalización de los espacios de trabajo, dejar de darle la espalda a la vida. Empezar a sentirla alrededor y dentro de nosotros.

Respecto al cambio climático, se intenta concienciar desde la culpa y el miedo constantemente; de hecho, se habla de ‘ecoansiedad’. ¿Éste es el mejor camino para llevar a cabo esta transformación social y cultural?

No, en absoluto. Y esto es grave en niños y adolescentes. Yo defiendo una pedagogía basada en recuperar el vínculo amoroso innato que tenemos todos los seres humanos y salir de la culpa, del miedo y de esas narrativas. Respeto mucho a los colapsólogos y creo que cada uno tiene su trabajo, pero hace años que dejé de salir a cenar con ellos. No podemos vivir pensando que el fin del mundo está ahí, que nos vamos todos al carajo, que vamos a destruir la Tierra y esto es insostenible. Estamos convencidos de que la especie humana es mala para el planeta y no hay marcha atrás. ¿Cómo podemos revertir esto? Estas visiones siniestras, apocalípticas, culpabilizadoras, vergonzantes, ¿adónde nos pueden llevar?

Es evidente que tenemos un problema en nuestra relación con el planeta, pero lo importante es desde dónde podemos solucionarlo. Hay que cambiar esa narrativa. El ser humano no ha sido siempre dañino para el planeta; cuando más lo ha sido es en los últimos 300 años, en la época industrial, según los estudiosos. La interacción humana con otras especies se ha dado también desde otros lugares. Venimos al mundo con ese amor por el planeta, trabajemos la educación ambiental desde cómo despertar, estimular nuestro amor por la Tierra; creo que es un camino más saludable y más constructivo que el miedo, el colapso y la culpa.

¿Cómo influye esta falta de conexión con la Naturaleza en la salud?

En todo. Ansiedad, problemas de sueño, problemas pulmonares, problemas respiratorios.

Richard Louv creó el concepto de déficit de naturaleza para explicar que muchos trastornos infantiles de atención, de hiperactividad, miopía, obesidad, problemas de relación social, afectividad, todo es falta de naturaleza, por lo que no puedes desarrollar tu propia naturaleza. Los seres humanos somos seres afectivos que tendemos a la salud, pero cuando vivimos en contextos encerrados, antinaturales, sin movimiento, surge la enfermedad.

¿Cuál es el aprendizaje más valioso que te ha entregado la Naturaleza?

Son muchos. Te enseña a ser paciente, a atender el proceso, ser generosa, cuidar, cuidarte, amar la vida, crear, te enseña la belleza. Son valores tan profundos, tan importantes para la vida, y los enseña la Tierra. Vienen de la vida y la cultura los reproduce. La Naturaleza te enseña el valor sagrado que tiene la vida.

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