Del vegetarianismo de Han Kang, Nobel 2024, a Kafka y Voltaire

La escritora surcoreana Han Kang, ganadora del Nobel de Literatura 2024. Foto: CC.

Los protagonistas de ‘La vegetariana’ y ‘La clase de griego’, libros de la Nobel 2024, Han Kang,  son personajes periféricos, a los que les duele el mundo. Leí ‘La vegetariana’ en una sentada. Hacía tiempo que no me sentía tan hipnotizado por una novela, con una prosa lacerante y bella a la vez, capaz de abrirnos en canal para acoger a Yeonghye, la protagonista, para que nosotros también decidamos convertirnos en plantas. En la obra de la coreana sobrevuela Kafka, de quien este año se cumple el centenario de su muerte. Algunas editoriales no han querido perder la ocasión para celebrar su obra, una de las cimas de la literatura de todos los tiempos. Arpa ha reunido en ‘Cuentos animales’ los relatos de Kafka que tienen como personaje a un animal.

Aunque nunca he militado en el surrealismo, siempre he tenido cierta prevención hacia los premios literarios. He optado a muy pocos y la única vez que he ganado uno ni siquiera me había presentado yo. Pero no es por eso por lo que no me interesan demasiado, al menos los españoles. La razón tiene más que ver con la pereza y el escepticismo. No puedo evitar imaginarlos como una lotería que, en no pocas ocasiones, viene con las bolas marcadas. Al margen de la calidad de la obra ganadora, a veces muy buena y otras pésima, sabemos que en España algunas editoriales convocan los premios para promocionar a un autor o autora de la casa. Todo el mundo participa o hace como que participa del paripé de la espera. A  quienes de uno u otro modo participamos del mundillo literario se nos abre la boca enseguida con la corrupción en otros ámbitos, pero son pocos, muy pocos, los que se atreven a denunciar la lógica de los premios en España. Quizás por eso de que no hay que morder la mano que te da de comer.

Sí que suele interesarme quién gana el Premio Nobel. No por ingenuidad, ya sé que también hay intereses en las decisiones del jurado (políticos o sociológicos, no relacionados con la literatura) y que no se lo han dado a escritores o escritoras que lo merecían. Pero suelen descubrirme a un autor al que le he prestado poca atención o que, directamente, no conocía. Me pasó, por ejemplo, con Olga Tokarczuk o con Svetlana Aleksiévich, nombres que me sonaban, pero nada más. Desde que las leí, forman parte ya de mi canon personal, un canon cambiante, cómo no, porque los intereses de todo lector también cambian, aunque en la lista siempre haya incondicionales.

De la escritora surcoreana Han Kang, la ganadora del Nobel de este año, no había leído nada, ni siquiera su novela más famosa, La vegetariana (Rata editorial/Penguin Random House). Me la habían recomendado reiteradamente desde que deslumbró a muchos lectores, por eso de que soy vegano y me podía interesar. Quizás por pereza, lo había postergado. Pero cuando me enteré del premio y leí algunas de sus declaraciones, como su negativa a celebrar el galardón mientras hubiera guerras dado que se había convertido en una escritora global, decidí que había llegado el momento. La actitud de Kang, que critica John Banville (otro autor que lo hubiera merecido) con falta de miras, no me ha sorprendido después de leer La vegetariana y La clase de griego. Sin llegar a lo que planteaba Adorno, si es posible escribir poesía después de Auschwitz, Kang considera que el dolor que provocan las guerras en el mundo es tal que no hay nada que celebrar. Se puede compartir o no, pero es un argumento que me parece muy sólido. En Palestina, por ejemplo, se está cometiendo un genocidio en directo, televisado, sin que nadie mueva un dedo. En el futuro, ni siquiera podremos escudarnos en la excusa de los alemanes, que no conocían lo que sucedía en las cámaras de gas. Tampoco podremos negar que conocíamos lo que suponía el calentamiento global. Por otro lado, celebrar el premio también me parece bien, coherente, por una cuestión de reciprocidad y porque, al fin y al cabo, hacerlo siempre es un canto a la vida.

Los protagonistas de La vegetariana y La clase de griego son personajes periféricos, a los que les duele el mundo, sobre todo en el primer caso. Leí La vegetariana en una sentada. Hacía tiempo que no me sentía tan hipnotizado por una novela, con una prosa lacerante y bella a la vez, capaz de abrirnos en canal para acoger a Yeonghye, la protagonista, para que nosotros también decidamos convertirnos en plantas, para sentir el rechazo que su decisión provoca en su entorno. Una decisión que no guarda relación directa con el dolor de los animales, o al menos no es eso lo que la ha llevado a dejar de comerlos.

‘Los cuentos animales’ de Kafka

Desconozco si Kang es vegetariana en la vida real, pero quien sí lo era es no tanto desde una perspectiva animalista (sí podemos encontrarla, por ejemplo, en Franz Kafka, un autor que sobrevuela en la obra de la coreana, y de quien este año se cumple el centenario de su muerte. Algunas editoriales no han querido perder la ocasión para celebrar su obra, una de las cimas de la literatura de todos los tiempos. Arpa ha reunido en Cuentos animales los relatos de Kafka que tienen como personaje a un animal,Informe para una Academia) sino más bien como un espejo donde mirarnos los humanos. Si quieren ir más allá en sus relatos breves, Páginas de Espuma ha editado sus Cuentos Completos, con prólogo de Andrés Neuman y traducción de Alberto Gordo. “Todavía no me he despertado de esa historia”, escribe Neuman en relación a La transformación (antes La metamorfosis), que leyó por primera vez en la casa de sus abuelos, en Buenos Aires.

Y es que nunca acabamos de leer del todo a Kafka. Adentrarse en esta completa y exigente edición de la narrativa corta del autor de Deseo de convertirse en indio, nos sigue interpelando como lectores de un mundo que nunca ha dejado de ser Kafkiano. Acantilado, con la exquisitez de siempre, ha apostado por una parcela menos conocida de su obra, los aforismos que escribió durante su estancia de ocho meses en Zürau. Hay que conocer a fondo su obra para entender muchos de ellos, que se revelan inaccesibles, con la fuerza de lo enigmático, la lucidez de los sagrado y de lo oculto. Algo que trata de hacer con brillantez con cada uno de ellos Reiner Stach, en una traducción de Luis Fernando Moreno Claros. “¿Cómo puede uno alegrarse del mundo salvo cuando huye de él?”, se pregunta Kafka en uno de los cien papelitos numerados que escribió en Zürau. La pregunta conecta muy bien con lo que se plantea Yeonghye, la protagonista de La Vegetariana. Los directores Georg Maas y Judith Kaufmann, por cierto, han contado el último año de vida de Kafka en una película que, sin ser sobresaliente, es bastante digna: La grandeza de la vida.

Las reflexiones vegetarianas de Voltaire

Aunque algunos piensan que no comer animales es una moda actual de pijos y occidentales, la realidad es que la preocupación por el dolor de nuestros compañeros de viaje viene de lejos.  Para salir del error, basta con leer la antología En defensa de los animales (Libros de la Catarata), de Jorge Riechmann y prólogo de Ruth Toledano. Un caso llamativo es el de Voltaire, uno de los padres de la Ilustración y azote de la Iglesia oficial y la intolerancia. Voltaire fue vegetariano en la última etapa de su vida y en su obra puede rastrearse una defensa a ultranza de los derechos de los animales. José J. de Olañeta Editores ha publicado un libro breve pero intenso, una pequeña joya que puede llevar en el bolsillo: Voltaire. Reflexiones vegetarianas, con una estupenda traducción de Rafael Accorinti, quien se encarga también del prólogo y de las notas. Recoge algunos de los textos menos conocidos del filosofo francés en torno a la cuestión animal. Como en otros aspectos, el autor de Cándido fue un visionario, un rebelde y un adelantado a su tiempo, un “terrible moscardón”, en palabras de Accorinti. “¿Puede haber algo más macabro que alimentarse de cadáveres?”, se pregunta Voltaire, quien llegó al vegetarianismo, en parte, de la mano de Pitágoras, por la admiración que sentía por el filósofo griego.

Este Voltaire vegetariano es un libro sorprendente. Ahora que todo el mundo parece hacer meditación y yoga, el pensador francés ya reivindicó el legado cultural de la India, cuando pocos se atrevían (en Estados Unidos lo hicieron Emerson y Thoreau). “Voltaire afirma que la civilización india es la más antigua del mundo, que la religión judeocristiana no es sino una imitación de las enseñanzas de los Vedas”, escribe el prologuista en una nota introductoria al capítulo dedicado al país asiático. Estos breves textos son píldoras de inteligencia muy, muy recomendables, en estos tiempos de estulticia generalizada.

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