Confesiones de Alejandro Palomas sobre la pérdida y el duelo
El escritor Alejandro Palomas (‘Una madre’, ‘Un hijo’, ‘Un perro’, ‘Un secreto’, ‘Un país con tu nombre’, premio Nadal 2018 por ‘Un amor’) nos trae ‘El día que mi hermana quiso volar’ (ed. Nube de Tinta), su nueva novela, que podría encuadrarse en el territorio de la literatura juvenil, y que se ha resumido así: “Una historia en torno a los silencios, todas esas palabras que no se dicen, todo lo que se oculta para no hacer daño a los demás, todo lo que los niños callan porque, a veces, la distancia que hay entre ellos y el mundo adulto es tan grande que parece insalvable”. Asistimos a su reciente presentación en Madrid, en el Espacio Fundación Telefónica, donde conversó con el público, femenino en su gran mayoría y entregado de manera incondicional a este siempre sorprendente escritor, capaz como pocos de crear silencios y provocar confesiones.
La periodista Macarena Berlín abordó la presentación con reflexiones que marcaron el tono de la tarde otoñal. “Tu nueva novela, Alejandro, da voz al proceso de duelo de una familia. Es un libro que habla del dolor, del duelo”. “Este libro viene después de despedir a tu madre, de confesar ante todo el mundo que fuiste un niño que sufriste abusos en el colegio religioso con solo ocho años”. “Eres especialista en recoger un tema espinoso y convertirlo en luz”. “Me ha llamado la atención la mezcla de géneros; en un momento hasta se convierte en un thriller”.
A esto último Alejandro Palomas apuntó: “¿La vida qué es, sino un thriller?… Vivimos con la constante pregunta de qué pasará mañana. Es lo que nos mantiene vivos. La estructura de la vida es ir descubriendo… cosas. Y, a veces, te sorprende, y te dices a ti mismo: ah, ¿pero entonces era esto?”.
Después, Palomas desgranó partes de su proceso creativo. “Uno escribe fundamentalmente para describir lo que tiene en la cabeza, y es muy heavy, porque creo que estamos todos chiflados. Por eso escribes, y llega un momento, al final, que hasta te sorprende ver que lo que has escrito tiene sentido”.
“Con los personajes es un proceso de vivir con ellos, sin preguntar, un proceso de acompañarles ante una situación tan dramática como es la desaparición de una niña”. “Y yo me siento todos los personajes, desde el niño a las abuelas. La niña tiene cero tolerancia a la frustración. Para ella el fallo es fracaso, todo un drama. Como yo. Bueno, ahora yo ya no. Pero yo me crié con esa cosa de niño de altas capacidades… Y a veces todavía lo noto. También soy, o me gustaría ser, Mateo, el psiquiatra de Elio. Me gusta escarbar en la gente, debe de ser porque soy bastante manipulador. Y luego está Mónica, la madre de los mellizos, de 13 años, que se ha pasado la vida intentando entender a su hija”…
“Es la primera vez que me llama un editor, una editora, y me dice: Alejandro, quiero que me escribas una novela. Y tenía miedo de decepcionar. Escribí con esa presión de decepcionar, con mucha tensión, lo he pasado fatal. Y, luego, adaptarte a esa manera de hablar de los adolescentes, que no terminan las frases, los mensajes, que no concretan. Es, sin duda, la novela que más me ha costado escribir. Le he dado muchas vueltas. Es también lo que tiene la soledad. Me falta el feedback de los adolescentes. No sé qué pensarán del libro. Me produce mucha curiosidad”.
Hablando de duelo y dolor, Palomas fue muy explícito: “Yo conocí el infierno a los ocho años. Si durante un año fuiste un niño al que violaban dos veces a la semana, después de eso, ya, ¿qué más da todo? Como vengo del infierno, como perdí la infancia y descubrí con ocho años que la maldad y los monstruos existen…”. Y si ya el silencio era grande en la sala, aún lo hizo más profundo con las siguientes reflexiones, tras esta pregunta de Macarena: “El libro habla también del reto de quedarse cuando alguien se marcha”. “Quedarse siempre es un desafío”, empezó Palomas. “Yo cada día pienso en irme. Para mí, vivir es un desafío constante… Estoy cansado de vivir. Ya he vivido todos los básicos. Desde tener pareja y romperse hasta la muerte de una madre, de un perro… Y no me gusta viajar. Me estresa. Estoy mejor en casa, en soledad. Esa es la materia que yo uso para escribir: mi continuo desafío para quedarme… Si la gente supiera cómo soy, creo que no me comprarían…”.
“La mayor parte de nosotros somos un catálogo de carencias…”, oímos decir a Palomas. “Recuerdo que mi primera frustración llegó de pequeño, cuando un día le pregunté a mi madre si yo podría ser Rey. Me contestó tajante que no. Y yo me dije: ¿no?, ¿cómo que no?, ¿así tan fácil ese no? Y le contesté a mi madre: entonces yo ya no quiero vivir, para no ser nadie…”.
Y, claro, en ese ambiente de confesiones y silencios hondos era fácil caer… No faltó la madre que levantó la mano para contar que ya no entiende a su hijo de 14 años, que con lo bien que se llevaban y, de repente, el hijo se ha convertido en un extraño en casa, que además no acaba las frases, que dice en plan…., y ahí termina… Pero ¿en plan qué, de qué?
No faltó la mujer que levantó la mano para explicar su proceso de acompañamiento a la muerte de su padre, con 103 años.
No faltó la mujer que levantó la mano para pedir el micrófono y contarle al escritor y a todos los que allí estábamos que tiene 70 años, que se siente sola y está cansada y está ya acariciando la idea del suicidio, pero que le gustaría encontrar una mano amiga que no le hiciera sentirse tan sola en ese trance (sí, algo similar, pero menos estético que Tilda Swinton en la última película de Almodóvar, La habitación de al lado).
Y la escritora Espido Freire levantó la mano para comentar: “Tengo que decirte, Alejandro, que eres de una lucidez descarnada, una lucidez valiente que hace que la gente calle, que se pregunte: ¿pero esto…, esto se puede decir? Y todo eso a la vez que mantienes el aliento poético”.
Frente a tantas palabras y lucidez, Alejandro Palomas quiso subrayar lo que es para él uno de los grandes temas de El día que mi hermana quiso volar y, en fin, de su vida: “¿Hay algo más verdad que el silencio de un niño?”.
Y pasados unos segundos de profundo, reflexivo y hasta incómodo silencio, el escritor se respondió:
“Nada… Nada”.
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