‘Vladimir / Lolita’, ¿cuáles son los límites del deseo?
‘Vladimir’, ganadora del I premio Lumen de Novela, es un relato profundamente perturbador, un thriller emocional y erótico en el contexto de un mundo que se apaga. Una profesora que huye, un hombre que la acoge en medio del caos y un adolescente hacia el que la mujer siente una atracción irresistible. Una vuelta de tuerca al clásico de Vladimir Nabokov ‘Lolita’. ¿Cuáles son los límites del deseo y las relaciones de poder? Entrevistamos a su autora, Leticia Martín (Buenos Aires, 1975). ¿La perversión persigue a la protagonista por convicción o por trasgresión? ¿Es una enferma o una mujer que defiende su deseo por encima de las normas patriarcales?
La novela, de manera muy audaz, comienza anticipando los hechos, pero, a pesar de la gravedad de los mismos, su protagonista no pierde en ningún momento la calma. Todo parece en su exilio, que por otra parte no es más que una vuelta a su país de origen, a su infancia, a ese lugar en el que el pecado lo comenten otros, los dictadores, un ejercicio de extraña templanza o de autoayuda. Sin embargo, por el peso de las reflexiones que extiende ante el lector se percibe como un texto escrito al final de la narración, como un epílogo trasgresor que quiere cambiar la naturaleza de su significado. ¿Estoy en lo cierto?
No pensé nunca en escribir un epílogo ni en bajar línea o tratar de explicar algo o dejar un mensaje a los lectores. Sí creo que, aunque no lo queramos, quienes escribimos usamos a nuestros personajes, o los creamos, para traficar de forma solapada algunas ideas, o poner en cuestión otras. Las ideas irremediables. Las ideas que se cristalizan en la propia síntesis que hacemos a lo largo de los años entre experiencias, ideas y saberes. Esas que no podemos sacarnos de encima hasta que las escribimos, volviéndolas por fin algo exterior a nuestro pensamiento.
Importantísimo es el impacto estético que la narración surte en el lector. Hay una brutal naturalidad en la forma en que su protagonista se enfrenta al acoso social y académico. Imagino que la ruta de su exilio es premeditada, no sirve ningún lugar para salir si no es aquel que una vez fue prisión, la Argentina de la dictadura. Imagino que necesitabas completar ese ciclo para darle a Guinea la prestancia y la potencia con que la presenta en las primeras líneas. El infierno siempre abre sus puertas de par en par cuando lo que necesitamos es la salvación. ¿Te acogiste a la estética para dejar claro ese mensaje a través de las ataduras con que la protagonista marca la piel de quien lee?
Gracias por esta pregunta. Tu interpretación me conmueve. De nuevo, gracias. No lo había pensado, pero es un buen punto. Huir hacia uno mismo. Huir buscando libertad en el lugar que antes te la negó, que te rechazó por tus ideas. Es un hermoso oxímoron. Un deseo de darle a esa geografía y esa historia pasada una segunda oportunidad, una similar a la que Guinea se está dando a sí misma.
Sorprende mucho que viniendo del lugar emocional del que viene Guinea se permita hacer ese primer viaje, por lo que ella siente como la tierra prometida, con un desconocido. ¿Elegiste ese escenario para conseguir purificarla, para aligerar sus cargas, para que pudiera optar a su resurrección social, para que pudiera encontrarse sin intervencionismo alguno con esa biografía suya pasada y futura tan controvertida? ¿Añadiste el escenario apocalíptico en el que se desarrolla la acción para poner de manifiesto que Guinea no emprende su viaje para pedir y pedirse perdón, sino para afianzar con cada gesto su lugar en el mundo?
¡Qué difícil responder esto! Una casi siempre planifica cuando escribe, y yo lo hago, pero soy de las personas de fe que, en medio del trabajo disciplinado, sabe entregarse al devenir, a la casualidad o al azar de eso que el inconsciente pone en el camino de la narración casi sin que nos demos cuenta. Soy respetuosa para trabajar esos giros y también sé esquivarlos a veces. No busqué eximir a Guinea colocándola en el auto de Rostov ni hacerle expiar sus culpas. Simplemente me cuadró el momento de hacer entrar al segundo personaje con las acciones de un devenir que ya iba ocurriendo de todos modos. Es una buena lectura la que sugieres en torno al porqué del escenario distópico. No me animo a contradecirla. Lo que sí es verdad es que no lo sabía al escribirlo. Alguien a quien respeto mucho como escritor me sugirió eliminar ese contexto y dejar solo el drama del abuso. Lo intenté, pero volví atrás. El Gran Apagón me aportaba la urgencia necesaria para que los hechos posteriores sucedieran como yo imaginaba. Ese fue el motivo realmente.
Guinea, tu protagonista, no tiene miedo del paisaje, de los desconocidos. No tiene miedo del pasado, ni del presente, y desde bien pronto deja claro que tampoco del futuro. Has construido una heroína ahíta de pecados, una mujer que a priori ha de ser juzgada y que no obstante acaba enamorando al lector pese a su tendencia a la perversión más absoluta y diezmadora para su porvenir. No le niegas ningún deseo a su protagonista, ¿No temiste que su fortaleza y su voracidad casi masculina perjudicaran su credibilidad?
No. Creo que alguien que puede traspasar el límite que Guinea cruza es más o menos alguien así de voraz, así de animal, así de carente de marcos y represiones. Todo el tiempo busqué ejemplos y perfiles de mujeres que se animaron a matar, a violentar a otros, a robar, a violar… y me encontré con cosas aún más increíbles que este que me animé a escribir, como es el caso de una madre y su novia que violaron y golpearon a su hijo hasta matarlo. El horror existe y no porta género.
Las palabras de tu protagonista son profundas hileras de inteligencia. Ella observa e introduce la reflexión para cuantificar errores. Hay mucha serenidad en el caos de Guinea y a la vez hay mucho caos en su brillante serenidad. Es contradictorio, pero muy práctico que haya creado un personaje que no se aísla a pesar de sus faltas y las hondas pisadas que deja en su huida. Guinea es un personaje inclusivo, empático y muy atractivo durante toda la narración, pese a que su actuación sea un nido de brutales atrocidades. Guinea es uno de esos personajes que se intuye que mantiene en vilo el pulso del escritor. ¿Te costó escribir algunos pasajes de esta espléndida y valiente novela? ¿Quisiste en algún instante llenar de silencios las estruendosas coartadas con que una y otra vez Guinea quiere alimentar a su conciencia?
Está bueno eso que dices de Guinea como alguien que argumenta para permitirse el error y permanecer en él. Ahora que lo pienso, es cierto que ella nunca pierde el control, solo una vez se permite llorar mirándose al espejo en toda la novela. Necesitaba esa voz que le habla para animarla a volver a dar el mal paso sin juzgarla, narrándolo desde su cabeza, intentando imaginar qué piensa alguien que se anima a hacer algo semejante. Cuando necesité silencios, la dejé sola, la alejé de los otros dos personajes, la saqué de la casa y la mandé a buscar comida en lo que terminó siendo un saqueo del que, sin ningún prurito, ella formó parte.
La novela comienza con la salida de tu protagonista de una ratonera social y sexual. Y continúa por un camino en el que el futuro fabricará una ratonera construida por otros factores. Mientras se avanza en la lectura, es fácil imaginar lo duro que debió ser conquistar ese equilibrio tan claustrofóbico. Sin embargo, Guinea no lo manifiesta en ningún instante. Es un personaje intuitivo, descarnado, libérrimo. ¿No te costó convivir con un lenguaje y una escenografía emocional tan desinhibida? ¿No fue complicado mantener dentro de la coherencia a una mujer libre obligada a enclaustrarse entre los muros de una casa que exhala terror y deseo en la misma proporción?
Sí, quizá eso es lo menos logrado de la novela. Guinea busca salir todo el tiempo, incluso esconde comida para salvarse a ella misma (porque se anticipa a las acciones de Rostov y su hijo) con ánimos de supervivencia y restando importancia a los que han sido generosos con ella (por el motivo que sea). Pero, a la vez, siempre es empujada a la ratonera. Su impulso vital es indestructible. De eso me di cuenta en el salvajismo que planteé sobre el final. Pensé que alguien sin límites solo piensa en sobrevivir y hace todo para ello. Una pulsión animal la recorre y la anima. Ese doblez es el que me hace amarla y odiarla a la vez. Claro que por momentos quise sacármela de encima, terminar la novela de una vez. No es agradable convivir con el discurso del amo, mientras se escribe un personaje así.
Tu protagonista es una fiera lingüística, dueña de un desparpajo y un autoritarismo verbal que llaman poderosamente la atención. Todas las palabras caben dentro de su boca, no le teme a la verdad, ni a la necesidad ni al juicio. Tu protagonista pronuncia frases como estas: “Eran días de desesperación y ansiedad”. “Yo andaba sucia por los claustros y las aulas de la ciudad”. Es como si un sexto sentido le hubiese procurado una gran cantidad de información privilegiada que le permitiera vivir al límite. Ella fomenta el holocausto social al que se verá abocada, a ratos se vanagloria de su vehemencia, de su actitud y, a pesar de todo, consigues que sea un personaje íntegro, irreductible. Hay una filosofía muy valiosa en tu forma de presentar a Guinea. Aunque su futuro depende de sus actos, su vida no depende de su futuro. ¿Cómo lograste que anduviera en la mente del lector sin que este tuviera la necesidad de enjuiciarla? ¿Supiste desde el principio que el éxito rotundo de esta novela recaía en que Guinea no quisiera ser una víctima?
Supe que Guinea no debía dudar, sino manipular, ser fría y demagógica, algo perversa. De a poco iba desvelando el perfil de alguien que hace sufrir a otros, que es tan narcisista que no piensa en las consecuencias de sus actos. Nunca supe que eso iba a funcionar. Para nada imaginé que iban a creerme. Nunca lo hago. Me olvido un poco del resultado mientras escribo. Aún me pregunto por qué el premio, por qué a mí, por qué ahora. Son hermosas preguntas que no tendrán respuesta y que me llenan de intriga e inquietud.
‘Vladimir’ es un libro que, a pesar de su apariencia distópica, está muy apegado a las grandes catástrofes, y la violencia que ha debilitado la geografía emocional del mundo, tales como el atentado de las Torres Gemelas. A veces la presencia de argumentos distópicos radica en las heridas que heredamos del pasado, en la necesidad de que queden cicatrizadas para evitar predecibles colapsos. ¿Es este el caso de tu novela?
2001, Torres Gemelas, los 70 y las otras dictaduras en Argentina y Latinoamérica, Charlie Hebdo, Atocha, Amia, Pandemia. No viví las dos Guerras Mundiales, pero somos nietos de sus protagonistas. Nuestras familias fueron separadas sin desearlo por esas dos olas inmigratorias. Hoy Ucrania y Rusia están en guerra y el mundo entero está involucrado en esa horrorosa empresa de la que casi no se habla. El siglo XXI no tiene nada que envidiarle a las tragedias del siglo XX. La evolución es al mismo tiempo retroceso. Ojalá la literatura pudiera incidir en algo en cuanto a la prevención de alguna cosa. No lo creo. Pero ojalá así fuera.
‘Vladimir’ es también una novela muy sensorial, pero no solo por la evocación sexual sobre la que se sostiene la memoria de Guinea. Sus personajes son zahoríes emocionales que rastrean lo útil, que lo abonan, que guardan secretos, y que viven asidos a aquello que los vivifica en mitad del caos. Hay mucho deseo en la destrucción que acorrala a sus protagonistas, la oscuridad en su novela posee una luminosa excentricidad que lo inunda todo. ¿La perversión persigue a Guinea por convicción o por trasgresión? ¿Es una enferma o una mujer que defiende su deseo por encima de las normas patriarcales?
No lo sé, tiendo a pensarla como una mujer que lucha contra sus pasiones más oscuras y no puede. No puede. No puede y se deja arrastrar.
En tu novela hay una manera muy locuaz y efectista de mostrar la feminidad. Una manera poco convencional de empoderar a una mujer. Una ilimitada forma de crecimiento personal en tu protagonista. No quiero desvelar nada, pero Guinea acaba siendo un personaje incontrolado e incontrolable. Un personaje que no es fácil defender y que muestras sin fisuras pese a su avance vital. Guinea es un monstruo compacto y productivo, una máquina perfecta cuya conducta no deja de impactar nunca. Impacta su calma e impacta su vehemencia. Desarma su claridad, no hay nada opaco en su a ratos reprobable conducta. ¿Cómo planificaste la batalla con esta mujer que nace del desequilibrio conductual y que durante toda la novela va tejiendo un inagotable y subversivo equilibrio?
Gracias por leer todo eso en Guinea, de corazón. Como te decía antes, no planifiqué tanto al personaje más allá de esos rasgos que te mencionaba. Sólo sabía que un acto era el único que la sustraía de la desesperación y armé todo para que ese acto sucediera. Lo demás, no sé. Es territorio de los lectores y la crítica.
Tus personajes masculinos son capaces de construir una vida dentro del caos. No se dan nunca por vencidos. Ni siquiera lo hacen cuando se ven abocados a convivir con una desconocida. Y precisamente es ahí, en esa convivencia a priori aséptica y fruto de la causalidad, donde reside una de las partes más atractivas de la novela. Tus personajes masculinos son espontáneos y no les preocupa el precio que deban pagar por ello. ¿Ideaste esa frescura en ellos para potenciar la trágica dependencia de Guinea de su deseo?
Sí, eso fue exactamente así. Necesitaba el contraste de géneros y del adentro afuera de la casa y de la cabeza de Guinea.
A pesar de los tintes futuristas que tiene tu novela, tu protagonista tiene ecos de pasados personajes. Nos hace pensar en la temible Madame de Merteuil de ‘Las amistades peligrosas’. A ambas se le vuelve en su contra su acérrima manera de desear y de manipular a quienes desean. ¿Ha sido pura coincidencia o has querido mezclar el fulgor del Apocalipsis de Guinea con ese cautivador e inteligentísimo modelo femenino que se arriesga a todo sin importar las consecuencias que conlleva ese riesgo?
Alguien me dijo que Guinea le recordaba a Blanche Dubois, el personaje principal de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, dramaturgia que leí y adoro. Igual me pasa con la protagonista de El lector, de Bernard Schlink. Son partes o fuentes del Frankenstein que uno termina creando al intentar abordar un personaje. Y habrá todas las referencias y lazos que el lector quiera. Porque esa es la finalidad de quien escribe: hacer que el lector establezca nuevas conexiones en la búsqueda del sentido.
Para terminar, me gustaría darte la enhorabuena por esta resurrección macabra con que alimentas a tu portentosa Guinea. No has tenido conmiseración con aquellos que han querido coartar su naturaleza. Has resquebrajado todos los límites narrativos y visuales para hacer de ‘Vladimir’ una experiencia única para el lector y con ella has ganado un premio literario que comienza su andadura pero que ya exhala prestigio. Si el destino de esta historia hubiese sido una editorial y no un premio, ¿te hubieses permitido escribir la novela que has escrito? ¿Te hubieses permitido crear a la protagonista que has creado, ese demonio lúcido e incómodo que le da sentido a la verdadera literatura?
No escribí pensando en el premio. Nunca hasta hoy creí en los premios. Como siempre lo hago, escribí pensando que la novela era lo más importante que tenía para hacer cada día, durante los casi tres años que tardé en escribirla. Una amiga me dijo que tenía que enviarla al premio. Ya la había enviado a unas 10 editoriales y empezaba a decepcionarme por no lograr ubicarla en una buena casa editora. Aprendí desde el primer día de junio en que recibí el llamado del jurado, que determinaron este veredicto que me honra, que debo confiar más en mi trabajo.
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