‘Loving the Alien’: ¿sólo las extrañas criaturas van a sobrevivir?
Laura López Paniagua ha comisariado la exposición ´Loving the Alien´ en La Casa Encendida, Madrid, cuidándose de no traducir al castellano el título de la muestra que, no por casualidad, coincide con una canción de David Bowie que también confía en el arte como motor de amor a la otredad. “Hay que creer en las cosas extrañas, hay que amar al diferente”. “Un alien en español es un extraterrestre¨, explica López Paniagua, “mientras que en inglés tiene más acepciones: extranjero, diferente, extraño, extraordinario, forastero, desconocido, marginal, ajeno, otro”. ¿Ha llegado la hora de la transfiguración? ¿Hay que transformarse en otro para sobrevivir en un planeta en vías de destrucción? ¿Solo las extrañas criaturas van a sobrevivir? Acompañadnos a visitar una exposición repleta de ‘aliens’.
“You pray til the break of dawn
Believing the strangest things, loving the alien
And you´ll believe you´re loving the alien”
(David Bowie, 1985).
Las cuestiones que plantea este proyecto, interesante no solo por la calidad de las artistas invitadas sino porque tiene mucho de espejo en el que el espectador puede mirarse, al tiempo que contempla las obras en las tres salas, ambientadas en tres colores diferentes. Negro, verde y blanco. ¿Qué es la identidad? ¿Hay otros dentro de nosotros? ¿No influye la mirada de los demás en la concepción de nuestra propia existencia?
En la sala negra, Mari Katayama va explicando en un dulce japonés el mensaje de cada una de sus obras. Bystander #023 (2016) es un derroche de detalles que exige doble tarea para disfrutarla del todo. La de contemplarla dejándote llevar por la belleza autorretratada, y la de peinarla con los ojos para no dejar escapar el menor detalle. Su mirada, su rostro perfectamente maquillado, sus manos; las de carne y las de tela cosidas por la propia artista. Los muñones romos de sus piernas, alguna cicatriz sin maquillar, el atavío perlado…
“Mis autorretratos son absolutamente objetivos. En ocasiones juego con dos espejos, que podrían estar separados por una eternidad. El destino es la mirada del espectador, pero también del mundo. Quiero que mis fotos reflejen el amor y el sufrimiento. La vida en sí. Mis esculturas en tela, todas cosidas a mano por mí, también son autorretratos”, explica Katayama.
La artista nació en Japón hace 36 años, aquejada de hemimelia, una enfermedad congénita que priva de huesos a parte de sus extremidades, y la ausencia de tres dedos en su mano izquierda. Solo tenía nueve años cuando fue consciente de que su destino podía bifurcarse en dos: pasar en silla de ruedas el resto de su vida o amputarse las partes inmóviles de sus piernas para hacerlas prostéticas y poder caminar. Acertó al optar por la segunda. Y, aunque no quiere que su discapacidad acapare demasiada atención, es imposible no admirar el garbo de sus andares, el arte que decora sus prótesis, la valentía de llevar tacones cuando se sube a un escenario a cantar jazz o ejercer de maniquí. Una artista polifacética en lo que Japón se considera Outsider Art. Otro de sus arriesgados y originales proyectos se llama High Heels Project. Mary Katayama quiere que se fabriquen prótesis adecuadas para llevar zapatos de tacón. Una idea que aparcó durante su embarazo y está retomando con fuerza ahora que su hija ya tiene dos años. Cuenta con el apoyo del diseñador italiano Sergio Rossi, Vogue Japón y la empresa de prótesis Allux2.
Katayama no está sola en la sala negra de Loving the Alien. Comparte espacio y público con otro artista excepcional. ¿Otro? ¿Otra? Se trata de Ovartaci, nacido Louis Marcussen en 1894 en Dinamarca. Es Mia Lejsted, directora del Museo que lleva el nombre del artista y especialista en su obra, quien explica los detalles profesionales y personales de tan singular personaje: “Ovartaci llegó a estudiar español con la idea de viajar a Argentina, donde residió seis años experimentando todo tipo de viajes iniciáticos con psicotrópicos. Un brote psicótico provocó su ingreso en el área psiquiátrica del hospital Risskov en Aarhus (Dinamarca), donde pasó 65 años en contacto con otros enfermos, obsesionado por el poder sanador del arte y reivindicándose como mujer. Quiso cambiar de sexo y su petición no fue escuchada, así que terminó automutilándose sus órganos sexuales para librarse de la pulsión sexual masculina, que solo le provocaba sufrimiento”.
Su mundo creativo se llenó desde entonces de muñecas, marionetas, angelicales figuras femeninas conocidas como Fantasmas de Humo. El cuarto donde se recluyó Ovartaci durante cuatro décadas fue para la artista una auténtica cámara mágica desde la que viajó a un Antiguo Egipto dislocado, a una América precolombina y a otros mundos fantásticos imposibles de identificar. Mia Lejsted termina destacando la originalidad de Ovartaci y la interminable sed de conocimiento que hay en esos cuadros y dibujos que nos hacen pensar en nuestra realidad y la de los otros. El artista, también poeta, murió en el hospital a los 91 años.
La sala que acoge las obras de Sandra Mujinga es de un verde sobrenatural, extraterrestre. Un verde como de cámara de visión nocturna que envuelve a la propia artista noruega de origen congoleño y convierte su discurso en una verdadera intervención que parece llegar desde otros mundos. Un enorme dinosaurio confeccionado en telas grises y negras domina la estancia. A su lado, Mujinga explica la razón de ser de ese animal entre sus obras: “Es precisamente la expresión del tiempo en paralelo: pasado y futuro. No sabemos si nace, muere o está en proceso de transformación. Trabajo con técnicas que considero de supervivencia y camuflaje, algo profundamente animal, pero también humano cuando se trata de sobrevivir”, explica la artista, rodeada de espectros, asegurando que para ella la invisibilidad siempre tuvo por objeto la autodefensa frente al otro.
La raza, el género y la identidad nos dividen socialmente, nos separan de la naturaleza y generan odio, cuando no nos adaptamos a la norma. “Este verde, que recuerda al de las pantallas, representa un vacío donde las figuras pueden esconderse para sentirse protegidas”. Así se presentan los alienígenas gigantes de sus fantásticas esculturas, Reworlding Remains (2021) y Sentinels of Change (2021). “Como fantasmas que aparecen para descubrir esas historias borradas por la amnesia colonialista”, explica la artista. Mujinga, que también señala a su madre como responsable de la presencia del textil en sus trabajos, no renuncia a lo que le aportan tanto la artesanía tradicional como la tecnología digital de una corriente llamada Afrofuturismo.
¿Ha llegado la hora de la transfiguración? ¿Hay que transformarse en otro para sobrevivir en un planeta claramente en vías de destrucción? “El otro por conocer son todos aquellos seres no humanos con los que tendríamos que establecer una simbiosis para restituir nuestra relación con la naturaleza”, explica Laura López Paniagua.
Huérfana y adoptada por una pareja alemana a la edad de cuatro años, Anne Duk Hee (Corea, 1978) se formó como buceadora de rescate, de aguas profundas y buceadora libre. También fue terapeuta ocupacional y especialista en kinestesia. Admiradora incondicional de la filósofa Donna Haraway, que declaraba en una de sus obras más célebres que prefería ser un cyborg a una diosa (Cyborg Manifiesto, 1985). Su obra significa mucho en el ecofeminismo contemporáneo y por ese camino transita el vídeo Staying whit the trouble. Metamorfosis, apareamiento, canibalismo entre mariposas, anfibios, bacterias y hongos. La artista utiliza materiales vivos y muertos en el diálogo entre el arte y la ciencia.
¿Una advertencia sobre lo que nos espera? ¿Será así el final de nuestra propia transformación? ¿Solo las extrañas criaturas van a sobrevivir? Es hora de pensar si queremos unirnos a ellas.
Y solo una cosa más. Como aseguró la comisaria de Loving the Alien, López Paniagua, “el verdadero reto no es tolerar la diferencia con el extranjero. El reto es amar lo diferente, aquello que más extraño nos resulte, lo más abyecto. Porque el amor es la mejor arma para romper prejuicios”
‘Loving the Alien’. Hasta el 28 de abril. Salas B y C de La Casa Encendida. Entrada libre.
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