Juan Mayorga: “Escribo teatro desafiando al público”
Ediciones La Uña Rota publica la séptima edición de ‘Teatro’ (1989-2014), de Juan Mayorga. Diez años después, la obra del dramaturgo sigue reescribiéndose y reinterpretándose. Hablamos con él para celebrar un recorrido que intenta cambiar el mundo a través del teatro.
Ser público de Juan Mayorga es trazar dos mapas: el propio, como espectador, y el de la trayectoria del dramaturgo. El primero es personal y, como la correspondencia, intransferible. En el segundo se van despejando las palabras de sus textos como quien despeja las incógnitas de una ecuación. Sus personajes y sus silencios llevan de viaje temporada a temporada a quienes ocupamos las butacas sabiendo que sentarse en ellas para escucharle siempre tiene algo de desafío, de reto con uno mismo, como quien rellena un autodefinido.
Ese enfrentamiento –si lo entendemos como ponerse frente a frente– parece disolverse cuando, tras tanto tiempo siendo su espectador, se entabla de tú a tú una conversación con el dramaturgo y director y maestro y matemático y filósofo y director del teatro de la Abadía. Cuando sus palabras te interpelan, lo primero que piensa uno es que este premio Princesa de Asturias, lo fue de las Letras en 2022, no sería quien es sin la tremenda educación y respeto con quien se dirige al que esto escribe, y que ahora y después de tantas funciones, le habla directamente al otro lado del teléfono.
Se cumplen 10 años de la publicación de tu teatro reunido, 20 textos que ahora cumplen siete ediciones y que no has parado de reescribir desde su concepción original…
Si me gusta escribir, me gusta sobre todo reescribir. Fue un gran acto de generosidad y de respeto por parte de Uña Rota, el editar hace 10 años 20 textos en un volumen, algo a contracorriente, porque el teatro no suele tener en las librerías el lugar que merece, así que fue una apuesta muy fuerte. Ahora han vuelto a editar el libro, en gran modo renovado, ya que buena parte de estos textos han tenido revisiones importantes y significativas. En esta década ha habido acontecimientos y fenómenos que me han ayudado a reescribir, sucesos de los que soy consciente…, pero lo que te lleva a reescribir es la vida misma. Yo digo que reescribo para dar otra oportunidad al personaje, porque vuelvo a un texto y quizá podrían haber dicho o haber hecho algo más interesante de lo que dijeron o hicieron. O podría haberse callado en lugar de hablar. Haber hecho algo más valiente o más cobarde. Algo más inteligente o más tonto…, así que reescribo para darles otra oportunidad. Pienso que la reescritura es natural porque la reescritura es previa a la escritura, porque cuando uno escribe una frase ya ha desechado dos. No hay un acto original de la escritura: uno está permanentemente reescribiendo y es el tiempo el que desarrolla un párrafo o lo tacha. Eso es lo que he hecho con estos textos. También puede ocurrir que simplemente esté caminando por la calle y algo me haga pensar en un personaje y me haga reconsiderar lo que dijo o hizo.
Y el resto siempre es, para ti, el tiempo, siempre dices que lo más fácil y lo más difícil de retratar es el tiempo.
Esto es algo que dice el abuelo de El Cartógrafo y así lo creo. Uno podría pensar que el gran protagonista del teatro es el tiempo, que el gran personaje del teatro es el tiempo. En el tiempo que dura un espectáculo lo que generalmente construimos es una experiencia del tiempo. De la vida misma.
Acabas de decir que en la reescritura hay veces en que piensas que los personajes también podrían haberse callado en lugar de hablar. En estos 10 años desde la publicación del volumen de su teatro hemos podido ver también ‘Silencio’. Estamos entonces ante un amante de la palabra y de la no palabra.
En estos años he escrito otras obras como El Golem, La Colección, Amistad… o desde luego Silencio. En Silencio reflexioné, tanto en su discurso como en el espectáculo, sobre el valor del silencio en la vida y en la escena y sobre su doble cara: porque puede ser valiente o cobarde, puede proceder tanto de la audacia, de la gallardía, de la represión, de la disidencia… como de la obediencia. Hay silencios elegidos y silencios esbozados. Todo eso está en la vida y está en el teatro.
Ocurre que el silencio es extraordinariamente importante en el teatro y lo es en tres sentidos. En una acotación, cuando un personaje pide silencio y, por último, cuando en una sala de ensayos construimos una situación de silencio que luego compartimos con el espectador. En algunos textos es muy importante precisar de dónde viene el silencio. En Hamelín, que es una obra sobre el abuso de los niños, sobre el silencio en torno a esto, es muy importante el silencio y la acotación del silencio. En Himmelweg hay nada menos que una sección que se titula Así será el silencio de la paz sobre cómo la paz puede silenciar mucha violencia. Me interesa el silencio como asunto y como acción, porque callar es una acción extraordinariamente importante y significativa, y tiene mucha importancia en el teatro y en la vida.
¿No tienes la tentación de ampliar estas 800 páginas para tener todo el teatro reunido?
Algo que me alegra es que buena parte de estos textos, que abarcan desde 1989 hasta 2014, están vivos en los escenarios. En el momento de esta entrevista se está poniendo en escena El chico de la última fila en Canadá, La Paz Perpetua en Turquía, Más Ceniza en Argentina, Amistad en Venezuela…, me alegra ver que tienen una vitalidad teatral, ver que estos textos tienen una vida escénica. Espero que los que haya escrito después no sean redundantes, que sean significativos.
Ahora que hablamos de adaptaciones, en otros idiomas y con otros giros de lenguaje…, ¿cambia entonces el espacio y el tiempo?
El teatro es un arte de la traducción. Un autor lanza un texto, y después traducen eso un director, unos intérpretes, un músico, un iluminador, un escenógrafo…, siempre de una forma singular. Esa es una de las experiencias más ricas que he tenido, el ver cómo piezas mías llegaban a lugares muy lejanos y los textos de algún modo se resignifican porque encuentran otros modos de dirección…, otras experiencias concretas, de forma que el texto no es que se revitalice sino que renace. Himmelweg lleva más de 40 producciones profesionales en muy distintos y distantes lugares, ha tenido muchas puestas en escena muy distintas y diversas. Eso la ha enriquecido.
Cuando estamos frente a un libro, como es este teatro reunido, la experiencia teatral es distinta a cuando lo ves sobre un escenario. ¿Cómo cambia la palabra de representada a leída? Sobre todo, cuando su contacto es por primera vez el texto y no la interpretación.
Muchas veces me preguntaban cuál era mi obra de teatro favorita. Y yo contestaba que Rey Lear, una obra que había leído, pero que no había visto en escena. Luego, sin embargo, no sólo la vi, sino que llegué a participar como adaptador en la puesta en escena de un Rey Lear. Pero era mi obra favorita porque yo había tenido ya una experiencia teatral al leerlo, al intuir el teatro. Un texto teatral es el que despierta el deseo de teatro, despierta el deseo de que esas palabras sean escuchadas, pronunciadas por unos actores en un espacio y en un tiempo. El teatro da espacio y tiempo, da cuerpo a esas palabras. Cuando yo leo un texto, un buen texto teatral, de algún modo se despierta en mí un deseo de teatro que a su vez despierta mi imaginación. Como autor, una puesta en escena puede desbordar lo que tú imaginaste haber escrito y en otras ocasiones la puesta en escena puede empequeñecer o reducir aquello que imaginaste.
Hablas de ‘Rey Lear’ y, como director del teatro de La Abadía, has programado un ‘Rey Lear’ muy particular.
En La Abadía es fundamental acompañar a voces jóvenes y a otras miradas. Ha sido muy bonito acompañar a Andrea Jiménez en Casting Lear, porque adapta el texto shakesperiano y lo vincula con su propia biografía. Nos gusta mucho que los espectadores hayan acompañado la obra, que tenga una interesante gira y que vuelva a La Abadía en diciembre.
Como programador de La Abadía, ¿qué papel tienes en la sociedad, cómo combinas todas tus facetas de dramaturgo, director o profesor?
Dirigir un teatro es uno de los trabajos más bellos del mundo y tengo la suerte de dirigir uno de los teatros más bellos del mundo, que es la Abadía. Digo esto al menos por dos razones, entre otras: la primera porque dirigir un teatro sobre todo es imaginar ocasiones de reunión, y de eso se trata, yo intento imaginar ocasiones de reunión e intento imaginar ocasiones que merezcan la pena, que enriquezcan la vida de la gente. La otra razón es poder acompañar el trabajo de otros creadores, el que un día llegue una persona como Andrea Jiménez, que te cuente lo que tiene en la cabeza y que puedas acompañarla a realizar esa idea.
En ese sentido, esperas siempre algo del otro, que es para ti la mayor forma de respeto…
Yo esto lo aprendí primero como alumno, porque los mejores maestros que tuve son los que esperaban algo de mí, los que me desafiaban y me exigían. Recuerdo un profesor de literatura que en BUP cada semana consagraba una clase a lo que él llamaba “trabajos de creación”. Él creía que podíamos escribir ensayos, relatos, poemas… Era un acto de confianza extraordinario en nosotros. A eso me estoy refiriendo. Cuando he sido profesor, he intentado ejercer practicando mi respeto por los alumnos, desafiándoles, esperando lo mejor de ellos. Como creador teatral intento hacer un teatro que sea muy respetuoso con el espectador, no entregándoles lo más sencillo, lo más cómodo. Pretendo escribir teatro desafiando al público, desde la convicción de que los espectadores pueden imaginar, recordar, asociar… y por eso un teatro exigente es una forma de respeto al espectador.
Es exigente, pero ¿sólo para la gente que va al teatro? No todo el mundo asiste, y si no todo el mundo asiste, ¿puede el teatro cambiar el mundo?
A veces se pregunta uno si el teatro puede cambiar el mundo, o el arte en general, yo creo que en todo caso, hay que hacer teatro como si el teatro pudiera cambiar el mundo, hay que practicarlo con una máxima ambición. No sabemos cómo sería el mundo sin teatro, acaso sería peor. Intento que mi teatro influya como lo hace el mejor teatro, que yo no practico pero al que aspiro. Me refiero al teatro de los grandes atenienses, o el de Calderón, el de Shakespeare, el de Ibsen, el de Chéjov… Es un teatro que ha afectado a quienes lo han visto y a otros que no lo han visto y que han sido afectados por su onda expansiva. Probablemente Chéjov ha ayudado a mirar a la gente de otra manera, afectando a gente que no sabe quién es Chéjov. Eso sólo lo hace el gran arte.
Hemos hablado de tus facetas como director, como dramaturgo, como programador…, pero, como ciudadano, ¿qué sientes cuando se cancela una obra por culpa de la censura?
Yo siempre siento que la censura no solo perjudica y empobrece a los creadores, sino a la sociedad misma, porque le priva de la conversación que ese creador o creadora están suscitando. Creo que son los creadores los que han de reclamar libertad de conversación y de juicio. Por supuesto que hay unos límites que son el Código Penal y la dignidad que merece cada ser humano. Más allá de eso, una sociedad de censura es una sociedad empobrecida, en cambio una sociedad en la que es posible hablar abiertamente es una sociedad que es más capaz de resistir. Pienso en estos asuntos más como ciudadano que como creador.
Su palabra favorita es ‘compañía’, que tantas acepciones tiene.
El teatro es el arte de la reunión y la imaginación. Es reunión porque se hace en compañía, porque hay un grupo de personas que nos reunimos porque nos interesa un asunto, unos personajes… y un día extendemos nuestra reunión a la ciudad. Creo que la palabra, no sólo más bella, sino más propia del teatro es compañía.
Ana María Matute decía que, de no haber existido la literatura, la hubiera tenido que inventar, ¿y si no hubiera existido el teatro?
Yo no puedo contestar lo que Ana María Matute, porque es inconcebible un mundo sin teatro. Porque el teatro siempre estuvo allí: cuando un ser humano descubrió el fuego y se lo quiso revelar y describir a otro que no lo había visto, probablemente utilizó el teatro. Utilizaría no solo las palabras, sino sus manos y su cuerpo para dar cuenta de aquello que había vivido. Es decir, que el teatro es connatural al ser humano, cualquier ser humano sabe que en un cierto momento le da un beso a una persona y que eso es de algún modo un acto teatral, y que eso es un acto expresivo, es una puesta en escena de unas emociones, de unos sentimientos y lo que hace de algún modo el teatro es mostrarnos eso, darnos cuenta de eso, el teatro nos muestra el teatro que de hecho hacemos en la vida misma. El teatro estaba ahí. Yo tuve la suerte de encontrarme con él. Y lo elegí como mi modo de relacionarme.
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