Qué hacer para evitar que Madrid tenga el clima de Marrakech
El italiano Stefano Mancuso, una de las máximas autoridades mundiales en neurobiología vegetal, lo ha vuelto a hacer. Tras sorprendentes y exitosos libros como ‘Sensibilidad e inteligencia vegetal’ o ‘El increíble viaje de las plantas’, publica ahora ‘Fitópolis´ (todos en Galaxia Gutenberg) : un certero ensayo sobre cómo el mundo vegetal puede ayudarnos a que el impacto de la crisis climática no sea tan duro en las ciudades. La solución pasa por los árboles, algo que han entendido bien ciudades como París. Sin embargo, en otras como Madrid los responsables políticos siguen sin enterarse de que, antes de llenar de turistas el centro urbano, lo han de llenar de verde. Reproducimos aquí unas páginas de ‘Fitópolis’ que dan buena idea de la propuesta (clara, barata y eficaz) de Mancuso.
“En primer lugar, puede ser útil conocer qué dice al respecto la Red de Investigación sobre el Cambio Climático Urbano (UCCRN), un consorcio de más de mil doscientos investigadores dedicados al estudio del cambio climático en los centros urbanos. En 2018, la UCCRN publicó un informe repleto de datos que trataré de resumir en pocas líneas. En la actualidad, hay 350 ciudades del mundo que experimentan calor extremo, es decir, periodos de al menos tres meses en los que la temperatura máxima media no baja de los 35 °C. En 2050, estas ciudades serán 970. En estos momentos, 200 millones de personas viven en ciudades con calor extremo, cifra que alcanzará los 1.600 millones en 2050. El 14 % de la población urbana experimenta hoy en día condiciones de calor extremo en verano; en 2050, este porcentaje aumentará hasta el 45 %. También en 2050, más de 650 millones de personas residentes en más de medio millar de ciudades podrían tener que enfrentarse a un descenso de al menos el 10 % en la disponibilidad de agua dulce; 2.500 millones de personas residentes en 1.600 ciudades podrían sufrir un descenso de al menos el 10% en el rendimiento nacional de los principales cultivos; y más de 800 millones de personas residentes en 570 ciudades costeras correrán el riesgo de padecer inundaciones. Una lista impresionante que los autores titularon apropiadamente The Future We Don’t Want (El futuro que no queremos).
También hay varios laboratorios repartidos por universidades y centros de investigación de medio mundo que, con la ayuda de robustos modelos climáticos, intentan averiguar cómo será el clima de las ciudades en un horizonte temporal que suele limitarse a los próximos treinta años. La Escuela Politécnica Federal de Zúrich lo hace a través de un sistema sencillo pero a mi juicio eficaz: por cada ciudad que elegimos, nos muestra otra cuyo clima actual es el más parecido al que tendrá la ciudad elegida en 2050. Descubrimos así que en 2050 las ciudades tendrán por término medio el clima que hoy en día tienen ciudades situadas unos mil kilómetros más al sur. Las condiciones climáticas de Roma en 2050 serán similares a las de la actual Esmirna; Londres tendrá el clima que hoy tiene Barcelona; París, el de Estambul; y el de Madrid será similar al de Marrakech. Para quien tenga interés en conocer el destino de las ciudades de Estados Unidos, la Universidad de Maryland ha elaborado una herramienta similar, pero limitada a 540 ciudades estadounidenses y con un horizonte temporal más lejano: el año 2080. Tampoco aquí hay sorpresas: el clima de las ciudades se parecerá mucho al que hoy en día tienen ciudades situadas unos ochocientos kilómetros más al sur, con cambios importantes no sólo en cuanto a temperaturas, sino también en cuanto a precipitaciones y humedad.
Como vemos, son muchas las universidades que en los últimos años han ideado medios para divulgar de forma sencilla e impactante lo que ocurrirá con nuestras ciudades. La intención es que el mayor número de personas posible sean conscientes del futuro climático que les espera a nuestros centros urbanos. A pesar de sus esfuerzos, los resultados no parecen ser los esperados, al menos a juzgar por el hecho de que la (gran) mayoría de la gente sigue mostrándose apática –o escéptica– cuando se habla de asuntos relacionados con el calentamiento global.
En cualquier caso, si bien podemos predecir con un buen margen de confianza qué ocurrirá con nuestras ciudades en los próximos treinta o cincuenta años, queda por responder la pregunta más importante: ¿qué podemos hacer para que las ciudades sean más resistentes a estos cambios ya inevitables? Y, sobre todo, ¿qué se está haciendo? Empecemos por la segunda pregunta, que, por desgracia, es más fácil de responder.
En la inmensa mayoría de las ciudades no se está haciendo nada: la gente actúa como si el fenómeno no existiera. En algunas ciudades se están preparando planes de acción que casi siempre incluyen sistemas de alerta temprana, cambios en los horarios de los trabajos al aire libre y, en algunos casos, la construcción de refugios térmicos que permitan a la ciudadanía tomarse un descanso del calor. Unas pocas municipalidades más ilustradas están atajando el problema de raíz e intentando enfriar sus ciudades en la medida de lo posible. Entre estas destacan los esfuerzos de Seúl, que ha plantado 16 millones de árboles para minimizar sus islas de calor y la contaminación por micropartículas, y el intento de capitales europeas como París o Berlín de hacer que sus zonas urbanas sean lo más permeables posible, sustituyendo los espacios impermeables por zonas verdes y promoviendo soluciones para que los tejados o las superficies de los edificios sean más verdes. Todas estas prácticas reducen el efecto de las islas de calor y, al mismo tiempo, permiten que la ciudad se adapte a las fuertes lluvias que cada vez más caracterizarán nuestro futuro. En fin, que es posible adoptar medidas prácticas y rápidas; sólo hace falta voluntad. La mayoría de las veces bastaría con plantar tantos árboles como sea posible y con permeabilizar el máximo de superficie urbana. Sin embargo, ¿cuántas ciudades están haciendo algo en este sentido? Poquísimas. Casi todas se limitan a adoptar iniciativas cosméticas cuya utilidad real es inversamente proporcional a su eficacia mediática”.
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“Existen soluciones para que nuestras ciudades resistan mejor las consecuencias del calentamiento global –soluciones que además harían que nuestras ciudades fueran más bellas–, pero estas no pueden limitarse a plantar unos cuantos árboles. Para llevarlas a cabo sería necesario convencer a la mayoría de la población de su utilidad, algo que sólo conseguiremos con educación, con un ambicioso plan de alfabetización sobre los riesgos del calentamiento global. Mucha gente, la inmensa mayoría, no es consciente de lo que se nos viene encima. La brecha existente a este respecto entre los conocimientos de la comunidad científica y su difusión entre la población general es enorme. La sucesión ininterrumpida de fenómenos catastróficos –cuya probabilidad sería mínima en ausencia del calentamiento global– es percibida como mera casualidad, no como parte de un cambio general, y así se informa de ellos en los medios de comunicación. Esta falta de comprensión no se debe tanto a un bajo nivel educativo –es más, parece que la aceptación del calentamiento global no tiene correlación con el grado de alfabetización científica– como al hecho de que la mayoría de la gente es incapaz de imaginar cómo es posible que un aumento de temperatura de apenas dos grados pueda alterar tanto nuestra vida cotidiana. Quienes protestan porque los árboles afearían el magnífico perfil de la arquitectura urbana lo hacen porque son perfectamente capaces de imaginar cómo serían esas calles que tanto aman con árboles, pero no con dos o tres grados más de temperatura.
Hemos mencionado varias veces que la presencia de una gran cubierta arbórea es uno de los elementos fundamentales para el futuro de las ciudades. Y aunque estoy seguro de que muchos de los lectores de este libro saben muy bien cuál es el motivo, quizá sea oportuno decir unas palabras sobre por qué los árboles son tan importantes antes de decidir cómo plantar los millones de estos que hacen falta en las zonas totalmente edificadas e impermeables que caracterizan nuestros centros urbanos.
La razón principal de la importancia de los árboles es muy sencilla: enfrían el ambiente, un efecto que en tiempos de calentamiento global no es en absoluto secundario. De hecho, para ser aún más precisos, no conocemos nada que sea tan eficaz como los árboles para enfriar un centro urbano. Que un árbol, así como cualquier planta en proporción a su tamaño, sea capaz de enfriar el entorno que lo rodea se debe a dos fenómenos concurrentes: la sombra y la llamada evapotranspiración. La sombra, al limitar la cantidad de radiación solar que directa o indirectamente incide sobre una superficie, reduce la temperatura, mientras que la evapotranspiración enfría el ambiente gracias a que el agua presente en el suelo se transforma en vapor por el efecto combinado de la transpiración a través de la planta y la evaporación directa del suelo. Dado que el proceso de evaporación del agua es endodérmico, es decir, absorbe calor del ambiente, la cantidad de calor absorbida, sobre todo durante el periodo estival, puede hacer que la temperatura del aire sea de hasta 5 o 6 °C menor que en las zonas desarboladas. Si tomamos como referencia la temperatura superficial de los edificios o el pavimento, la diferencia puede alcanzar valores mucho más elevados, de entre 8 y 12 °C.
Aunque el efecto refrigerante por sí solo bastaría para convertir a los árboles en nuestro aliado más valioso en la lucha contra el calentamiento global, no hay que olvidar que este no es el único beneficio que nos aportan. Gracias a los árboles obtenemos: a) una reducción del consumo energético, ya que los edificios se enfrían y, por tanto, se reduce la demanda de aire acondicionado; b) una mejor calidad del aire: al reducir la demanda energética, los árboles y la vegetación reducen la contaminación atmosférica y las emisiones de gases de efecto invernadero, pero además eliminan directamente los contaminantes atmosféricos y retienen el dióxido de carbono; y, por último, c) una mejor gestión de las aguas pluviales, ya que filtran el agua y hacen las veces de obturador que ralentiza su llegada al sistema de drenaje urbano. En resumen, sin mencionar siquiera los enormes beneficios que los árboles y la vegetación aportan a la estética y a la salud humana, debería ser evidente que no existe nada igual cuando se trata de contrarrestar las consecuencias del calentamiento global”.
Hay una cuenta en la red X, Mobility Behaviour (@davidlois_UNED), muy interesante sobre el reverdecimiento de ciudades como París y su decidido camino hacia la sostenibilidad, en el sentido que expone Stefano Mancuso en ‘Fitópolis’.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
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