Un buen gato no debe repetir los errores del pasado

“Calculé que desde la posición desgarbada en la que estaba podría dar un salto directo a la yugular de ese viejo y matarlo sin que se diera cuenta… Pero no debo repetir los errores del pasado”. Seguimos con la serie Relatos de Agosto en colaboración con el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado. Protagonistas: los perros y gatos. Hoy, nos visita un gato con muchos planes en la cabeza. Y ninguno bueno. 

Por ELOÍSA MATURÉN 

Me gusta fingir que soy una de las antigüedades de la tienda. Los domingos, que es cuando viene más gente, me apoltrono en el chaise longe de cuero, entre la lámpara Bauhaus y el ficus, y allí me quedo lo más relajado que puedo. Soy capaz de pasar horas sin moverme, sobre todo en las tardes en que un rayo de sol ilumina justo esa esquina. Siento que levito. La gente siempre se acerca a mirar, algunos hasta se atreven a tocarme. Si estoy de humor los asusto, es divertido ver sus caras de idiotas cuando se dan cuenta de que estoy vivo. Por supuesto, me apetece arañarlos, pero estoy aprendiendo a controlar mis impulsos, no quiero más problemas. David me salvó cuando perdí mi casa, me eligió, incluso al enterarse del malentendido que tuve con mi humano anterior. No puedo decepcionarlo. Tampoco pienso cambiar su comida gourmet y la tranquilidad de este sofá por un instante de placer. Creo que he madurado; además David aplaude mi histrionismo, dice que es parte del encanto de la tienda. Hay humanos que merecen ser gatos, él es uno de ellos.

Hoy no abrió el cretino de la tienda de enfrente, espero que lo haya atropellado un coche. Por su culpa tenemos siempre una fila de turistas ruidosos, de los que creen que está bien pagar ese precio por un café. Es un café, te están robando, idiota, despierta. Pero no, es inútil, así es la moda, está hecha para borregos. El vecino es de esos tipos que, aunque a duras penas sabe hablar castellano, utiliza palabras en inglés; specialty coffee, dice, creo que es un poco tarado. A mí me cayó fatal desde el primer día, David lo defiende porque cree que es muy buena persona, pero no, yo nunca me equivoco. El martes pasado me acosté en el marco de la ventana que da a la calle, empezaba a llover y me entretiene ver a la gente mojarse. El vecino justo salía de la cafetería con una chica. En un momento cruzamos miradas y ella se quedó sorprendida con mis ojos naranja y mi pelo plateado. Se acercó emocionada para verme mejor y dijo que su sueño era tener un gato como yo. “Sí, está lindo el gato, pero yo soy más a dog person”, le respondió el vecino con un acento terrible. A dog person no, eres tarado. La próxima vez que se le ocurra entrar a nuestra tienda, voy a empujar el jarrón de murano cuando pase para que tenga que pagarlo.

Hace cinco días David se fue a Zaragoza a evaluar un juego de salón Luis XV y me dejó con su novia Lucía. Él ya me conoce bien, así que le dio instrucciones precisas de cómo debía servir la comida: media lata de alimento mojado, una cucharada de comida seca y encima dos golosinas de salmón. Suena simple, ¿no? Pues ella fue incapaz de hacerlo. Desde la primera noche que David estuvo ausente me dio solo un cuarto del alimento mojado y se olvidó de las golosinas. Por supuesto, me rehusé a comer. Ella se giró desafiante y, sin decir palabra, volvió a tumbarse en el sofá con el teléfono en la mano. Encima se puso a ver vídeos de perros. Ante aquella afrenta inaceptable me solté a maullar sin descanso, ella se puso los cascos y sin siquiera mirarme dijo: “Te vendrá bien la dieta, te está saliendo barriga”. ¡Ta mère!, esto no es barriga, cariño, es mi bolsa primordial, una ventaja evolutiva de los gatos persa. Pero claro, ¿qué va a saber ella de ventajas evolutivas?

Ese día tarde en la noche, Lucía se metió en la tina con la botella de albariño de Pedralonga que David tenía enfriando en la nevera. Un desperdicio si me preguntas a mí, esa botella es para maridar con un buen queso. Me asomé al baño, Lucía justo había dejado el secador de pelo sobre el lavamanos y estaba enchufado. Tuve tantas ganas de provocar un accidente. Pero enseguida pensé en David, no está lindo que llegue de viaje y se encuentre a la novia ahogada en la bañera. Lo que sí, como la quiero tanto a Luci, voy a hacerle un regalito. Hace días estoy a la caza de un ratón blanco de los que a veces merodean en la trastienda. En lo que encuentre uno, lo mato de un zarpazo y se lo meto en el bolso, estoy seguro de que va a encantarle mi gesto. Me da la impresión de que Luci no sabe con quién se ha metido.

El otro día un niño me reconoció mientras su padre miraba la tienda. Se quedó detallándome hasta que gritó: “¡Anda, pero si este es Fellini”; yo abrí los ojos de inmediato, hacía mucho que alguien no me reconocía. La fama es una droga que nunca deja de seducir, tuve que recordarme que, por mi bien, ese Fellini ya no existe. “Papá, mira, aquí está Fellini, el gato que cancelaron en Tik Tok, tiene el mismo copete”. El padre se acercó curioso, se conoce que eran fanáticos, yo me mantuve inmóvil. “¿Qué dices, hijo?, ¡cómo va a ser Fellini!, si este gato parece que tiene diez años disecado, en todo caso será feini”; el hombre soltó una carcajada exagerada, pero nadie más reaccionó a su mal chiste. Calculé que desde la posición desgarbada en la que estaba podría dar un salto directo a la yugular de ese viejo y matarlo sin que se diera cuenta. Menos mal que David lo llamó para darle el precio de la silla por la que había preguntado.

Se me ocurren muchos planes, no tengo la culpa de tener esta cabeza tan creativa. Si fuese por mí desaparecería a la mitad de la gente del planeta, pero luego pienso en la tranquilidad de mi esquina, la comida délicieux de David y su talento para acariciarme en los lugares precisos. Tengo una nueva vida y no debo repetir los errores del pasado.

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