La hermandad de los gatos negros con ojos amarillos

Foto: Pixabay.

Un año más, los Relatos de Agosto en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado. Y este agosto vienen muy animales. Con perros y gatos en el centro de atención. Hoy toca conocer la inquietante hermandad de los gatos negros con ojos amarillos. Soy parte de esta hermandad nocturna. Me dicen que yo vengo de ellos. Me estaban buscando. 

POR CAROLINA CORREA 

Mau Bast Merit Netcheru / Poderosa Señora del Este / Ojo derecho de Ra.

Un día me elige volviendo del trabajo. Me sigue hasta el portal de mi casa. Ronronea para que la acaricie. Me parece hermosa. Es de color azabache y mirada intensa. La primera noche no la dejo entrar. Le saco una lata de atún, pensando que es una gata callejera con hambre. Pero vuelve las siguientes tres noches con los mismos ademanes, el mismo ritual. Se frota contra mí y se pone panza arriba. Se ofrece entera. Los ojos son dos soles brillantes. Parece estar más interesada en los mimos que en la comida. Finalmente, la invito a entrar en mi casa. Cruza el portal sin dudar y se queda a vivir.

Con movimientos casi etéreos, danza alrededor de mis piernas mientras preparo el café. A mediodía, se despliega en el sofá para tomar el sol, observando el mundo con indiferencia majestuosa. Por la tarde, afila sus uñas en el poste y juega con cualquier cosa. Pero algo cambia.

Hace más de un mes que me despierto a las tres de la mañana. Ella está sentada en mi pecho, observándome fijamente con esos ojos antiguos. Se acerca mucho a mis labios, me huele el aliento. Abro la boca y ella se pone recta. Entorna los ojos e inhala profundamente. No me puedo mover. Siento vértigo, una corriente invisible me arrastra. Todo se oscurece.

Camino sobre arena que cede bajo mis pies, y se desliza por mis empeines haciéndome cosquillas. El aire está fresco y silencioso, pero la arena sigue tibia por el calor del día. El graznido de un pájaro me hace mirar al cielo. Me estremece ese tapiz violáceo salpicado por millones de estrellas. Forman constelaciones misteriosas que puedo ver claramente, sin atmósfera que entorpezca la vista. Encuentro un templo y empujo su puerta, adornada con jeroglíficos tallados. En el centro del recinto, veo una estatua negra vestida con un velo dorado. Tiene el cuerpo de una mujer con cabeza de gato, y sus ojos están decorados con joyas que no distingo, pero que brillan con el destello de la luna que se filtra por la puerta. La presencia me resulta familiar. Siento algo rozar mis piernas. Al mirar hacia abajo, me encuentro con varios gatos que se restriegan contra mí. Pierdo el equilibrio tratando de esquivarlos. Me apoyo contra la estatua que inmediatamente resplandece y me ciega. Cuando recupero la conciencia estoy en la cama, sola. No hay rastro de Bastet.

Se repite cada noche. Ella me mira y yo me pierdo en su abismo. Durante el día, me sorprendo arqueando la espalda, sentándome en posiciones imposibles, sacándome astillas de debajo de las uñas, como sonámbula. Me sobresalto como si me despertara de un trance.

Mientras limpio la casa, descubro marcas de arañazos en la puerta trasera. No recuerdo haberlas visto antes. Son profundas, como hechas por garras. Me asusto. Por la noche, espero a Bastet fingiendo dormir. Siento su peso sobre mí. Intento resistirme a abrir los ojos con todas mis fuerzas, pero ella empieza a llamarme. Maúlla cariñosamente primero, luego sube el volumen con impaciencia ante mi falta de respuesta. Sisea. Finalmente, me rindo y abro los ojos. De nuevo, esa mirada magnética. Ella inhala mi aliento y caigo en un sueño profundo.

Despierto en un callejón. Mi razón se desdibuja por momentos. Ahora siento. Siento todo a la vez, como relámpagos recorriéndome el cuerpo. Escucho colores y veo sonidos. Anticipo movimientos sólo con detectar una leve vibración que rompe el velo del aire. Figuras iridiscentes se mueven entre personas y objetos que aparecen y desaparecen ante mis ojos. Bastet está en control, pero yo estoy lúcida. Nos movemos sigilosamente por las calles, con pasos inaudibles. Desafiamos la gravedad. Cuando detecto ratones o pájaros, se apodera de mí un deseo primal de cazar. Gorjeo. Mis músculos se tensan, las orejas se inclinan hacia atrás, y los ojos se entrecierran. Escucho la sangre recorriendo el cuerpo de mis presas como tambores que redoblan al unísono. Siento placer en cada acecho, cada zarpazo. Mordemos con ahínco, saboreando la carne palpitante, cruda. El sabor férreo de la sangre me reconforta. Al amanecer, regresamos a casa. Me despierto en mi cama, agotada, pero esta vez no pierdo la memoria.

Mi vida diurna se vuelve monótona, sin significado. Espero la noche con ansia y con temor. Consulto a un médico y a un veterinario por separado. Miento. Hablo de mi insomnio y de la inapetencia inventada de la gata. Nos hacen pruebas. Sacan muestras de sangre. Bastet se resiste. Gruñe y me condena a arañazos. Concluyen que estamos sanas. No hay explicación lógica para lo que me está ocurriendo.

Una noche, durante nuestra caza, Bastet me lleva a un bosque en las afueras de la ciudad. Allí, entre los árboles, encontramos círculos de gatos negros, todos con los mismos ojos amarillos. En el centro, la misma estatua de mi sueño. No hablan pero comprendo lo que dicen.

Mau Bast Merit Netcheru recitan.

Entiendo que no son meros animales. Más que humanos, una mezcla.

Mau Bast Merit Netcheru.

Soy parte de esta hermandad nocturna. Me dicen que yo vengo de ellos. Me estaban buscando.

Mau Bast Merit Netcheru.

Bastet es mi guardiana. Dicen que con el tiempo comprenderé. No es el momento. Quiero saber, pero no pregunto, obedezco.

Mau Bast Merit Netcheru. 

Siempre obedezco la voluntad de Bastet. No me puedo resistir. No quiero.

Mi cuerpo está más delgado, mis ojos más agudos y claros. Mis uñas ahora son garras afiladas. Solo Bastet sabe la verdad. La humana ya no existe. Dejo atrás mi nombre y mis recuerdos. Todo se desvanece.

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