El sexismo entra en juego en las quinielas de los Oscar
Hacemos un repaso de género en algunas de las películas candidatas a los premios mayores de Hollywood 2024. ¿Qué hizo Ken que no hiciera Barbie? ¿Frankenstein se ha vuelto feminista? ¿Cómo refutar la etiqueta ‘woke’ y poder hacer reivindicaciones identitarias o anticoloniales sin parecer un anuncio de Benetton? Aquí va una de sexismo en grandes películas, candidatas a los Oscar de esta noche, como ‘Anatomía de una caída’ o ‘Pobres criaturas’.
Seremos woke, pero no bobas, podríamos decir –a este lado de la ‘batalla cultural’– muchas de las que adherimos al examen de las obras contemporáneas desde una perspectiva de género y prestamos atención a las trampas poscolonialistas…, a la representatividad de mayorías oprimidas o minorías largamente segregadas o invisibilizadas.
Si quieren catalogarnos de ese modo para despreciar nuestra sensibilidad, pues allá los que aluden a las reivindicaciones identitarias con desprecio, porque saben que su mote es reduccionista y falaz.
Al fin y al cabo, ellos también aceptan con risitas traviesas su pertenencia a la fachosfera o se suman con orgullo al señorío tradicional de los señoros irredentos.
Defendemos lo que a ellos, costumbristas hegemónicos, les suena “progre”, pero no porque traguemos cualquier embuste. Sabemos de sobra que las industrias del mercado cultural hoy ponen en el escaparate a gente racializada, queer y mujeres no normativas para que su mercancía circule mejor. Algo así como lo que Benetton hacía en sus carteles ya en el siglo pasado.
Cuando vamos al cine y salimos con ganas de quemar contenedores
Como espectadora de cine consuetudinaria, sé que la calificación despectiva de woke es totalmente falsa, porque incluso cuando el feminismo no nos definía como una insignia a (casi) todas, solía salir de muchas sesiones fílmicas enfadadísima con directores misóginos, racistas o moralistas y guionistas perversos, que degradaban a los personajes femeninos o hacían interpretaciones machistas de las relaciones.
A propósito, recuerdo la ofensa que sentí de parte de Pedro Almodóvar cuando hizo pasar como una historia de amor su cuento de Hable con ella, la del enfermero que (literalmente) viola a una mujer en coma. En fin, épocas sin consentimiento ni para definir los vínculos.
El sí es sí no solo marca una época nueva en la legislación, sino una era renovada en la concienciación contra el sexismo.
De ahí que ahora, con tantas películas de diversos orígenes en carrera hacia el Oscar, y con virulentos debates en tiempo real en redes, resulta el mejor momento para un repaso de género por lo que algunas de ellas nos sugieren.
Ken, y no ‘Barbie’
La cosa podría arrancar por Barbie, de Greta Gerwig, con Margot Robbie y Ryan Gosling, que levantó polvareda en el anuncio de las candidaturas porque el propio Gosling se avergonzó públicamente de que fuese él –que interpreta al pánfilo Ken en la película– el único nominado del triunvirato central del reparto artístico (ni la actriz ni la directora han resultado elegidas).
De esta película ampliamente disfrutable por mujeres de todas las edades me quedo con la definición profesional de “Ken, el que se dedica a playa”(sic), para empezar. Luego, me encantó el detalle de las sandalias Birkenstock que calza Barbie cuando decide que descansará sus pies (que ya tienen incrustada la forma de un tacón invisible), aunque su fama de chica sexy vuele para siempre. Nada más cómplice que el guiño de esas feas (y cómodas) chanclas alemanas que todas amamos y que los hombres seguramente detesten en los fetichizados pies de las chicas. La actuación de Margot Robbie es magnífica.
La resiliencia de los hombres en ‘La sociedad de la nieve’
Otro ángulo para hablar de hombres nos ofrece una película sin playa y con el frío hostil de la alta montaña calando hasta los huesos: La sociedad de la nieve, de J. A. Bayona, sobre la catástrofe aérea que sufrió un equipo de rugby uruguayo en 1972. También muy entretenida, en su género, sin contar con la admirable la hazaña de estos jóvenes físicamente entrenados que sobrevivieron al accidente por su mutua solidaridad y por su espíritu de superación de las adversidades. Nada que objetar hasta que una periodista dijo en X (antes Twitter) que el filme no dejaba de ser esencialmente una oda a la resistencia del ser humano nacido hombre.
En fin, un elogio a la fortaleza muscular del macho… que me recordó que aún hoy los equipos masculinos de rugby de Sudamérica hacen excursiones al lugar en el que cayó el avión, distante a unos 30 kilómetros a pie del último pueblo argentino antes de la Cordillera de los Andes. La peregrinación no deja de ser un esfuerzo físico que reúne a un grupo de hombres para honrar a otro grupo de hombres resistentes. Cabe acotar que la avanzadilla histórica caminó de más, trepando infinitas montañas, porque aquellos chicos, desorientados en medio de la blancura andina, creyeron que estaban más cerca de Chile y emprendieron la marcha en ese sentido, lo cual los llevó a realizar un recorrido heroico y extenuante.
La mujer sospechosa en ‘Anatomía de una caída’
Así llegamos a otra película de relaciones tensas con las montañas de fondo. En este caso, los Alpes ponen la belleza del paisaje como contrapunto a la desgracia de una familia. Anatomía de una caída , de la excelente realizadora francesa Justine Triet, cosecha buenas críticas en todas las geografías por su potencia para mostrar las disputas de poder en el territorio de la pareja. Sin embargo, a mí personalmente me fascinó la sutileza y precisión con las que la directora denuncia la misoginia en la que vivimos cotidianamente, aún hoy, sí, en Europa, y en todos los ámbitos (en este caso, se señalan particularmente las injusticias de la Justicia). Quizá nuestros niños estén a tiempo de salvarse, y de salvarnos del odio que aún despiertan las mujeres por su sola condición de serlo, parece querer decirnos Triet en el desenlace.
La misma actriz principal de Anatomía…, Sandra Hüller, se pone a prueba en otro protagónico que la confirma como una fuerza de la naturaleza interpretativa actual. En La zona de interés, Hüller encarna a la adorable esposa de un jerarca nazi, que cuida su esplendoroso jardín y cría niños rubísimos sin parar, bajo el sol de Auschwitz, en Polonia. Esto, mientras dura la misión que el Tercer Reich encomienda a su marido y más allá de la misma, porque ella se ha enamorado de la tranquilidad de Auschwitz. Al otro lado de la tapia, las chimeneas expelen un humo irrespirable, pero ella –una madre alemana fuerte y decidida– se concentra en sus dalias y en mantener disciplinado al personal del servicio doméstico.
El celibato de ‘Los que se quedan’
En Los que se quedan, de Alexander Payne, un tufillo incel (el de los resentidos cultores del celibato involuntario) impregna una cinta que intenta conciliar todos los asuntos de la progresía (está sí, como si hiciese un check en una lista de la compra). Se trata de una comedia dramática que fomenta la conmiseración para el gruñón solitario que interpreta Paul Giamatti, pero también alimenta la ira de haber pagado una entrada de cine para ver algo que bien podría disfrutarse en medio de una siesta, un domingo a la tarde, por televisión.
Machirulismo y ‘Pobres criaturas’
Párrafo aparte merece Pobres criaturas , del realizador griego Yorgos Lanthimos, una película divertidísima que vuelve a girar en torno a la idea del hombre-monstruo que construye un ser a la medida de sus caprichos e incapacidades, con el riesgo de que esa pequeña criatura tome un camino propio. El guionista de este Frankenstein que interpreta Willem Dafoe entiende un poco más a las mujeres, aunque le pasa lo que a muchos hombres cuando creen haberse deconstruido, y es que salen a explicarlo en voz alta, en otro mansplaining que no deja de ser gracioso (y gozoso), todo sea dicho.
Frente a la cándida astucia del personaje que interpreta Emma Stone, el galán que Mark Ruffalo se echa a la espalda exhibe las miserias que las mujeres hemos padecido en todos los tiempos. Por ejemplo: el señor se cansa, no quiere (no puede) tener más sexo y, tras una pensativa pausa, no se le ocurre mejor cosa que regodearse de su (autopercibida) estupenda performance y proferir el consabido “No te enamores de mí”. En él se conjugan todos los tics sexistas (la humillación de un hombre cuya pareja es demasiado libre; el abismo al que empuja una mujer a su amado al dejarse poseer por otro) y el verbo insoportable que seguimos experimentando de boca del machirulismo concentrado.
De ahí el valor de este compilado payasesco de mezquindades frente a la falta de límites para el gozo de las mujeres, que también vale para las mayorcitas (eso hay que comentárselo a los guionistas), como la bella Hannah Schigula, musa y amiga de Rainer Fassbinder, y que aparece también en el filme.
Han dicho de esta película que podría describirse como una especie de Barbie gótica y estilizada, porque expone casi todas las banderas rojas del feminismo con mucho humor y estética alla Tim-Burton. Puede ser. Lo que sí es bastante probable es que con las dos te rías a genuinas carcajadas.
Por fin, una recomendación seria: la de una película que nos dejará pensando en cómo cala y se perpetúa la práctica de la delación, el prejuicio y la xenofobia en pequeños actos cotidianos en las sociedades que han vivido dictaduras. No os perdáis el filme alemán Sala de profesores, de Ilker Çatak, un director berlinés nacido en el seno de una familia turca.
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