Ayuso, empecinada en talar; los vecinos: “No nos moverán”
Cuando hace unos días la Comunidad de Madrid se ‘auto-otorgó’ permiso ambiental para eliminar casi un millar de árboles maduros en una ciudad acosada por el cambio climático, hormigonada por doquier, fueron muchos los vecinos y vecinas que se revolvieron por dentro. Los cientos de alegaciones presentadas contra la reforma de un proyecto de metro acababan en la basura. Ni las mentiras manifiestas de quienes lo van a perpetrar, ni las decenas de protestas desde febrero pasado con muchos miles de vecinos de los barrios afectados, ni las denuncias en curso en España y ante el Parlamento Europeo. Nada frena al gobierno de Isabel Díaz Ayuso. Pero tampoco a quienes, ya adelantan, van a pelear hasta el final. Es su particular “no nos moverán” en su convicción de que sin árboles no hay futuro.
No se rinden pese a que si hay algo que en estos últimos 10 meses ha intentado por todos los medios ese gobierno de Ayuso ha sido manipular. Ya en enero pasado los vecinos de Arganzuela recibimos por carta la noticia de que se construiría una estación de metro nueva, llamada Madrid Río, debajo del Paseo de Yeserías. ‘Anda, mira qué bien’, pensamos. La Junta del distrito se refería al proyecto aprobado, con su declaración ambiental correspondiente, para ampliar la línea 11. Iba a afectar, en total en Madrid, a 79 árboles. Pero ¡sorpresa!: al mes siguiente, una valla en blanco y rojo en torno a la histórica arboleda de plátanos de Arganzuela hizo saltar las alarmas. Y así nos enteramos de que la estación se construiría bajo ella, lo que significaba eliminar (lo llaman apear en los documentos, que no suena tan mal) cientos de árboles, a sumar a otros muchos por toda la ruta de una ampliación que había sido replanificada en zonas verdes (1.375 ejemplares iban fuera entre talados y dudosos trasplantes).
La investigación vecinal, con la asociación Pasillo Verde Imperial a la cabeza, pero también con cientos de familias anónimas indignadas ante tamaña pérdida de vida arbórea, no se hizo esperar. Y se descubrió que ese cambio no tenía informe de impacto ambiental (pese que era una nueva ubicación); y que los metros cuadrados afectados de zonas verdes en la ciudad pasaban de 20.000 a 48.000; y que la obra la financiaba en parte el Banco Europeo de Inversiones (BEI), conocido como el “banco del clima”; y (el colmo) que las excusas técnicas puestas para arramblar con los árboles en Madrid Río eran falsas o estaban manipuladas.
Conviene profundizar en este punto: resultó que el argumento sobre una tubería del Canal de Isabel II que, nos dicen, será dañada con la estación en la calle, lo es también si se pone en el parque, según sus propios documentos; que las líneas de alta tensión, que también son impedimento, ya se cambiaron al soterrar la M-30 sin más problemas que poner más dinero, como señaló uno de los arquitectos implicados; que con la estación bajo el parque se acerca más a los túneles que aseguran que se ponen en riesgo; y que el tráfico es ínfimo en esa calle (algo evidente a poco que se conozca), lo mismo que los comercios, sobre todo bares, a los que el paso continuo de grandes camiones y el polvo dañará igualmente. ¿A qué vino entonces modificar el lugar de la nueva estación de Arganzuela, si no es para facilitar el trabajo a las grandes empresas contratadas para la obra, y con ello que les salgan mejor las cuentas? Así que se denunció a los tribunales, al Defensor del Pueblo y hasta en Bruselas.
Ante una movilización ciudadana diaria, y durante meses, en defensa de la arboleda
–que luego se fue contagiando a otras zonas afectadas, como el parque de Comillas, donde se situó la entrada de la tuneladora–, la obra se paró. Desde la Comunidad de Madrid se vendió a los medios que se iba a estudiar el caso de cada árbol (algo que ya estaba en el primer proyecto) y que muchos se trasplantarían (con ejemplares de más de 15 metros de alto y más de 60 años de vida ningún experto o técnico lo ve factible, salvo con un coste desorbitado). En definitiva, pareció que reculaba, cuando seguía en las mismas: un proyecto de estación bajo lo que hoy es una esplendorosa arboleda. Con un verano asfixiante, con temperaturas superiores a 40 grados al sol, aumentaron las protestas, porque ¿cómo podemos prescindir de sombras, cuando toda la evidencia científica nos dice que el calor irá a peor y necesitamos reverdecer las urbes? ¿Quieren cambiarlos por toldos, como los que ya se proyectan en la recién reformada Puerta del Sol? ¿Compensa esa pérdida irrecuperable por una estación que no fue demandada en el barrio, aunque sí fue bienvenida puesta en otro lugar?
Y así llegamos a finales de julio, cuando las autoridades sorprendieron con un informe de impacto ambiental simplificado de su nuevo y talador proyecto. Era su respuesta a una ilegalidad evidente: el informe anterior no valía. Este nuevo rebaja de 1.027 a 676 los árboles a destruir y de 345 a 203 los supuestos trasplantes. Total: 879 ejemplares. ¿Parece menos? Pues sí, pero no lo es. En realidad, es un 856% más que la primera opción ya aprobada, un dato que se trata de ocultar con alevosía manifiesta.
Además, simplificado significa que el trámite es más rápido, porque se considera un apaño de otro anterior. Que el original fuera en una calle y otro arrasando zonas verdes, a efectos del gobierno de Madrid parece ser pecata minuta. Aun siendo pleno verano, las asociaciones y plataformas vecinales organizadas en torno al No a la tala y Yo defiendo este árbol convocaron a sus expertos y en un trabajo muy exhaustivo presentaron 355 alegaciones, ambientales, históricas, sociales… Además, temiéndose que con la caída de la hoja llegara la caída de los árboles, recurrieron al Parlamento Europeo, donde se aprobó investigar esta tala masiva. A la vez, contactaron con el BEI para que supiera del cambio que se pretendía hacer con su dinero (este banco pone el 75% de los 500 millones para ampliar la Línea 11). Para todos el mensaje era claro: siempre a favor de más transporte público, pero no finiquitando cientos de árboles cuando hay alternativas, aunque salgan más caras.
Y así llegamos al pasado 16 de noviembre, cuando el gobierno de Ayuso sale por la calle del medio y se aprueba su segundo informe ambiental, dejando el grueso de las obras en parques. ¿A las alegaciones? No hay respuesta. La tuneladora sigue entrando en un parque y la nueva estación destruyendo gran parte de la arboleda. Para justificar la decisión, cada vez más vapuleada incluso por expertos ingenieros, explican que se pondrán árboles de igual porte –¿plataneros de sombra de entre 15 y 20 metros que crecieron durante 60 años?– y lo harán sobre lo que será una plataforma de hormigón. No es raro que cada vez más en el barrio comiencen a pensar que nos toman por tontos.
Por si fuera poco, para solventar que la arboleda de Arganzuela tiene protección municipal grado 2 (el propio Ayuntamiento ha reconocido que sus normas impiden destruirla), el gobierno de Ayuso se saca de la manga que esa nueva estación es una obra “de interés general” y, además, que debe hacerse “a la mayor brevedad posible”. Difícil de entender la urgencia de una obra que no pidieron los vecinos de Madrid Río, aunque bienvenida sea, que sigue denunciada en los tribunales, qué está pendiente de investigación en la UE, que incumple normativas, a la que se opuso la mayoría en un pleno municipal en Cibeles y que tardará muchos años en ser realidad.
¿Hay tanta prisa que no hay tiempo para reunirse con los representantes vecinales para explicarles, ya sin mentiras, por qué hay que hacer la estación bajo su parque? ¿Tanta premura como para que el concejal de Medio Ambiente, Borja Carabante, anuncie que dará autorización inmediata de tala en todos los parques, pese a que la Consejería de Transportes tiene que presentar un informe técnico de la ampliación en un plazo de seis meses? ¿Van a cargarse árboles que igual no era necesario talar en una obra que igual resulta ser ilegal? Son preguntas que suenan tan surrealistas como lo fue una reunión, la pasada semana, con la concejala del distrito, Dolores Navarro Ruiz (PP), que siendo su responsabilidad demostró no conocer el proyecto que afecta directamente a los ciudadanos de la zona que gestiona.
Ante lo que puede ser un inminente desastre una vez que la hermosa arboleda, ahora dorada, se quede sin hojas, se ha pedido la mediación del BEI, que a fin de cuentas pone el dinero, aunque una mediación no es posible si uno no quiere y la parte de Ayuso no da signos de querer meses de ninguneo absoluto. Los que no van a cejar en la defensa del arbolado son quienes lo ven desde sus ventanas, disfrutan de su compañía en sus paseos o, bajo sus ramas, juegan con sus niños en veranos cada vez más insoportables. Y no están solos. La ciencia, el activismo ambiental, incluso la más elemental cordura nos dicen de la importancia de los árboles urbanos. De todo ello se alimenta el chat Yo defiendo este árbol, un hervidero de energía comunitaria que ningún hacha arboricida va a conseguir talar.
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