Enric Benito: aprender a vivir y morir con elegancia

El doctor Enric Benito Oliver. Foto: Fundación Omar Ibargoyen.

Entre el doctor Enric Benito y lo que la mayoría entendemos como ‘muerte’, se podría decir que hay cierto compadreo. Incluso confianza. Casi toda su vida profesional ha transcurrido frecuentando a la Parca y sus alrededores, acompañando a personas con dolencias terminales que quieren despedirse de esta vida en paz. ¿Dejará de ser la muerte un tema intocable, un tabú? Ojalá. Lo explica Enric Benito en su reciente libro, ‘El niño que se enfadó con la muerte’: “La muerte no existe. Existe el nacimiento y el murimiento. Ante una muerte esperada lo mejor es no interferir”. Ya lo dijo Jorge Luis Borges: “Eso de morirse no es ningún problema. Es solo una costumbre que tiene la gente”. Hablamos de todo esto con él. Con tranquilidad y elegancia.

Médico, oncólogo y especialista en cuidados paliativos, le gusta comparar el último suspiro con la primera inspiración. Benito se imagina una charla con un ser humano a punto de nacer sin ganas. “Vamos, ahora te toca salir”. “No quiero, no sé qué hay al otro lado y aquí me encuentro fenomenal”, responde la criatura desde su flotante placidez en el útero materno. Acostumbrado a la oscuridad, a ese feto no le interesa en absoluto ver el sol. Contento con su pasividad tampoco quiere bregar en eso que los nacidos llaman mundo.

El absurdo supuesto de no querer ser alumbrado es perfectamente comparable al de aferrarse a la vida con desesperación. Existe una valiosa posibilidad de hacer bien la maleta para el último viaje y Enric Benito conoce la metodología. No solo se ha preparado para identificar los trámites del deceso, sino que se ha propuesto compartirlos. Entre sus últimos trabajos como divulgador está el libro publicado recientemente, El niño que se enfadó con la muerte (Harper Collins) y una entrañable película llamada Hay una puerta ahí estrenada en marzo de 2023 en el Festival de Cine Español de Málaga, y muy aplaudida también en el Festival de Cine de San Sebastián.

Ese niño enfadado con la muerte es usted. ¿Por qué ha escrito este libro? 

El niño soy yo tratando de sanar una herida de mi infancia. Yo tenía nueve años cuando murió mi abuelo, la persona más importante de mi vida. Y murió de una forma bastante dramática, a causa de un cáncer muy avanzado. Su marcha me dejó profundamente dañado, pero ahí salió mi carácter, tremendamente luchador. Ese mismo día me hice una promesa: intentar cambiar la forma de morir. No me bastó con llorar, con escuchar que mi  abuelo se había ido al cielo. ¡No es justo! ¡No hay derecho! Esa indignación moral ante su pérdida fue el motor de todo. A los 40 años entendí el motivo de mi interés por la oncología y los cuidados paliativos. Ahí estaba la respuesta, ayudar a los demás y curarme a mí.

En el libro también habla de una crisis bastante profunda. 

Sí, una noche oscura del alma. Una depresión que me hizo tocar fondo y ahí fue donde supe que yo no me había hecho médico solo para administrar quimioterapia, sino que quería ayudar a morir. Volví a conectar con la vocación que había construido a mis nueve años y empecé a dedicarme a los cuidados paliativos. Y, después de tantos años acompañando a gente en su despedida, puedo asegurar que he perdido el miedo a la muerte.

Ver a la gente morir en paz te quita el miedo a la muerte, asegura. Pero ¿hay que ser científico para llegar a ese punto o puede pasarle a cualquiera? 

Las personas que están viendo mis vídeos (el médico participa en la web www.alfinaldelavida.org) aprovechan toda esa información y se atreven a ponerla en práctica. Lo he comprobado no solo porque me dan las gracias. Voy a contar el caso, real, de una mujer cuyo marido es diagnosticado con un tumor cerebral. Ella le acompañó hasta el final y después pidió mi teléfono para hablar conmigo. Cuando me dijeron que me iba a llamar una mujer que acababa de perder a su esposo, los dos muy jóvenes, pensé que tendría que consolar a una viuda destrozada. Pero no fue así. “Enric”, me dijo nada más empezar nuestra conversación, “gracias por tus vídeos que tanto me han ayudado a cuidar de mi Antonio hasta el final”.  No estaba hecha polvo, no era una mujer traumatizada, sino una esposa enamorada. Cualquier persona que ayude a que otros se vayan en paz sentirá esa transformación. Sí, estará triste pero también en paz, dos sensaciones diferentes. La tristeza es algo emocional. La paz es espiritual. El miedo surge casi siempre cuando uno no sabe lo que tiene que hacer. Lo he vivido cientos de veces. Con Fernando (se refiere al protagonista de la película Hay una puerta ahí) trabajamos sabiendo que había una versión mucho mejor de él mismo. Así que le sugerí que buscara una mirada diferente de su realidad, “de mierda”.

Todo empezó cuando usted recibe un mensaje de Fernando Sureda desde Uruguay. Sureda, popular en su país por haber sido gerente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, tenía 70 años. En 2018 le diagnosticaron una enfermedad neurológica degenerativa, esclerosis lateral amiotrófica, ELA. Sureda se convierte en un activo defensor de la eutanasia, que solicita para él mismo. Su petición no solo cala en la sociedad y genera un debate político, sino que propicia una amistad y acaba siendo la película ´Hay una puerta ahí´, que recoge las sesiones de zoom entre un doctor y su paciente terminal. Pena que por culpa del covid no llegaran a conocerse en persona. 

Lo primero que pensé al saber del proyecto cinematográfico fue: ¿qué hace un tipo como yo en un sitio como este? Cuando asumí el proceso de acompañar a Fernando Sureda en su camino hacia el fin, no pensaba que acabaríamos en el cine. Sabía que se trataba de un paciente muy especial, popular, y puede que la cordialidad de nuestras charlas merecieran conocerse para ayudar a otras personas. Al morir Fernando supe que había dejado encargado que hablásemos con una productora y con los hermanos Ponce de León, Facundo y Juan, cineastas, así que escribí a Facundo   para explicarle la idea. “Tengo para ti un mensaje del más allá”, le dije. Fernando Sureda es un personaje bastante conocido en Uruguay y cuando los Ponce de León vieron el material, se quedaron muy impactados. Enseguida comenzaron a visionar, seleccionar escenas, buscar efectos, diseñar un guión… Hicieron un trabajo excelente y el estreno de la película en el Festival de Málaga resultó emocionante y conmovedor.

Desde la primera escena de ´Hay una puerta ahí´ se ve la conexión entre Fernando y usted. Como si se conocieran de toda la vida. 

Tengo 74 años. Cuando empezó todo esto tenía 70. Desde que decidí estudiar Medicina supe que yo quería cuidar a los enfermos además de tratar enfermedades. Considero un privilegio haber podido acercarme a las personas en momentos de máxima vulnerabilidad. A mis 43 años, tuve una crisis existencial de la que salí muy cambiado

¿Será que la película deja al espectador con ganas de aprender a morir?

La película consigue algo muy interesante gracias a la conexión que se establece entre Fernando y yo. Hay ternura, afecto, respeto. Una intimidad que se acerca al espectador gracias a la atmósfera que han conseguido los directores. Y, al terminar de verla, el espectador siente el privilegio de haber presenciado una relación íntima, a la que no se suele tener acceso, que ayuda a cambiar la perspectiva. Yo no hubiera podido hacer eso a mis 35 años. Cuando acabas medicina no tienes esa madurez humana y espiritual para guiar a alguien en semejante cambio de relato. Ahora que llevo hechos cientos de acompañamientos y juego con la ventaja de la experiencia sé que el proceso ha de hacerlo el propio enfermo y que suele acabar bien.

Es increíble el sentido del humor que hay en sus charlas.

Es cierto, el humor en la película es fantástico. Recuerdo uno de los chistes que contamos: “Doctor, ¿es cierto que me quedan tres días?”, y el médico responde: “Bueno, eso sería si se lo hubiera anunciado ayer”. Los  momentos de tensión existen, y ahí es donde se agradecen los chascarrillos.

Por increíble que parezca, en la sala se escucharon carcajadas en más de una ocasión. 

Algunos de aquellos momentos coincidían con días malos para Fernando. Su mujer me advertía: “hoy está triste”. Fui notando que nuestras charlas se hacían imprescindibles para él. Y yo sentía la importancia de mi compromiso. Los dos acabamos necesitándonos mutuamente. Espero que esa relación se vea bien en la película.

Hay tantas maneras de morir…

Sí, igual que de vivir.  

Y morir con elegancia no es ninguna frivolidad. 

¡Ninguna! La diferencia entre morir tranquilo o morir solo y amargado es enorme.

También hay quien piensa que las maneras de vivir tienen mucho que ver con las de morir. 

Nosotros construimos nuestra vida y nuestra muerte. Cuando no somos conscientes de eso, como le ocurre a la mayoría de la gente, llega el enganche a la tristeza y a la rabia. Adquirir distancia con ciertas emociones es una suerte. Estoy triste, tengo mucha tristeza, la siento, pero no soy esa tristeza.  Exige una madurez personal, de lo contrario gana la amargura.

Enric, ojalá sea dentro de muchísimo tiempo, pero ¿cree que necesitará que alguien le ayude a despedirse de la vida o podrá hacerlo solo? 

Vamos a ver, yo no soy una persona religiosa, ni voy a misa. Pero tengo una profunda experiencia espiritual. Es decir, creo que somos más de lo que parecemos y mucho más del cuerpo que habitamos. No tengo ningún miedo a que llegue el día en el que  tenga que soltar la carrocería porque ya está muy vieja, cansada o no funcione bien. Hay dos cosas: una es el dolor, que existe y se mitiga con calmantes. Y luego está el sufrimiento, que es lo que tú produces cuando te resistes a aceptar una realidad que no te gusta, que quieres cambiar, pero no puedes. El día que tenga que partir me soltaré dejándome llevar a ese otro nivel de conciencia en el que seguramente se está mucho mejor que aquí.

¿Seguro?

Así lo intuyo porque, acompañando a mucha gente que se va, me he dado cuenta de la paz, la serenidad, el gozo, la dulzura, la ternura que hay en ese tránsito. He experimentado cientos de veces que la muerte no existe.

Pero todos vamos a morir…

Sí, todos pasaremos por ese proceso, pero no existe nada que sea la muerte. Venimos y nos vamos. Y,cuando hay que irse, pues se va uno. No hay que poner dificultades, porque entonces es cuando lo complicamos. Es el ejemplo ya citado del bebé que se niega a nacer aferrándose al útero materno. La muerte es algo natural, conocido, no es una enfermedad, y si lo aceptas verás que la vida tiene un sabor diferente. Porque serás consciente de que tú eres el único propietario del tiempo que te queda. Disfruta, aprovéchalo, respira, goza, perdona… Y, cuando llegue el día, que te pille bien vivido.

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