‘La lealtad de los caníbales’: el caos y la corrupción en Perú

El escritor Diego Trelles Paz. Foto: Anagrama.

La cuarta novela del escritor Diego Trelles Paz (Lima, 1977), ‘La lealtad de los caníbales’, aborda el tema de la corrupción y el sicariato en el Perú contemporáneo. Al igual que Cortázar o el propio Roberto Bolaño, Trelles entiende la literatura, también, como un juego, donde por momentos busca la complicidad del lector para sacarlo (o al menos intentarlo) de la pura pasividad.

Homosexual y comunista, Oswaldo Reynoso era un escritor que hacia finales de los años 90 se había convertido en una especie de autor de culto en el Perú. Algunos de sus libros, como la novela En octubre no hay milagros, pero en especial un conjunto de relatos, Los inocentes (Lima en Rock), le había valido, en el momento de su publicación, 1961, por un lado, el reconocimiento de muchos otros autores y lectores, pero, por otro, el rechazo de los sectores más conservadores de la crítica literaria limeña.

En ese libro cargado de violencia, pandillas juveniles, sexo y homosexualidad veían una realidad que a algunos reseñistas de libros les incomodaba. A pesar de sus ideas equivocadas (en algún momento justificó las barbaridades de Sendero Luminoso), Reynoso fue un autor enormemente generoso con los autores más jóvenes: vivía en Jesús María, un barrio de clase media donde recibía a algunos adolescentes y veinteañeros que, con manuscritos bajo el brazo, acudían a él para que éste los leyera y los comentara. A diferencia de otro escritor peruano de su generación, Julio Ramón Ribeyro, el lenguaje de Reynoso está cargado de jerga, lenguaje coloquial, callejero, lumpen y barriobajero. La Lima de prosa entre ascética y reflexiva de Ribeyro contrasta con la Lima achorada y descarnada de Reynoso.

Leyendo la Lealtad de los caníbales de Diego Trelles Paz (Lima, 1977), no he podido evitar recordar algunos libros de Reynoso. La lealtad de los caníbales es la cuarta novela del autor, y la tercera de lo que él mismo ha denominado “una trilogía sobre la violencia en el Perú”.

El eje conductor de La lealtad de los caníbales está en un bar, el Bar del chino Tito, y es desde aquí donde se desprende una serie de historias que se muestran como un mosaico, donde la descripción de los personajes parece cobrar mayor importancia que la trama en sí misma. Trelles, un buen lector de Faulkner, construye una novela fragmentaria con una estructura antojadiza, pero que sale airosa por su manejo del lenguaje y la expresividad de su prosa. La Lima lumpenesca y achorada parece beber de otros autores como Roberto Arlt o los escritores de la Onda mexicana. La corrupción y la miseria moral de algunos de sus personajes nunca caen en el cliché; por el contrario, están dotados de vida. Al igual que otro autor peruano de su generación, Richard Parra, en las novelas de Trelles Paz hay algo de crítica social y, como éste, el autor no cae en el maniqueísmo, ni en la propaganda política. Afortunadamente, Trelles (como Parra, supongo) no cree en la militancia cuando se hace literatura (eso él lo deja para sus posts en redes sociales) y entiende que el compromiso con la vocación literaria –con el arte, en definitiva– está por encima de la ideología política.

Es a través de esta novela fragmentaria que conocemos a una serie de personajes que desfilan por el libro: un grupo de policías corruptos que urden el secuestro de un adolescente por el que piden un rescate, un cura pederasta, una colombiana que huye de la violencia de su país, una mujer que tiene una relación lésbica con una mujer a la que detesta, un empresario adinerado dispuesto a comprar voluntades y un camarero de origen japonés que añora vengar la muerte de su padre, quien fuera asesinado por un grupo de militares durante los últimos años del terrorismo en el Perú.

Trelles juega con diferentes registros y, aunque no en todos obtenga los mismos resultados, consigue algo: mostrar esa sensación de tumulto caótico y en muchos casos sin sentido en el que se ha convertido la ciudad de Lima. Si en la primera novela de la trilogía, Bioy, el autor intentaba remover al lector con ciertas escenas cargadas de violencia extrema y en la segunda, La procesión infinita, las drogas y el suicidio salpicaban la novela, en La lealtad de los caníbales son las escenas sexuales las que llaman la atención. Son varias y reiterativas y en algunos casos grotescas: pederastia explícita y sexualidad contenida en las cabezas de algunos personajes que parecen huir de la mediocridad y la corrupción refugiándose en el coito, o en la idea (imaginada) del mismo.

No todos los personajes están igualmente logrados ni tampoco sus respectivas sub tramas, pero la idea de dejar una polaroid de la criminalidad y la corrupción de una sociedad es lo que al final uno se lleva cuando cierra el libro.

La novela contiene una serie de guiños (homenajes) a otros libros y películas. Hay una escena que parece beber del Patrick Bateman de American Psycho, donde uno de los personajes, uno de los policías corruptos, le habla a su víctima de la biografía y la discografía de Whitney Houston, mientras la está asesinando con una sustancia que le ha inoculado y la va matando lentamente. En otra escena Trelles recrea, a su manera, el comienzo de Goodfellas de Martin Scorsese, cuando en un solo plano secuencia se van presentando a una serie de personajes desde la perspectiva de uno de ellos sin saber realmente quién es el que está narrando. El cine de Jonathan Demme también aparece: el final, de hecho (sin hacer spoilers), trae a la memoria El silencio de los corderos. El título del libro recuerda bastante a Hannibal Lecter.

Al igual que Cortázar o el propio Roberto Bolaño, Trelles entiende la literatura, también, como un juego, donde por momentos busca la complicidad del lector para sacarlo (o al menos intentarlo) de la pura pasividad. No sé si realmente lo consigue, pero el autor entiende, como en Pulp Fiction de Tarantino, que, en una obra de ficción, en contadas excepciones, se puede prescindir de la trama y de la emoción.

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