Killer, curtido por las peleas con perros robados

Foto: Michelle Riley / The HSUS

«Killer fue engendrado en el suburbio y, desde cachorro, aprendió que el cubil no era un refugio, sino una ratonera de la que un día saldría para no volver. Mientras sus ojos de color aceituna se velan por la pátina de quien solo se nutre del desafecto, emerge en su descomunal cabeza un hocico temible y un cuerpo acorazado por músculos de acero”. Seguimos con la serie Relatos de Agosto en colaboración con el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado. Protagonistas: los perros y gatos. Hoy, en un ambiente estremecedor. 

POR JOSÉ LUIS LEJÁRRAGA

Killer nació predestinado a morir de forma violenta.

De haber nacido en los barrios residenciales podría haber crecido entre algodones, comer los manjares de los amos, dormir en una cama acolchada, asistir al nacimiento de los hijos y velarlos bajo la cuna, esperar anhelante el retorno y entretenerse mirándose en el espejo sin reconocerse; podría haber nacido en los aledaños de la fábrica, vivir de las sobras de los operarios, ganarse su cariño, recibir un nombre que hiciese un requiebro a su destino, acabar puertas adentro de perro vigilante presto a disuadir a los amigos de lo ajeno, esperar durante los fines de semana la llegada del lunes, la vuelta a una rutina de caricias y palabras amables; podría haber nacido a los pies del río, ser un vagabundo, carecer de nombre, rastrear su sustento: los pequeños roedores que devoran el grano caído de la mies trillada, bañarse en el arroyo, dormir a la intemperie; o podría simplemente no haber nacido.

Pero Killer fue engendrado en el suburbio y, desde cachorro, aprendió que el cubil no era un refugio, sino una ratonera de la que un día saldría para no volver. Mientras sus ojos de color aceituna se velan por la pátina de quien solo se nutre del desafecto, emerge en su descomunal cabeza un hocico temible y un cuerpo acorazado por músculos de acero.

Curtido por las peleas entre alambradas con perros robados por descuideros, perros presos del desconcierto, sparrings de un solo envite, sangre derramada para excitar a la lucha, Killer solo espera el día del combate: dominar desde el primer segundo, buscar  la garganta para cercenarla con los dientes en el único momento en que él existe para su dueño, que lo jalea y lo empuja a matar; después de la victoria, volverá la indiferencia tras una palmada en el lomo mientras se cuentan los billetes ganados.

Hoy, en el garaje clandestino, espera su turno encerrado en la jaula; observa el ring angosto delimitado por maromas; un combate, dos perros enzarzados, sangre que brota del cuello, apostantes que exigen más; una amalgama de voces y de sangre, uno de los canes yaciendo en la lona.

Es su momento, sabe lo que se espera de él. El amo se agacha mientras lo conduce al cuadrilátero y Killer huele sangre cerca del mentón, el corte de un rasurado excesivo; en un segundo inesperado en el que la violencia aprendida traiciona al instinto de lealtad del perro apaleado, Killer salta sobre el cuello de su amo; una dentellada certera, un desgarro brutal, sangre a borbotones al ritmo de cada latido de un corazón que, en poco tiempo, se encuentra exangüe, una mirada sorprendida por la que se escapa la existencia.

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