Decir que ‘Casi perra’ es un libro perturbador es quedarse corta
Cuesta ordenar los pensamientos después de leer ‘Casi perra’, la impactante novela que Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) acaba de publicar en España. El cuerpo del lector se transforma a través de una metamorfosis agónica, tremendamente explícita y completamente gozosa. Decir que ‘Casi perra’ es un libro perturbador es quedarse corta, caer en un convencionalismo capaz de arrebatar la dicha que supone sostener su cuerpo. ‘Casi perra’ es un grito desbordado, una provocación consistente, una enumeración de necesidades, dejar al descubierto la precariedad emocional a la que nos vemos expuestas las mujeres vistas desde el cóncavo espejo de la acaparadora masculinidad. Una novela inclasificable y necesaria que bordea los límites de lo animal y lo sádico, la locura y el amor.
Casi perra es un libro conmovedor. Una metamorfosis vinculada directamente con el cinismo social. Cuesta decidir si es una fábula, una confesión o el aullido de todas las mujeres del mundo.
Es un diario sublime en el que todo progresa con el ansia con que lo hacen los sueños, los anhelos, la transformación que lleva implícita la violencia. No es una narración complaciente, no, su cuerpo late como solo late la herida que conduce a la muerte o a la resurrección. Es un libro que entronca con Kafka, sí, y que, sin embargo, lo empequeñece, lo convierte en un niño caprichoso que usa su imaginación para contradecir su privilegiada vida. Casi perra es la metamorfosis multiplicada por mil, es un grito desbordado, una provocación consistente, una enumeración de necesidades, dejar al descubierto la precariedad emocional a la que nos vemos expuestas las mujeres vistas desde el cóncavo espejo de la acaparadora masculinidad.
Casi perra es la demostración de que el futuro de las mujeres es fruto de un presente reacio a la manipulación, pegado y apegado a la naturaleza, a la animalidad que nos niega el contrato social que acaece cuando el médico nos corta el cordón umbilical y hace partícipe a nuestra madre del género al que pertenecemos.
Casi perra es un libro que alterna gritos y silencio como alterna una enferma mental su deseo de vivir con su naturaleza suicida. Posee una sinergia arrolladora y productiva que deshace las dudas de un lector cada vez más enredado en lo imposible, cada vez más atónito, cada vez más animal, cada vez más fundido con la tierra y todos aquellos de sus miembros que la hacen fértil y que lejos de la plasticidad estética de este libro le harían correr despavorido.
Casi perra es un arma bicéfala que mantiene con destreza la verosimilitud de un libro anegado por la fantasía, que da una vuelta de tuerca a un realismo mágico en el que la realidad es custodiada y alimentada por lo onírico.
Leer Casi perra es encontrar acomodo sobre los asientos de un transporte incómodo y al mismo tiempo lisérgico. Les confirmo que ningún lector, por muy escéptico que sea, va a ser capaz de no devorar el complicado y denso núcleo de una novela inclasificable y necesaria. Una novela que se presta a tantas interpretaciones que cuesta creerlo.
Me ha recordado a ratos a El balneario de Carmen Martín Gaite; ambas obras se parecen mucho, aunque bien es cierto que las separa ese abismo lúbrico que hace de la novela de Sucari un artefacto explosivo y tierno a partes iguales.
Sucari nos muestra el desamor como una pesada e incómoda verdad absoluta en la que preguntas y certezas se mezclan en un duelo casi profético.
Casi perra es una batalla en la que Ariadna y Casandra construyen el mundo.
Casi perra es una profecía llena de alma, ahíta de vida, un testamento en el que todas las mujeres encontramos un instante de salvación, ese aliento último que nos permite mantenernos al límite de la cordura:
“¿A quién le hablo en realidad? Estoy sola. ¿No era eso lo que quería? Cuando llueve, el cielo me responde. Intuyo unas gotas de verdad. Pero no la entiendo”.
Casi perra es el viaje de Penélope, mientras Ulises la espera atónito, relegado a una oscuridad densa y atávica:
“Otros tienen miedo, se alejan de la soledad como si fuese algo contagioso”.
Es una obra intensa que hay que leer con tiento, porque a ratos agota por la vehemencia de la narración. Es un monólogo intuitivo y visceral que, sin embargo, no usa la emoción en vano.
Casi perra es una novela inexplicable por fortuna para el lector, es puro virtuosismo estético. Es fragante, envolvente, capaz de custodiar la rutina hasta convertirla en un sueño relevante en la vida de quien se tope con ella.
He leído pocas novelas como está. Tan apegadas a lo simbólico, tan ensimismadas en el libertinaje.
No es tarea fácil mantenerse a flote sobre su resbaladiza piel, pero, una vez asidos a su poderoso y estimulante magma argumental, el lector se queda pegado a su universo para siempre.
Casi perra es una novela que hay que aplaudir con el arrojo con que se aplaude al boxeador que ha hincado la rodilla sobre la lona porque desde el latido de sus heridas parte el camino hacia la cicatriz de quien lo ve encajar los duros golpes.
No dejéis de leerla, es un reto transformador, ese sueño que jamás imaginamos tener a nuestro alcance.
‘Casi Perra’. Leila Sucari. Tusquets. 98 páginas.
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