Un estudiante y un camionero buscan la última sauna del mundo
Tras el éxito de su primera novela Lodo (2021), el periodista y escritor navarro Julen Azcona acaba de publicar La última sauna del mundo (ambas en la editorial Dos Bigotes). En ella, un estudiante de 23 años y un transportista de 40 recorren España de punta a punta en pleno estado de alarma, en busca de una sauna clandestina en la que poder dar rienda suelta a su deseo. Para amenizar el viaje, el joven le narra a su acompañante el comienzo de la novela que está escribiendo, una historia plagada de nostalgia, culpa y arrepentimiento, pero también llena de esperanza.
Quedamos en la terraza de un bar de Ronda de Toledo, Madrid. Julen tiene la agenda un poco apretada: acaba de volver de presentar el libro en su pueblo, Estella-Lizarra (Navarra), y al día siguiente sale para Córdoba, donde va residir durante el curso 2023-2024, gracias a una beca de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores; allí desarrollará su próximo proyecto literario y convivirá con otros artistas nacionales e internacionales.
¿Podrías definir en una frase de qué trata ‘La última sauna del mundo’? ¿Con qué se van a encontrar los lectores?
Se van a encontrar con dos hombres que apenas se conocen y que, en plena pandemia, se saltan la ley para tratar de encontrar la última sauna abierta en todo el país, pero que, en el fondo, el viaje es una excusa para pasar tiempo juntos. Es una novela sobre dos hombres que se están conociendo y que, como aún no se conocen, están rellenando esos huecos de su propia personalidad.
¿Qué te llevó a escribir este libro, cuál fue el motor que te impulsó a hacerlo?
Realmente el libro lo escribí recién publicado Lodo, más o menos. Quería seguir escribiendo, pero no sabía si sería capaz de desarrollar una segunda novela porque, bueno, ya crear una primera novela había sido todo un reto. Estaba en una especie de bloqueo creativo, no sabía muy bien para dónde tirar; tenía miedo de repetirme y a la vez quería ser fiel a mí mismo… Entonces, lo que hice fue echar mano de algunos relatos que tenía ya escritos desde hacía años y tratar de encontrar un sentido entre todos ellos, con una historia única que los atravesase. Y, luego, el otro motor fue intentar hablar de la pandemia. Creo que es un tema que en la literatura no se trata porque da un poco de pereza, pero es una época que nos ha atravesado a todos mucho y me apetecía tratarla, aunque fuese de una manera más tangencial. Ahí encontré mi relato marco, que es ese viaje en carretera en pleno estado de alarma y, luego, esos otros que se van contando a lo largo de la novela.
Has hecho referencia a tu primer libro, Lodo. ¿A qué sensaciones se enfrenta un autor a la hora de escribir una segunda novela?
Creo que los autores tenemos miedo de repetirnos y volver a contar la misma historia. Cuando escribo, me da la sensación de que estoy volviendo a hacer Lodo otra vez, pero luego te das cuenta de que no es así; sí que tienes una serie de temas leitmotiv que se repiten, pero no pasa nada, simplemente te expandes o encuentras nuevas formas de abordar esas preocupaciones que tienes, esos miedos.
Suelen decir que la segunda novela es la más difícil por eso de que en la primera todo es campo, o sea, todo está por hacer y es como un gran espacio donde tú puedes rellenar. En la segunda ya has rellenado todo eso, ya has creado algo y te encuentras de pronto en ese callejón de: ¿hacia dónde tirar?, ¿qué tipo de autor quiero ser?, ¿qué tipo de historias quiero contar?
Era un reto, pero haber hecho esta novela, que es muy distinta a Lodo (más breve, más ligera…), me ha hecho encontrar otra manera de abordar ciertos temas.
Julen, además de escritor, eres periodista, ¿cómo ha influido tu profesión en tu faceta como autor?
Pues creo que en todo. En la carrera tuve la suerte de tener unos profesores de escritura muy buenos. Teníamos una asignatura anual que se dedicaba exclusivamente a pulir la escritura y a mí me vino muy bien, porque creo que en Bachillerato hay ciertos vicios que premian la escritura llena de subordinadas, con muchas introducciones en las que tienes que definir muchos conceptos…, y a mí el periodismo me ha enseñado a quitarme todo eso, a suprimir, a resumir, a sintetizar. Mi escritura intenta ser bastante concisa y creo que eso viene de mi background como periodista.
Eres de un pueblo navarro y ese lugar de origen se ve reflejado en ambas novelas. ¿Qué importancia le das a tus raíces y de qué manera afectan a tu creación literaria?
Afectan en todo. Creo que, cuando escribimos, a veces hay una tentación de situar nuestra historia en Nueva York, porque nos parece que es ahí donde sucede todo, y no nos damos cuenta que, en realidad, las cosas interesantes suceden en nuestro barrio, en nuestro pueblo… Podemos contar una historia que, a lo mejor, ya ha sido contada antes, pero solo con que le añadamos elementos localistas, propios de nuestro folklore y de nuestra cultura, de repente podemos encontrar un nuevo punto de vista. En ese sentido, me interesa escribir sobre Navarra y, de momento, todo lo que estoy escribiendo está situado en mi tierra y con el lenguaje de allí.
La ciudad de Barcelona también tiene mucho protagonismo en La última sauna del mundo. ¿Qué te une con la Ciudad Condal?
La cosa es que yo estudié allí y uno de los relatos más importantes de la novela está basado en mis vivencias en Barcelona y se escribió durante esa etapa. Busqué relatos que ya tenía y algunos los había escrito en 2017 o 2018, cuando estudiaba en Barcelona, así que están situados allí porque son de esa época.
Tu nueva novela transcurre en pleno estado de alarma. ¿Has sentido algún reparo a la hora de escribir sobre un momento de la historia que parece que todos hemos borrado o querido borrar de nuestra mente?
Totalmente. Además, en una novela es arriesgado, es como el antimarketing; parece que, si dices que tu libro habla de la pandemia, hay un sector que nunca va a comprarlo. Sin embargo, creo que los que hacemos literatura contemporánea, si queremos hablar de quiénes somos hoy, no podemos simplemente borrar los últimos tres años. Eso sucedió, nos afectó a todos y, a la hora de escribir, si quiero meter un recuerdo o un flashback, me encuentro con que, de repente, estoy hablando de ese momento.
La pandemia no es el centro de la historia porque, aunque está situada en 2020, como los personajes están huyendo de ella (saltándose las normas sanitarias, el cierre perimetral, el toque de queda…), es una novela que no sucede en el encierro, sino en un camión que está a cielo abierto.
En tus dos novelas existe un personaje joven (como el narrador protagonista, menor de 30 años) y un personaje de más de 40 con el que mantiene algún tipo de relación sexo-afectiva. ¿Por qué te interesa tanto ese tipo de relación intergeneracional? ¿Daddy issues?
(Risas). Me interesa porque creo que, literariamente, es muy fructífero proponer una relación entre dos generaciones. A veces, cuando se trata de una relación de la misma generación es un poco más aburrido, porque son personas que han vivido las mismas cosas, que estudiaron a la vez y que comparten los mismos códigos culturales; en cambio, si un chico tiene 20 y el otro tiene 40, les separan 20 años en los que España ha cambiado mucho. En los últimos 20 años se ha aprobado el matrimonio igualitario, el feminismo ha crecido muchísimo, se ha aprobado la ley trans…, estamos en un momento social, a pesar del reaccionarismo existente, en el que parece que hemos avanzado mucho socialmente y los jóvenes están viviendo una libertad que los hombres de 40 no vivieron. Existe un diálogo superinteresante y, por eso, me interesa explorar la intergeneracionalidad.
También es un detalle importante que, tanto en Lodo como en La última sauna del mundo, se plantea el tema de la bisexualidad, que a veces se invisibiliza mucho, tratado aquí desde la más absoluta naturalidad.
Comparas las historias que Jon, el protagonista, le cuenta a César, el camionero, con los cuentos del Decamerón de Boccaccio. ¿Te resultó difícil crear esa estructura de cajas chinas o muñecas rusas, donde una historia está dentro de otra?
No, porque la novela desde el principio se planteó así. Como yo tenía esos relatos desperdigados y sin ningún tipo de nexo, me dije: “Espera, espera, vamos a juntar esto y a hacer que los personajes se cuenten estas historias mientras, a su vez, a ellos les suceden otras cosas”. Como ese fue el motor, esto no podría haber sucedido sin los relatos, que son la esencia de la historia.
Las nuevas formas de relacionarse entre homosexuales, con aplicaciones como Grindr o la visita a saunas como la del título, están muy presentes en la novela. ¿Qué opinión te merecen?
No tengo una opinión, en el sentido de que no juzgo y pienso que cada uno se relaciona como quiere. Como hago narrativa contemporánea, escribo sobre el mundo que nos ha tocado vivir: sobre las aplicaciones, sobre las saunas y sobre lo que existe. Me resultaría casi reaccionario querer hacer una literatura contemporánea en la que los personajes se conocen en una cafetería, es decir, existe esa posibilidad y la gente se conoce en cafeterías y en discotecas, pero también se conoce de esta manera.
No soy nada nostálgico, no creo que el tiempo antes de las aplicaciones fuese mejor. Vivo mucho el presente, me gusta habitar el momento en el que vivo y no volvería atrás jamás. Creo que, para los homosexuales, nunca un tiempo pasado fue mejor porque siempre hemos vivido peor. Cada año estamos conquistando nuevos derechos; por ejemplo, antes de 2005 no nos podíamos casar… Como me gusta vivir en la época contemporánea y hablar sobre ella, escribo sobre las aplicaciones y sobre lo que haga falta.
¿Existe el amor en tiempos de Grindr o consideras que la mayoría de relaciones románticas están abocadas al fracaso?
(Risas). Las dos cosas son compatibles.
¿El amor caduca?
Creo que el amor se transforma… como Rosalía. (Risas). Lo que nos pasa es que, como ahora lo tenemos todo muy rápido (podemos consumir cualquier película del mundo al instante, podemos descargarlo todo y todo es muy inmediato), queremos tener ya una relación superforjada, con muchísima confianza, con muchísimo amor… Lo queremos todo ya en la primera cita, de ahí viene luego la frustración.
Creo que es compatible tener una relación esporádica, o varias, sin ninguna atadura, pero que no hay que frustrarse, es decir, si conectamos con una persona, seguiremos quedando y relacionándonos con ella hasta que, de manera completamente natural, como ha pasado toda la vida, puede que esa persona nos resulte superespecial y se convierta en una pareja estable. En ese sentido, sí creo en el amor, por supuesto.
Consumir aplicaciones no anula la posibilidad de las relaciones tradicionales románticas, es una manera más de conocerse; puede surgir el amor de un encuentro absolutamente físico y aparentemente carente de significado y que, a base de seguir quedando, esa persona se convierta en ese alguien especial para ti, pero no en un día, ni en una semana, ni en un mes. Creo que, si entendemos eso, nos podemos relajar todos mucho más y vivir las relaciones con mayor tranquilidad.
Por cierto, enhorabuena por la beca que has recibido para formar parte de Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. ¿Qué se siente al enfrentarse a esta nueva aventura?
Mucho agradecimiento y mucha ilusión, porque a los escritores (y tú lo sabes) lo que nos falta es tiempo. Que te den recursos, un espacio, un tiempo para poder desarrollar una novela es un lujo. Encima, es hasta los 30 años y yo tengo 28…, no me quedaban muchos intentos ya, así que estaba casi en el límite y me siento muy afortunado.
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