50 años del estreno de Spielberg sobre la ‘América del rifle’

De izquierda a derecha, Michael Sacks, Goldie Hawn y William Atherton, en ‘Loca evasión’.

En 1974, Steven Spielberg tenía 27 años. Tras foguearse en series y filmes de televisión, donde había dado su primer zarpazo visual con ‘El diablo sobre ruedas’, uno de los grandes estudios, Universal, le produjo su debut en la pantalla grande, ‘Loca evasión’. Poco recordada, es superior, sin embargo, a muchas de las películas que Spielberg ha rodado a lo largo de su vida. El Festival de Cannes reconoció su valor al premiar su guion en la edición de 1974 y ha vuelto a hacerlo al seleccionarla este año para la sección Cannes Classics. Basada en una historia real sobre una pareja de fugitivos que quiere recuperar a un hijo que les ha arrebatado el Estado, Spielberg transforma su argumento en un espectáculo que retrata ácidamente ‘la América del rifle’.

Eran buenos tiempos en Hollywood, eran malos tiempos en Hollywood. La corona de los viejos grandes cineastas pasaba de cabeza en cabeza de una nueva generación, émula de la megalomanía económica y artística de la edad dorada de los grandes estudios. Coppola, Scorsese, Lucas, De Palma, Cimino, Friedkin inyectaban de nuevo capital y gloria a la ciudad de los sueños. En apenas una década consumieron toneladas de energía y fuerza humana de un sistema en decadencia que ellos mismos levantaron y hundieron, simbólicamente, con el fracaso de La puerta del cielo de Cimino en 1980. Después volaron solos.

Ninguno más talentoso en sus orígenes que Spielberg; pero ninguno defraudó tanto como él. Lo despreciaron por clásico, por tradicional, por taquillero (cuando arrasaba). El más apegado a los géneros ha sido el más irregular. En la última encuesta de referencia de Sight and Sound sobre las mejores películas de la historia del cine, ninguna de las suyas aparecía en el listado de las 100 primeras, donde sí figuraban El padrino, Apocalipse now, Taxi driver y Uno de los nuestros.

Recuerda su biógrafo John Baxter que Spielberg supo ver en sus comienzos algunos de los rumbos que estaba tomando el cine y la manera de acercarse al público. Nunca engañó pensando en hacer arte. O un arte que se produjera al margen de ese público. Él jamás rodaría Rumble fish, uno de los experimentos de Coppola. O Toro salvaje. “Quiero que la gente ame mis películas y seré una prostituta para meterla en las salas de cine”, llegó a decir. Como apuntó Peter Biskind en su retrato de esa generación Moteros tranquilos, toros salvajes, “el cine de autor era para Spielberg territorio extranjero”. Así pues, como señala Baxter, el dilema que se le presentó a Spielberg sobre qué tipo de cineasta quería ser (uno con fama, audiencia y adoración, u otro, como David Lean o Stanley Kubrick, de audiencias pequeñas y discriminadas), lo resolvió a favor del primero. El cine, para Spielberg, se movía en un mundo de sensaciones, de sentimientos, de acción, de manera que no hacía falta traducir ese lenguaje a otro país, a otra cultura, y las películas podían fluir sencillamente de la pantalla al cerebro casi sin intermediarios.

Loca evasión contiene el germen de ese cine: espectáculo, acción, intimidad. Y un humor que a veces se echa en falta en el resto de su obra. La película costó unos tres millones de dólares y fue un fracaso comercial. En España no se estrenó hasta 1980, cuando Spielberg era ya el rey coronado de las taquillas. Su solvencia artística, sin embargo, le abrió definitivamente a Hollywood, que le duplicó el presupuesto de este filme inaugural para realizar Tiburón.

El rodaje de Loca evasión duró 115 días. Empezó el 8 de enero de 1973 y terminó cinco meses después; aunque le quedaba un verano por delante para montarla, ya con el compromiso de empezar a continuación Tiburón. En aquellos meses se rodaban también El exorcista (Friedkin), La conversación (Coppola) y Luna de papel (Bogdanovich). La maquinaria del Nuevo Hollywood funcionaba a pleno rendimiento.

La convicción de Spielberg era absoluta. Su cabeza bullía de proyectos. Mientras seleccionaba los exteriores de Loca evasión, se fijaba en posibles paisajes para una película sobre ovnis que acabaría realizando cuatro años después (Encuentros en la tercera fase).

Ni siquiera le preocupaban las pugnas que circulaban entre los estudios aprobando rodajes de películas similares (la huida de una joven pareja por la América tradicional), como Malas tierras (otro de esos filmes artísticos que jamás rodaría él) o Ladrones como nosotros, consecuencias del éxito de Bonnie and Clyde, previo a la irrupción renovadora de los toros salvajes. Aunque, en realidad, el modelo de Loca evasión era una vieja película de Billy Wilder: El gran carnaval. Y como ella, basada en hechos reales, y en la repercusión que estos provocan en la sociedad cuando la prensa los propaga vorazmente.

“Me gusta la idea de la gente unida tras un gran acontecimiento reflejado en los medios de comunicación”, declaró entonces Spielberg. Esa gente unida de la película son americanos corrientes atraídos por la huida de una pareja de fugitivos: ella, que acaba de cumplir condena en otra penitenciaría, libera, durante una visita, a su marido de la cárcel de la que está a punto de salir y huyen poco después en un coche de la policía con un agente como rehén. Su destino es la localidad de Sugarland, donde, tras una resolución de los servicios sociales, el hijo pequeño ha sido dado en adopción a otro matrimonio.

La persecución policial va creciendo a medida que atraviesa pueblos de la América rural, atrayendo la atención desaforada de los medios de comunicación y a fanáticos alienados de las armas, como los mismos policías, como si creyeran vivir en un western, donde los conflictos se resuelven a tiros. Pero a los forajidos del imaginario de sus perseguidores los muestra Spielberg como padres sin maldad, en una intimidad fatalista donde la tajante división moral del western se diluye a favor de la identificación con ellos.

Goldie Hawn, que había ganado un Oscar en 1970 por Flor de cactus, interpreta a la madre, una mujer fuera de la realidad, inestable. Desconcierta ese personaje puramente sensitivo, incapaz de discernir que no va a recuperar el hijo al que pretende rescatar, mientras su marido (William Atherton), arrastrado por amor a la vorágine que desencadena la huida, sigue conscientemente los pasos que les conducen a la tragedia.

Spielberg muestra esa fatalidad sabiamente en una de las mejores secuencias de la película, que fue mutilada en la versión estrenada en los cines ingleses: la pareja se ama en una autocaravana y observa a través del cristal la pantalla de un cine al aire libre donde proyectan los dibujos animados del coyote y correcaminos. El inevitable y trágico final del coyote, siempre sufriente ante la impavidez de su contrincante, lo asimila el marido, como una premonición, al propio final de la pareja; pero lo que brilla es la manera de rodarlo de Spielberg, fundiendo en un mismo plano sus caras sonrientes a través del cristal de la caravana, que a su vez refleja la imagen de los dibujos animados de la pantalla.

Ben Johnson (izquierda) al frente de la persecución de ‘Loca evasión’, en una imagen del filme.

Ben Johnson (izquierda), al frente de la persecución de ‘Loca evasión’, en una imagen del filme.

Las solventes interpretaciones de Hawn, Atherton y del veterano Ben Johnson, el policía que dirige la persecución, dependieron exclusivamente de ellos, pues a Spielberg le interesaba poco, como a Hitchcock, entablar conversaciones con los actores para explicarles o debatir sobre sus papeles. Él veía el conjunto general de la película y los actores constituían un elemento más de la acción. “Mucha energía”, le decía antes de rodar a uno de los intérpretes que trabajó con él. Otro comentó que el cineasta confiaba “en que el actor o actriz supiera lo que hacía”.

Spielberg intenta mantener un equilibrio, que en ocasiones se quiebra, entre el dramatismo del viaje de huida y el aire satírico que imprime a su retrato de la América del rifle, fascinada por la violencia, de la América rural ingenua, pero al borde de la estupidez, y de unos medios que ya entonces se desmandaban a la caza de una información que, convertida en espectáculo, diera réditos a las cuentas de la empresa. Pero en sus momentos superiores, la película revela a un gran director: sensitivo, narrativo, entregado a los acontecimientos que exalta, justamente como un espectáculo, que por momentos logra suspender, como toda buena narración, la incredulidad del espectador.

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