‘Nada’ de Carmen Laforet, por primera vez en teatro

Una escena de 'Nada' en el teatro María Guerrero de Madrid. Foto: BSP.

Una escena de ‘Nada’ en el teatro María Guerrero de Madrid. Foto: BSP.

Joan Yago y Beatriz Jaén llevan por primera vez a escena ‘Nada’, la obra de Carmen Laforet que revolucionó la literatura española en plena posguerra. Lo hacen con un montaje fiel y respetuoso que subraya los valores universales de Andrea, protagonista de la obra. Hasta el 22 de diciembre en el Teatro María Guerrero, Madrid.

“Novela insulsa, sin estilo ni valor literario alguno. Se reduce a describir cómo pasó un año en Barcelona en casa de sus tíos una chica universitaria, sin peripecias de relieve”. Estas fueron las palabras con las que la censura aprobaba, en 1945, la publicación de Nada, opera prima de Carmen Laforet y ganadora del primer premio Nadal, dotado con 5.000 pesetas de la época. De esas dos frases sólo la mitad de una de ellas es correcta: “Se reduce a describir cómo pasó un año en Barcelona en casa de sus tíos una chica universitaria”. Se reduce a eso, efectivamente, y lo mismo podríamos decir, casi 80 años después, de la versión teatral que hasta el 22 de diciembre se representa en la sala grande del Teatro María Guerrero, del Centro Dramático Nacional.

La adaptación llevada a cabo por Joan Yago y dirigida por Beatriz Jaén “se reduce a describir cómo pasó un año en Barcelona en casa de sus tíos una chica universitaria”. En ese sentido, por supuesto que es “insulsa”, ya que las modificaciones respecto al texto de la novela son menores y muy respetuosas. Es así, porque no es necesario nada más, porque el estilo y el valor literario de la obra necesitan de manos y batutas de restaurador experto para que su trabajo brille precisamente porque parezca inexistente. O en otras palabras: lo que el público apreciará encima del escenario es simplemente Nada, tal cual fue concebida, con toda la discreta fuerza de sus palabras, sin que varíe lo más mínimo ni el sentido de la obra ni el de sus personajes: la sensualidad oscura de Román, la violencia de Juan o la castrante Angustias… frente a las ilusiones de Andrea, que se irán tiñendo de la desolación de la posguerra.

Jùlia Roch es la encargada de encarnar a Andrea (un trasunto de la propia Laforet, de la oscuridad que fue ganándole la batalla a lo largo de su vida), y también de narrar la historia; recordemos que la novela se configura a través de su primera persona: “Al principio sentía un poco de miedo, es lo más difícil que he hecho en mi carrera como actriz, pero desde el principio vi que iba a ser algo muy especial. Tenía la lectura de la novela reciente, y la tenía dentro desde hace años, resonando. He sentido mucha responsabilidad, soy consciente de que es un personaje que está en el imaginario de mucha gente, que es importante para mucha gente, que todos tienen una idea de quién es Andrea”.

Porque el peso de la función, con un elenco en estado de gracia, recae en su protagonista, en la complejidad de sus matices, en cómo personaje y autora burlaron la censura. En el María Guerrero se hace especialmente relevante su relación con Ena, esa amiga de la carrera que le abrirá las puertas de un mundo más luminoso, pero también a los ángulos muertos que es capaz de transitar el ser humano: “Sobre las tablas apuestas por unas cosas o por otras: en cuanto a la relación con Ena se ha especulado mucho sobre si había un enamoramiento”, señala Roch. “Yo no creo que esto sea una historia de amor que vaya más allá de la amistad y que Laforet la matizara para que entrara dentro de los parámetros de la censura. Hay un enamoramiento, pero no es enamoramiento con los títulos que le podríamos dar hoy en día. Sí he trabajado desde un cierto enamoramiento, pero no es desde un lugar que se pueda juzgar en el presente, porque la propia Andrea no es muy consciente de ello”.

Para este montaje, el Centro Dramático Nacional ha apostado por hacer gala de la juventud del personaje: “¿Qué se hereda de la juventud?”, reza el eslogan de la cartelería. También sobre eso ha trabajado Júlia Roch, que mira al personaje desde la universalidad: “El personaje de Andrea toca temas muy atemporales, con los que la gente joven se puede sentir muy identificada: heredar un mundo que han dejado otras generaciones, liberarnos de esta herencia para encontrar nuestro propio lugar, la búsqueda de la propia identidad… En esa época lo normal hubiera sido crear un personaje femenino de novela rosa, que busque el amor romántico… y de pronto Carmen Laforet escribe un personaje femenino que no está para nada enfocado en encontrar el amor, escribe una historia de amistad de chica conoce a chica, no desde un lado romántico. Hoy la propia Andrea se definiría como feminista. Sin duda lo es, porque se aleja de los convencionalismos. Se enfoca en su carrera, siente con incomodidad todos los límites que le imponen, tiene un carácter rebelde e independiente que le hace buscar su propio camino. Si se tiene que alejar de los convencionalismos, lo hace. Pero no es muy consciente, no creo que sienta que sea feminista”.

A lo largo de tres (necesarias) horas, el público caminará de la mano de Andrea y del resto de personajes que, luminosa y oscuramente, le irán mostrando un mundo decrépito. Que subirán con ella hasta la azotea de Román, tan cerca del cielo y del infierno. Que verán que en ese ático hay incluso café, algo muy difícil de encontrar en la época. Que bajarán con ella hasta los lugares más tenebrosos del barrio chino, allí de donde sale el dinero que nutre a su esquelética familia. Recorrer el escenario con ella es tan fácil y tan difícil como volver a leer la novela. Y eso ya es mucho.

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