Viaje al ‘África Azul’, el fascinante lenguaje de las telas en índigo 

La exposición ‘África azul’, a través del lenguaje de las telas tintadas en índigo, pone en valor una cultura textil en riesgo de desaparecer en un mundo globalizado. Foto: Kim Manresa.

El Museo Nacional de Antropología, en Madrid, nos lleva de viaje por el ‘África azul’ a través del lenguaje de las telas tintadas en índigo. Una exposición que pone en valor una cultura textil en riesgo de desaparecer en un mundo globalizado. Lo que reivindica esta exposición es una cultura tradicional que no puede perderse y que en África han expresado con una gran riqueza textil. Según las comisarias de esta inspiradora muestra, “hay que defender el mestizaje cultural, que no consiste en colonizar, sino en fusionar”.

Entrar estos días (hasta el 14 de enero) en el Museo Nacional de Antropología es sumergirse en los tintes azules que aún ‘pintan’ la piel de los tuaregs en lo más profundo del Sáhara, y también es viajar por siete países del occidente de un continente que supo convertir los tejidos de sus ropas en lienzos donde llevar impresos su identidad y su historia. El Museo ha sacado sus mejores galas con una exposición, África azul: historias tejidas en índigo, por las que viajamos al desconocido y fascinante mundo de las telas y su lenguaje ancestral. Con esta nueva muestra, sus comisarias, Laura y Maica de la Carrera, han dado continuidad a su proyecto anterior, El lenguaje de las telas, una exposición inaugurada en 2018 que ha viajado por media España.

Desde antes de traspasar la puerta, nos recibe Abdoulaye Seck, un maestro textil senegalés que nos da paso al universo azul de esa planta llamada Indigofera tinctoria, la más utilizada desde tiempos remotos para teñir las ropas en el trópico y más allá. “El índigo es un tinte milenario que se ha utilizado en muchas zonas del mundo, como Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica y la India, de donde procede su nombre. En África, la muestra más antigua es egipcia, pero también las hay en la falla de Bandiagara de Malí, donde se utilizaba hace siglos. Siempre ha tenido unas connotaciones espirituales muy importantes para muchas etnias; además el blues, el azul, es melancolía, porque se asocia a la época del esclavismo, cuando se usaba mano de obra negra para cultivos de algodón o índigo”, explica Laura de la Carrera, que ha investigado a fondo sobre el tema. A este significado simbólico, Maica añade la importancia de las propiedades terapéuticas que se atribuyen al índigo, desde protección solar a su uso como antiséptico y antiinflamatorio.

Bolas de índigo. Foto: Kim Manresa.

El recorrido de la muestra está dividido en varias salas que nos llevan de Senegal a Mali, de Burkina Fasso a Nigeria o de Costa de Marfil a Guinea Conakri y Camerún. Es una división ficticia, porque, como explican ambas, “el índigo no tiene fronteras en un África donde las culturas se entrelazan”. Allí nos reciben más de 70 paños teñidos con diferentes motivos, que pueden verse en los diseños prêt à porter de Maica sobre maniquíes, además de obras de artistas tanto de Senegal como de España inspiradas en este tinte. Y junto a ellos, esculturas, vídeos, instalaciones y las espectaculares imágenes del fotógrafo Kim Manresa, que siempre acompaña a las hermanas De la Carrera en sus viajes para investigar sobre telas, tintes y sus significados (unos códigos textiles que nos explican en postales repartidas por las salas).

Como todo lo tradicional, conseguir el tinte es un trabajo laborioso. Lo que es una planta verde se convierte en tinte azul por un proceso de oxidación al contacto con el aire. “Es parte de la alquimia que Abdoulaye Seck nos mostró. Nos hizo una paleta de tonos, que varían mucho según intervienen otros elementos, además de las plantas, como hierro y otros materiales”, señala Maica de la Carrera, que lleva décadas fusionando la cultura de los tejidos africanos con la moda en sus diseños Mamah África, ahora con sede en el municipio de Navacerrada. “Fue hace 25 años que con mi hermano Nicolás viajé al País Bassari, en Senegal, y conocí las telas de algodón e índigo, a las que dediqué mi primera colección”, recuerda.

Décadas después, no les fue fácil localizar a un maestro tintorero, una profesión en extinción ante la avalancha de vestimentas que llega al continente desde Europa (gigantescos contenedores con ropa de segunda mano) y China. Abdoulaye llevaba toda la vida recogiendo la tradición de plantas medicinales y tintes naturales que manejaba su madre. “Le conocimos por un colaborador de la cooperativa de mujeres tintoreras con la que trabajamos en Senegal, gracias a un español dedicado a investigar sobre el índigo. De hecho, este español ha descubierto una fórmula natural para que no destiña, que ha sido siempre algo característico de este tinte, al punto que a los tuaregs se les llama también ‘los hombres azules’. Ahora, las técnicas de Abdoulaye y esta innovación se ha transmitido a un centenar de mujeres de la cooperativa gracias a un proyecto de formación que hemos puesto en marcha con una ayuda del Banco de Santander en la ciudad senegalesa de Pikine”, explica Laura.

El proceso del índigo comienza machacando las plantas. El más potente, se fermenta con agua. Otras veces, secan la pasta y la conservan en bolas como albóndigas mezclada con cenizas del fruto del baobab, que tienen potasio y sirven de fijador natural. Esas bolas duran meses. Mientras se cuece, se da vueltas al líquido, creándose la llamada ‘flor del índigo’, que también se utiliza en seco como un polvo. Son necesarios entre 7 y 10 días para que el índigo esté preparado. Parece magia cómo al meter una tela de algodón en un líquido amarillento o verdoso, salen teñidas en un asombroso y luminoso azul.

En la muestra también se dedica espacio a las técnicas de estampación, diferentes según los pueblos. Son dibujos que se hacen reservando zonas con ceras o pasta de yuca antes de introducirlos en el tinte. “Llevan un trabajo tremendo, porque lo hacen a mano, usando hilos de plástico o de rafia de los sacos de patatas o arroz”, señala Laura, quien nos cuenta que en Senegal las mujeres son quienes más saben de tintes, pero en países como Nigeria depende de las zonas. “Eso sí, tejer y coser son profesiones de hombres”, puntualiza. De echo, es algo común en gran parte del continente.

Tejidos secándose al sol. Foto: Kim Manresa.

Mano de uno de los operarios de índigo. Foto: Kim Manresa.

Laura y Maica conocen bien los cambios que produjo la colonización africana, que impuso los tejidos de algodón industriales wax y menospreció la tradición textil anterior; también han vivido cómo la globalización llena hoy los mercados de moda de usar y tirar o reutilizada, generando una tremenda contaminación ambiental y cultural. “Afortunadamente, vemos cierto movimiento de recuperar esta tradición textil, algo que hay que impulsar porque es algo único”, defienden. Para muestra, el paño expuesto de la tintorera de la cooperativa de mujeres, Seubatou Touré, con una estampación que se asociaba a una reina.

Salimos de Senegal para viajar hacia el sur, ya con la mirada teñida de azul. “Costa de Marfil nos fascinó por su riqueza textil. Allí, el índigo lo trabajan los baoulé, a los que encontramos en un bosque encantado de cuyos árboles colgaban los telares. Los trinos de las aves se mezclaban con los ritmos que conseguían los tejedores”, recuerda Maica. En total, una ruta de 30 kilómetros entre dos ciudades plagadas de cooperativas que recientemente se han unido y comienzan a exportar los paños. Sus diseños son auténticos diccionarios de mensajes.

A otros países no pudieron viajar, pero la diosa fortuna les puso en el camino a mujeres que les facilitaron los materiales. Es el caso de la cónsul de Burkina Faso, ‘el país de los hombres íntegros’, un lugar en el que ‘faso dan fani’ significa ‘tela tejida en la patria’, lo que da idea de la importancia que tienen allí los tejidos. También el caso de Nigeria, donde históricamente hubo dos de las tres escuelas africanas de índigo (la tercera es la soninké de Senegal). Cuentan que fue la sobrina de un conocido que estaba en Nigeria quien contactó con la artista Nika Davies Okundaye, una yoruba que ha dedicado la vida a conservar las tradiciones textiles en su país, que les prestó unos paños muy especiales para la muestra.

Por último, una sala dedicada a la colección de Edith Mbella sobre Camerún, de la que se exponen varias piezas espectaculares en las que hay mucho de arte ritual africano. Todo ello con el trabajo de diseño gráfico de otro hermano, Nicolás de la Carrera. “En el fondo, lo que reivindicamos en esta exposición es esa cultura tradicional que no puede perderse y en África han expresado con una gran riqueza textil. En Mamah África siempre hemos defendido el mestizaje cultural, que no es colonizar, sino fusionar y eso también está aquí”.

Pintura en cristales reciclados

Como fin de esta expedición cultural africana, también se recomienda ver en el mismo museo la pequeña exposición de pintura suwer, un arte en cristal que nació hace más de medio siglo, durante la descolonización del país, y que comenzó siendo realizado con materiales de desecho: los lienzos eran fragmentos de cristal para ventanas recogidos entre escombros. Pronto los y las artistas descubrieron las posibilidades que ofrecían los colores al iluminar con pintura acrílica esos modestos soportes. Hoy el arte suwer, con artistas valorados a nivel internacional, sigue usando el cristal como base, pero ya por razones identitarias. Esta muestra del Museo de Antropología, hasta el 25 de febrero, es buen ejemplo.

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