Alicia Torrego: “Ganamos pequeñas batallas ambientales, pero no la guerra”

La organizadora del Congreso Nacional de Medio Ambiente (Conama), Alicia Torrego.

Si hay alguien que conoce bien la historia y el presente del Congreso Nacional de Medio Ambiente (Conama) es Alicia Torrego. Física de carrera, comenzó como becaria y fue ascendiendo hasta ocupar, desde 2006, el cargo de directora de una fundación que celebra este evento cada dos años. Su edición 2024 se celebró recientemente en Madrid. Su objetivo: promover el diálogo sobre un concepto, la sostenibilidad ambiental, que ahora está de moda pero que en 1994, cuando se creó la entidad, era algo casi exótico. Alicia reconoce que sigue en el empeño de colaborar para transformar una sociedad que “gana pequeñas batallas, pero no la guerra” de cara a cambiar el rumbo.

Son 22 años al frente del Conama, ¿cómo lo ha visto evolucionar en todo este tiempo?

La idea surgió de encuentros con amigos preocupados por lo que se supo tras la Cumbre de Río de 1992. Con el tiempo, el Conama fue ganando profesionalidad, hasta convertirse en un evento de referencia del sector. Al principio se volcó mucho en lo relacionado con la biodiversidad, pero desde 2002 y 2004 comenzó a tomar peso la parte industrial y ahora su enfoque es más económico. A partir de 2018, y sobre todo tras el Covid-19, tiene un fuerte componente de aplicación de normativas que ya tenemos, pero frente a las que hay todavía muchas resistencias cuando se trata de aplicarlas. Con el paso del tiempo tengo la sensación de que aplazamos continuamente los objetivos que nos marcamos. Primero tuvimos los de 2020, luego la Agenda 2030 y ahora ya se habla de 2050.

¿A qué atribuye este historial de metas incumplidas?

A la resistencia de las empresas, de las administraciones y de las personas que consumimos. Los objetivos que planteamos necesitan una modificación del modelo económico, un liderazgo, una normativa y también un cambio en los valores sociales. A veces ese cambio de produce y lo vemos en pequeñas experiencias, pero a gran escala seguimos perdiendo. Frente a las crisis ambientales, ganamos pequeñas batallas, pero perdemos la guerra porque seguimos con un desarrollo desenfrenado. Lo vemos ahora con el repunte de gasto energético para centros de datos que permiten disponer de inteligencia artificial (IA) o redes sociales. Damos pasos adelante, pero a la vez ese flujo de consumo es cada vez mayor y anula los avances.

¿Por cuál de todos los cambios habría que empezar?

Son necesarios todos a la vez y en todas las partes, en todos los órdenes de la vida, de lo fundamental a lo superficial. En el marco del Conama, cuando planificábamos el congreso de este año, hicimos una consulta para tomar la temperatura al sector, el Barómetro Conama, y se generó el debate. Entre los desequilibrios destacamos, en primer lugar, el cambio climático; luego, la biodiversidad y en tercer lugar lo relacionado con el agua y el riesgo de sequía, pero enseguida surgieron voces que recordaban que faltaban temas. Al final, todo está relacionado y hay que tener una visión holística.

¿Cuál diría que es el principal reto ambiental al que nos enfrentamos?

A escala global, el reto es adaptarnos a un modelo de desarrollo que tenga en cuenta los límites de la naturaleza. Tenemos que tener en cuenta todos los ciclos naturales para subsistir en el futuro. Sobre el cambio climático estuvimos muchos años debatiendo si existía o no, y ya está aquí. Ahora debemos dejar de emitir gases con efecto invernadero, pero a la vez tenemos que adaptarnos, porque el calentamiento global tiene una inercia y, aunque ahora dejásemos de emitir CO2, llevará muchos años revertirlo y frenar sus impactos.

Ese cambio de modelo, ¿por dónde debería ir para tener resultado?

Existen dos visiones muy distintas. Por un lado, está la del italiano Mario Draghi [ex primer ministro italiano y ex director del Banco Central Europeo], que apuesta por la reindustrialización de la Unión Europea, compitiendo pero con un modelo de economía que utilice energías limpias e impacte menos en la naturaleza. Y por otro, y tomando cada vez más fuerza, la de quienes van “más allá del crecimiento”, visión que entiende de forma diferente las estructuras del modelo social, teniendo en cuenta los límites ambientales, pero también los derechos humanos. Ahora hay un movimiento nuevo que ya implica a las llamadas “empresas con propósito” que es interesante. En inglés lo llaman B Corp. Son compañías que ya no buscan un crecimiento ilimitado, sino salarios dignos y metas ambientales. Pero no es fácil. A nivel político se vive en clave electoral y las medidas ambientales no dan votos. Un alcalde me decía que sabía lo que tenía que hacer, pero no cómo hacerlo y ganar las elecciones siguientes para mantenerlo. Y lo mismo pasa con las empresas: están muy condicionadas porque viven del éxito, entendido como beneficios económicos.

En todo este panorama, ¿qué papel tiene o debe tener la economía circular?

Es fundamental. La cuestión importante es contar con un sistema de datos integrado y de calidad para mejorar a nivel técnico. Ahora se confía mucho en la IA, pero no será útil si no tenemos datos fiables. Lo mismo pasa con la biodiversidad. Se hacen muchos informes de impacto ambiental de energías renovables, pero no hay una base de datos con información contrastada de todos los ecosistemas que tenemos; o con la rehabilitación de edificios para la eficiencia energética: no tenemos acceso al consumo real de los hogares. Volviendo a la economía circular, mucha gente aún no sabe ni qué es. Se usa la palabra sin saber que significa dar más vidas a los materiales que usamos, algo que tiene mucho potencial. Sobre todo debe impulsarse en el sistema industrial, generar sinergias entre empresas para que lo que una desecha lo aproveche otra al lado. Esto ya funciona a escala pequeña, pero así no se cambia el mundo.

¿En general observa que aumenta la conciencia ambiental de la sociedad?

Estoy rodeada de gente concienciada e igual mi opinión no es representativa. Lo que veo es que seguimos retrocediendo a lo grande, pero que en lo cercano hay cambios en la actitud de las personas. Comienzan a calar hábitos en la alimentación, como comprar productos de kilómetro 0 y de temporada, pero a la vez da vértigo el consumo de delivery, los pedidos que se llevan a casa y que dejan una gran huella ambiental. Es algo que no se entiende en ciudades como Madrid, donde hay de todo cerca. O en el tema residuos: la gente recicla en su casa, pero se juntan ocho de fiesta y todo se mezcla. O con la moda: hay más tiendas de segunda mano, pero se compra más por internet.

En su caso, ¿qué prácticas ambientales pone en marcha en su día a día?

Una cultura que tengo muy arraigada es no desperdiciar aquello que pueda servir para algo, sea comida, ropa o incluso una silla. Le doy vueltas para reutilizarlo, porque me cuesta tirar. También trato de reducir el consumo y no compro nada por internet. Eso lo entiendo en un pueblo pequeño, pero no en una ciudad. Y nunca el coche en Madrid. Todos tenemos contradicciones, pero se trata de ser lo más coherente que se pueda.

¿Optimista respecto al futuro?

La mía es una visión pesimista, pero que no me frena. Lo malo es pensar que no hay remedio y no hacer nada. Eso es lo más perjudicial para todos. En un informe reciente del Foro Transiciones, Del desánimo a la esperanza activa, se percibe un desapego y un desánimo de parte de la sociedad hacia todo, también hacia la política, y con grandes contradicciones. Personas que son dependientes de los sistemas públicos y consideran que lo público es un desastre y reniega de que exista. Este informe del Foro habla de cómo transformar ese desánimo en esperanza a través de las acciones. La conclusión es que hay muchas cuestiones que funcionan a escala pequeña y debemos buscar conexiones entre ellas para ir avanzando.

¿Algún lugar al que te guste escapar para relajarte?

Como paisaje, me gusta mucho el valle de Bohí, en Lleida, que está cerca del Parque Nacional de Aigüestortes, y también Ampurias, con esa mezcla de ruinas romanas, mar y montaña. En general, tenemos un país maravilloso con muchos lugares por descubrir.

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