La mujer cuidadora derrocha caricias y besos, a veces sin respuesta

Seguimos con los retratos de mujeres que Sara Palacios ha desplegado en su libro ‘Inventario de las mujeres que soy’ (‘Con M de Mujer’). Hoy, ‘La mujer cuidadora. “Al mismo tiempo que lo desea, teme el final, y precisamente ese es el dilema del que se haya presa y que le causa tanto pesar”.

Eran las cinco de la madrugada, y su padre otra vez estaba deambulando por el pasillo hablando con las vacas.

Esta vez no me levanto, pensó. Si lo hago se pondrá más nervioso y despertará al niño. Y en apenas tres horas lo he de levantar para el cole. No sé dónde tengo la cabeza, preparé la mochila del niño, pero se me olvidó rellenar el pastillero de papá.

Sentada a la mesa de la cocina, envuelta en su albornoz con la compañía de un café recién hecho. El silencio, en el que por fin se sumía la casa antes de despuntar el día, se rompía con el sonido que hacían las píldoras al caer en sus casillas: uno, dos, tres ,cuatro, cinco… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Una lágrima silenciosa rodaba por su mejilla mientras imaginaba: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve.

De vuelta a su habitación, entró en la de su padre y la de su hijo para besarlos suavemente. Era lo único que impedía que ganase la desesperación.

Arrullándose a ella misma, aún tenía tiempo de arañar un poco de descanso a esa hora en la que parece que todo y nada pasa. Y, por fin, cerró los ojos.

Se vacía de anhelos propios para llenarse de necesidades ajenas. Cambia noches enteras por minutos de vida. Deja de ser, para complacer.

Es compañera en un viaje del que regresará sumida en la más profunda soledad, y aun así sigue, cada día un poco más. Al mismo tiempo que lo desea, teme el final, y precisamente ese es el dilema del que se haya presa y que le causa tanto pesar.

La mujer cuidadora derrocha caricias y besos, a veces sin respuesta. Regala oídos a infinitas quejas y presta ojos, manos y pies a quien se va olvidando qué hacer con los propios.

Se adueña del dolor que no le pertenece, para alejar el que tantas veces siente. Su fiel compañero es el cansancio; no sucumbir al desaliento, su verdadero reto.

Todos sus cuidados subrayan la palabra amor y dotan de nuevo significado al verbo dar.

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