‘Los vulnerables’ retrata la política como arma de destrucción masiva

La escritora Sigrid Nunez. Foto: Marion Ettinger.

Sigrid Nunez (Nueva York, 1951) escribe sobre el cambio climático, la pandemia, la salud mental, el acoso y exterminio de los animales, el turismo, la gentrificación… Su nueva novela, Los vulnerables’, revela lo que sucede cuando un trío de desconocidos ha de convivir en un apartamento durante la pandemia y están dispuestos a abrir su corazón al otro y cómo incluso los actos de cuidado más pequeños pueden aliviar la angustia de los demás. Estamos ante un hermoso libro en el que Nunez retrata la política y el capitalismo como dos armas de destrucción masiva. No hace concesiones, los hiere casi de muerte. Nunez toma la pandemia como una oportunidad perdida para reinventarnos y condena la actual estructura social occidental por sus actos, antes y después de la pandemia.

Hablar de la literatura de Sigrid Nunez es hablar de sencillez y de eficacia. Desde que la leo he sentido una sintonía casi fraternal con ella, con sus inquietudes, con sus desvelos, con su amor por los animales. Confieso que no empezamos bien, su libro El amigo me aburrió soberanamente, pero poco a poco he ido sincronizando con su particularísima manera de contar aquello que nos convierte en sociedad.

Pero no escribo este texto para hablar del pasado, sino para hablar de su última novela, Los vulnerables, una novela hermosa sin pretender serlo. Como Nunez es una escritora pragmática que no se pierde en sentimentalismos innecesarios, esta novela hace un preciosista homenaje a la literatura a través de las heridas del presente. El cambio climático, la pandemia, la salud mental, el acoso y exterminio de los animales, el turismo, la gentrificación son piedras de toque en esta historia que enamora e interpela al lector desde las primeras páginas. Y que le hace sumergirse dentro del estómago de Dios para hurgar en él y poder palpar sin miedo todo aquello que poco a poco va destruyendo lo hipotéticamente construido por él en siete días.

Los vulnerables es una novela dura, pese a la calma y la reflexiva dialéctica de su narradora. Una mujer madura cuyos planes sufren un revés inesperado que le llevará a hacer un análisis de la realidad aguerrido, capaz de acabar con cualquier sueño de utopía.

“Una vulnerable, me llamó. Eres una persona vulnerable, dijo. El gobernador de Nueva York, el hombre que dicta la normas, se mostró de acuerdo.

Las redes sociales hicieron viral el rumor sobre unas mujeres que, durante la cuarentena, se masturbaban al verlo en sus ruedas de prensa”.

Nunez parece una escritora inofensiva; su naturalidad al narrar parece poder exculparla de todo, pero su lengua es como ese arco de fuego situado en la pista central de un circo, esa visión que hipnotiza y que se sabe azote de la tranquilidad de aquellos animales obligados cada día a cruzarlos.

Los vulnerables es un diario crítico desde lo social, desde lo femenino, pero es además un diario de escritura. Una confesión cuya riqueza palpita como lo hacen las últimas ascuas de una hoguera que sabe que nadie soplará sobre ellas para salvar su vida. Un diario que habla de las tragedias silentes que recorren de lado a lado los patios de colegio. No escatima Nunez en franqueza, no, y además a través de las páginas de esta historia nos entrega al completo su memoria y su sabiduría.

Nunez es ácida e inmensa en sus confesiones:

“Te das cuenta de que las cosas van mal cuando un funeral te parece una escapada”.

Es una mujer preocupada por las mujeres, por el consentimiento y sus zonas oscuras, por sus ángulos muertos. Por ese final con que la muerte sella las amistades.

Pero no es tétrica, ni agorera, hay una grandiosa armonía en su imaginación. Nunez cuenta la pandemia desde la humanidad, no desde las cifras macabras:

“Encontrarse con un animal es rejuvenecedor. Te abre una puerta al otro lado. A lo incomunicable”.

Hay un humanismo revelador en esta novela de movimientos amables y tuétano no maleable. Hay una denuncia abierta que no incomoda, pero que atañe al lector y al mundo entero. Que pone el dedo sobre lo imprescindible y sobre todas las heridas abiertas que deja un día cualquiera en la vida de animales y seres humanos:

“La delicadeza es lo más importante que pueden enseñar horas y horas en la naturaleza, dice Foster”.

“¿Hubo alguna vez algo más predecible que la crueldad humana? ¿O algo más escalofriante que ver lo temprano que empieza?”.

Nunez toma la pandemia como una oportunidad y desde su idiosincrasia de fenómeno letal trata de reordenar lo fundamental sin dogmas, sin imposiciones, solo a través del sentido común y desde la verdad documentada:

“No podía evitar sentirme culpable del placer que sentía en las calles sin vida. Ser la única peatona, manzana tras manzana, tener media hectárea de Central Park para ti sola. (Y, ay, los gavilanes colirrojos, el águila calva que aterrizaba casi a tus pies)”.

“Al recordarlo, parece menos un recuerdo que un sueño, lo transformada que estaba la ciudad tras el duro golpe. Llevaba años descorazonada por su creciente desfiguración: los rascacielos bestiales, la basura amontonada y el estruendo final, la publicidad estridente mirases donde mirases”.

“Un nuevo temor: que los antiecologistas enfurecidos y los negacionistas del clima, al identificar los esfuerzos de conservación con su enemigo izquierdista y progubernamental, fomenten el ecocidio, descargando su odio contra la propia naturaleza”.

“Camiseta vista a un pasajero de avión: “Dispara a un lobo, haz llorar a un liberal”

Nunez retrata la política y el capitalismo como dos armas de destrucción masiva. No hace concesiones, las hiere casi de muerte. Los condena por sus actos, antes y después de la pandemia, pero sobre todo durante ella. Su protagonista y Cardo, el delicioso antagonista que ha construido para darle las réplicas y afianzar su genialidad narrativa, guionizan el fracaso de esa segunda oportunidad que tuvo el mundo para escoger el camino correcto:

“No compartía el resentimiento generalizado hacia los que habían huido a sus casas de campo, pero comprendía la fantasía común de que los muchos que se habían marchado ahora –junto con los millones de turistas que habían desaparecido– no volverían”.

Nunez ha escrito, como decía con anterioridad, un hermoso libro sobre las contradicciones que van horadando la cada vez más débil envoltura de países y personas:

“Queja en un chat de internet dedicado a la bulimia: nos dicen una y otra vez que estamos dañando nuestra salud, dañando nuestro aspecto, y luego nos muestran una imagen tras otra de la princesa Diana, bulímica durante mucho tiempo, que lució siempre perfecta hasta el día de su muerte”.

“Tienes que aprender por experiencia lo que dice un personaje de un cuento de Edna O’ Brien: que la razón por la que el amor es tan doloroso es que siempre consiste en que dos personas quieren más de lo que dos personas pueden dar”.

Toda la novela es un canto deslumbrante, pero el capítulo titulado Interludio merece una mención aparte; es una isla remota, un paraíso en el que la denuncia toma otro cariz, se vuelve sutilísima y contraviene a la potencia del silencio en el resto de la historia con el sublime hábito de convertir la verdad en un pájaro capaz de posarse en todas las ventanas del planeta, aunque en cada una de ellas habite un cazador. Aquí su cinismo reluce por lo atípico, parece azúcar que Nunez se ha molestado en diluir al fuego para que, al caer sobre nuestra mirada, deje hondas marcas.

Nunez conoce la vigencia del presente, sí, pero no le teme a la nostalgia, ese organismo redentor que nos exculpa per se.

Los vulnerables es un exitoso recuento de círculos concéntricos, un ejercicio narrativo concreto, conciso y alentador. Un tour preciosista alrededor de lo perdido, ese catecismo que enseña oraciones que nada tienen que ver con una salvación gazmoña y teledirigida.

Nunez es un animal de buenas costumbres, la devota nodriza que reconstruye lo necesario para que las próximas generaciones no tengan el abismo y el apocalipsis como hogar.

Lean Los vulnerables, la novela más original, cáustica y brillante sobre ese monstruo de un millón de cabezas que asoló nuestra rutina como si todas las ciudades del mundo fuesen páramos por conquistar.

‘Los vulnerables’. Sigrid Nunez. Editorial Anagrama. Traducción de Mercedes Cebrián. 201 páginas.

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