Nace una inspiradora colección de paseos por la naturaleza

Embalse de Santillana en la Cuenca Alta del Manzanares, Madrid. Foto: Héctor Esteban Menéndez / CC:

Tundra Ediciones, la inquieta editorial especializada en libros de naturaleza (arrancó en 2008), ha iniciado nueva colección de ‘liternatura’: ‘Paseos’. Entre sus primeros autores, Luis Miguel Domínguez, Noelia Velasco, Dave Langlois, Cristina Amanda Tur y la periodista y escritora Maribel Orgaz, con quien nos quedamos ahora. Con ella y su libro ‘Se nos ha dado tanta belleza’. Os dejamos aquí la explicación de la autora y unas páginas de su ‘paseo’. Y deseamos a Víctor J. Hernández, editor de Tundra, larga vida a esta nueva colección, que él explica así: “Escritos originales e inéditos de no ficción que se adentran e inspiran en la Naturaleza, con la coartada del punto de inicio o el hilo de Ariadna de un paseo, que puede tener de todo: descripción, emoción, admiración, reflexión, denuncia… Y partir de lo local para tratar lo universal”.

Maribel Orgaz: “La editorial Tundra me encargó hace unos meses, para su colección Paseos, que escribiera sobre mi paseo favorito y lo ha publicado con el nombre de Se nos ha dado tanta belleza. Su portada es el dibujo de un ruiseñor. Escribir sobre mi paseo favorito fue sencillo porque lo recorro a menudo desde hace años, transcurre al pie de un castillo medieval, un embalse y una montaña a que le faltó muy poco para ser un volcán, La Pedriza. Mi paseo es amable para que cualquiera pueda recorrerlo, incluso en silla de ruedas, y en cada estación y en cada hora del día, hay sorpresas para quien lo visita. Mi paseo bordea el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y cobija dormideros de golondrinas, el cortejo de los hermosos somormujos y contempla cada atardecida cómo el ganado, dorado y parsimonioso, sale a beber en sus aguas. Algunos años húmedos y venturosos hay luciérnagas. Describir mi paseo es hablar sobre las gentes que lo poblaron y lo transformaron, de los animales y las plantas que lo habitaron y habitan, de la mutua interacción que como en tantos paisajes europeos ha devenido en lugares transformados pero también privilegiados desde el punto de vista de su biodiversidad”.

Aquí unas páginas de ‘Se nos ha dado tanta belleza’:

“A mi izquierda puede verse, en lo alto de las sierras, una construcción extraña, la Bola del Mundo, un nombre demasiado bonito para otro desatino de la modernidad. En 1959 se colocó una antena repetidora de televisión y radio sobre esta cumbre de Guadarrama, en el Alto de las Guarramillas, a más de dos mil metros de altitud. En España, la televisión había comenzado a emitir apenas tres años antes y se iniciaba con la imagen de una bola del mundo coronada por una antena. Es fácil imaginar que por asociación se le dio ese nombre y aunque en 2010 era inservible, ahí sigue coronando la cumbre, objeto de polémica entre quienes son partidarios de retirar esa chatarra y quienes defienden que debe respetarse porque es patrimonio industrial, una parte de la memoria de nuestra cultura del trabajo. El Alto de las Guarramillas aparece citado en el famoso Libro de las Monterías escrito en los tiempos de Alfonso XI, en tiempos de los señores del viejo castillo, porque desde allí se avistaba la caza mayor, sobre todo osos.

Embalse de Santillana en Manzanares el Real, Madrid. Foto: Daniel Tejedor

Embalse de Santillana en Manzanares el Real, Madrid. Foto: Daniel Tejedor

En las Guarramillas nace el río Manzanares que es contenido en este embalse y que, según afirma el biólogo José María Sanz García, es llamado por primera vez así en 1561 por Iñigo López de Mendoza, V Conde del Real Manzanares, ya que el río pasaba por sus tierras y le asignó el nombre que mejor le pareció. Los madrileños nos hemos tomado siempre con humor el caudal de este río, más que río, riachuelo, por su poca agua al atravesar Madrid. El Manzanares nace junto al Ventisquero de la Condesa a más de 2.000 metros de altura, sin duda, explicaba el escritor Gregorio Aragón Nogales, territorio también perteneciente a los señores del Real Manzanares.

Los ventisqueros fueron un buen negocio durante siglos, aunque para ser considerados tales debían acumular nieve una media de siete meses al año durante diez años y se les construía un muro para que,  arrastrada por el viento, se acumulara en mayor cantidad y fuera más fácil de recoger. Este ventisquero y su explotación fueron el último de los utilizados por los madrileños, según afirma Aragón. Desde el mes de marzo, desde la primavera hasta el verano, los arrieros subían al atardecer a los neveros, prensaban la nieve en bloques resguardándola con paja de centeno y la bajaban en caballerías hasta los carros tapados con pieles que bajaban a descargar a los pozos de Madrid cada noche. Se estima que perdían hasta un tercio de la carga por el camino. Uno de estos depósitos estaba ubicado en la glorieta de Bilbao en el centro de Madrid. Los Mendoza, a cambio de pagar un impuesto a la Casa de Arbitrios de Nieve y Hielos que era la que expedía las licencias de uso de los cinco pozos que surtían a la ciudad, explotaron el ventisquero desde 1788. La nieve y el hielo eran productos de lujo usados medicinalmente y también para darse el capricho de enfriar bebidas y tomar helados. Un siglo antes, cuando ya era un manjar muy apreciado, el médico Fernando Cardoso escribió en 1637, un tratado al que denominó, Utilidades del agua y de la nieve, razonando que si el frío nos da las almendras, las avellanas y las pasas; por prudencia las fuentes en invierno están calientes y en verano, frías; quienes beben nieve al revés de la Naturaleza andan.

Embalse de Santillana en Manzanares el Real. Madrid. Foto: Óscar Paraleda.

Embalse de Santillana en Manzanares el Real, Madrid. Foto: Óscar Paraleda.

A veces hay en mis cuadernos de apuntes, acontecimientos inesperados. El 20 de julio de 2021 anoté que un poco más allá de los centinelas, los grandes chopos de la entrada, junto a la placa que indica vado de pesca, brillaban unas luciérnagas. Quizá fueran menos de una docena pero era la primera vez que las veía. Asombrada, al igual que cuando era una niña y las contemplaba en los prados de verano, en Madrigal de la Vera, en Cáceres, me rondaron las mismas preguntas que entonces, cuándo se han encendido, hasta cuándo seguirán brillando. Ahora sé que en aquella noche cálida, la fosforescencia amarilla era una llamada y una respuesta aunque yo apenas percibiera su intervalo, como aseguran los expertos que laten sus señales. Según los japoneses, las luciérnagas anuncian el cambio de estación, ¿serían el anuncio del otoño, de las lluvias a tiempo? En México, en un monte de Tlaxcala, miles de luciérnagas se sincronizan para aparearse y el espectáculo se ha convertido en un santuario que visitan los turistas. En mis notas detallé los tonos de aquel punto de luz amarillo y frío, refugiado en lo profundo, dentro de la hierba alta y espesa, confiado y a resguardo de las farolas, las luces del pueblo y la iluminación del castillo. Gusanos o avecillas nocturnas, escribía indeciso en América, el fraile Bartolomé de las casas en 1535, en su Historia de las Indias, a su paso por Haití y la República Dominicana. Ave o gusano, o quizá reflejo de estrellas.

Cinco martinetes sobrevuelan el cielo graznando jubilosos. Así es mi camino, un mundo lleno de belleza”.

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