Cómo nacen palabras como átomo, zoonosis, sostenibilidad, DANA, ecoansiedad
Antonio Martínez Ron es periodista científico y escritor. Hace 17 años comenzó a recopilar sus palabras científicas favoritas y pasó años pensando cómo darles forma en un libro. “Durante siglos la ciencia se vio forzada a inventar nombres para instrumentos, criaturas y conceptos que antes no conocían o no existían”. Ya con las ideas claras, Martínez Ron ha realizado un bello diccionario, que no es necesario leerlo de una vez. Se puede ir saboreando palabra a palabra para comprender el gran mundo que la rodea. ‘Diccionario del asombro’ (editorial Crítica) es una historia de la ciencia desde la A de átomo a la Z de zoonosis. El autor ha pretendido construir una historia del asombro y lo ha conseguido.
Hay varias definiciones de asombro según la Real Academia de la Lengua: 1. Gran admiración o extrañeza. 2. Susto, espanto. 3. Persona o cosa asombrosa. ¿Cuál elegirías?
Me gusta la mezcla, que sea válida tanto para algo espantoso como para algo maravilloso. Siempre me gustó esta palabra. Hace años comencé a escribir un blog que se llamaba Fogonazos, ahí empezó un búsqueda que me llevó al campo de la ciencia, a la literatura y a mi amor por las palabras. Este libro es el punto de unión de mis dos pasiones.
Comencemos por el ABC. Átomo, bacteria y cálculo, todas ellas de actualidad y que siguen construyendo nuestra contemporaneidad.
Mi intención era realizar una narración con la historia de la ciencia a través de las palabras, conocer cómo los científicos habían llegado a ellas. Mi licencia fue ordenarlo como si fuera un diccionario; lo difícil era elegir los términos adecuados, así que opté por los más básicos y universales para llegar a los más modernos y complejos. Por eso empiezo por átomo, palabra griega de gran recorrido, y termino con palabras como wifi, o yottabyte.
Átomo para mí era una palabra fetiche, cuyo significado es indivisible; quien la recupera de los griegos fue John Dalton y le dice a sus colegas que dejen de utilizar palabras como partícula o molécula, ya que átomo es más expresivo. Este es el espíritu que transmite el relato del libro. Es el intento de los científicos de los últimos 200 o 300 años de inventar una especie de lengua universal que les permita entenderse entre ellos y con nosotros.
¿Y la B de bacteria?
Bacteria, más importante imposible. Es otro ejemplo de la evolución de los vocablos. A la bacteria se le acabó su significado muy pronto, era un género que llego a denominar a todo el grupo. La bacteria abarca todas las formas, tanto alargadas como redondas. El término bacteria cuajó mucho, gracias al éxito comercial de un libro del botánico alemán Ferdinad Cohn en 1872. A partir de ahí se usa tal como la utilizamos ahora. Él propuso también, para que no hubiese confusión, el término bacilo derivado del latín Bacillum. El éxito de esta palabra fue tal que hasta Ramón y Cajal, cuando empieza a hacer sus pinitos en libros de ciencia ficción, los firma como el Dr. Bacteria.
Y cálculo, ahora que estamos inmersos en la dominante economía y en los
algoritmos que todo lo cuantifican.
Este término lo elegí, porque no tiene no tiene una localización exacta ni un tiempo concreto; sin embargo, me permitía hablar de algo muy importante como son las matemáticas; además, también tiene ese doble sentido. Cálculo como piedra; los romanos enseñaban a contar con piedrecitas, puede remitir también a medicina. Se da la coincidencia de que los dos grandes personajes del calculo infinitesimal, Newton y Leibniz, murieron por cálculos en el riñón y la vesícula.
El libro puede ser una historia de la ciencia.
Cuando tenía las palabras delante, realicé una lista cronológica y me di cuenta de que si hacía esto era una forma distinta de contar la historia de la ciencia, que ha sido escrita desde muchos puntos de vista, pero no tantas con este hilo conductor. Me interesaba mucho conocer cómo los científicos tuvieron que hacer el esfuerzo de poner los nombres a los nuevos descubrimientos y cuál fue la discusión que se dio para su adopción, bien entre ellos, pero también sus discusiones con escritores, poetas. Creo que es el valor del libro. Hacer este ejercicio fue un placer enorme al ir descubriendo joya tras joya en el hecho de nombrar las cosas. Con las terminologías había mucha confusión, así que se
necesitaba poner orden.
Muchos de los términos son conocidos, pero también eliges algunos que no lo son, como ‘qualia’, relacionado con la neurociencia.
Elegir qualia fue una decisión difícil, ya que palabras que empiecen con Q son difíciles de encontrar, pero esta en concreto representaba una parte de la ciencia, y se unía a una entrada anterior que es neurona. Cuando pensamos en el complejo sistema nervioso, tanto de los humanos como de los animales, qualia abarca las cualidades emergentes que se producen en estas conexiones; es una palabra que se elige para definir lo indefinible, aquello que de alguna manera no podemos transmitir a otros. ¿Cómo te defino el color rojo? Es lo que percibimos individualmente, un debate fascinante. Describir las sensaciones subjetivas es complicado y un desafío. Se utiliza la palabra en
neuropsicología.
A estas alturas supongo que hay consenso para todos los términos.
Se ha estandarizado todo mucho, los tiempos de la confusión han pasado, pero a lo largo de la escritura me di cuenta de que hay un momento en que los científicos de las distintas áreas se tienen que parar y decir: vamos a ponernos de acuerdo, porque estamos llamando de distintas forma a lo mismo. Todo comienza con el enorme trabajo de Carlos Linneo de clasificación. Pero hubo conflictos con la denominación de algunos animales, en las que estuvo inmerso Darwin. Pasó lo mismo con las unidades de medida, pero era necesario ponerse de acuerdo para probar los experimentos de los otros; también con las partes de la anatomía o los nombres de los medicamentos.
¿Quiénes han sido los ‘supernombradores’ en la ciencia?
En el apéndice final del libro recojo una nomina de supernombradores, los nombradores más prolíficos. La cabecera la ocupa Linneo, pero hay personajes fascinantes como Jacob Berzelius, que es el Linneo de la química (catálisis, polímeros, isómero y alótropo). Hay casos muy bonitos, como el de Wilhelm Waldeyer, que nombra solo dos cosas, pero son tan importantes como la neurona y el cromosoma, que lo clavó; fue todo un genio desde el punto de vista del naming.
Es espantoso que solo haya hombres. A lo largo del libro explico que las mujeres sistemáticamente eran excluidas, como Lise Meitner, con el descubrimiento de la fusión. Tenemos el caso de los púlsares y Jocelyn Bell. Los transposones de ADN de Barbara MacKlintock. Los científicos que hablan de los transposones en la mosca no se dignan a nombrarla.
Falta en el libro la ñ, tan española.
Sí, no la he utilizado, era muy forzado meterla, hay pocas palabras que comiencen con ella, aunque he hecho un apéndice de ciencia con ñ. Hay palabras que originariamente fueron ya en español, como corona para la luminosidad de un eclipse, que fue bautizada en 1806 por el español José Joaquín Ferrer. Tenemos también el fenómeno del Niño, denominado así porque coincidía con la época de Navidad. Hemos sido exitosos en
meteorología con Tornado, DANA. Esta última tiene la belleza del homenaje de Ángel Rivera a su colega Francisco García Dana, además de tratar de evitar la confusión con la gota fría.
Está bien terminar con zoonosis, una palabra muy utilizada hoy día.
Sí, intenté llevar actualidad al libro. Sin embargo, es una palabra relativamente antigua, es del siglo XIX, acuñada por el patólogo alemán Rudolf Virchow. Ya se tuvo la visión de que era importante velar por la salud animal, porque que es también la nuestra. Es casi contemporánea de la palabra ecología, por eso ese capítulo recoge la crisis global que estamos viviendo y la necesidad de crear términos nuevos para nuevas situaciones, como la solastalgia, que es el dolor de ver destruido el paisaje, la ecoansiedad, los tecnofósiles, el propio cambio climático, la sostenibilidad…
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