‘Hasta el fin del mundo’ y ‘Horizon’: el western sigue muy vivo

Kevin Costner, en un fotograma de ‘Horizon’.

A pesar de que puedan leerse actualmente lamentos fúnebres por la desaparición del western, este se resiste a morir. Su brutalidad, sus claros códigos, su ética elemental no son, desde luego, los del mundo de hoy. Pero un puñado de resistentes (directores, productoras) se empeñan algo atávicos en vivificarlo, como prueban dos excelentes películas estrenadas el año recién acabado: ‘Hasta el fin del mundo’, de Viggo Mortensen, un íntimo relato de amor y violencia, que recibió el premio al mejor filme del Almería Festival Western, y ‘Horizon’, de Kevin Costner, primera entrega de una serie de cuatro películas que vuelve a uno de los grandes motivos del género: la conquista del Oeste.

Como el astro, sin precipitación ni descanso. Esta definición de Goethe se adecúa con justeza al movimiento visual y narrativo que describe desde su inicio hasta su conclusión Hasta el fin del mundo, uno de esos westerns contemplativos, de tono menor, parco en palabras, que relega la acción y las cosas suceden escuetas, esenciales. Uno quiere imaginar que Viggo Mortensen, como estadounidense, lleva infundido el western, o que lo asimiló en la infancia en sesiones televisivas y en cines de barrio o, ya adulto, en algunas de sus encarnaciones (vaquero, explorador) en filmes como Apaloosa o seudowesterns como Jauja.

No cabe duda, pues ha escrito el guión y la música de Hasta el fin del mundo, y la ha producido, sobre su condición de autor inserto en la tradición de este género. Invoca en él no los grandes horizontes, sino un espacio esencialmente íntimo, interior, de contados escenarios: básicamente, una casa aislada entre montañas y la cantina de un pueblo próximo, en el que ni siquiera gobierna la ley, pues carece de sheriff que la haga cumplir hasta que un alcalde corrupto contrata para el cargo a un inmigrante de origen danés con experiencia militar (Holger Olsen interpretado por Mortensen). Por entonces, ya está bastante avanzada la película, que va y viene del pasado al presente y del presente al pasado para reconstruir la vida reciente de Olsen desde el momento en que, al principio del filme, muere su mujer. La había conocido durante un viaje a San Francisco y había vuelto con ella a aquella casa aislada entre montañas. En esas idas y vueltas temporales, Mortensen va desvelando la relación de amor de la pareja, el pasado de la mujer en la ciudad, sus relaciones con los habitantes del pueblo durante el tiempo de ausencia de Olsen como soldado voluntario en la Guerra de Secesión americana, los manejos corruptos del alcalde y un empresario…

Naturalmente, toda esta trama constituye el cañamazo sobre el que se extienden las vistas físicas y humanas que ha filmado Mortensen: reconstrucciones, variaciones de previas situaciones canónicas del western (dos entre otras: la del hombre a caballo destacado en el paisaje, a la que Mortensen añade la figura del niño que le acompaña, y la del juicio amañado contra un hombre falsamente acusado de asesinato). Uno las recuerda, pero su poder de convicción cuando vuelve a verlas en esta película sigue intacto, como si la alquimia que las conforma se hubiera transmitido entre los cultivadores recientes de esa tradición (Mortensen, Costner, Kelly Reichardt con Meek’s cutoff y Craig Zahler con Bone Tomahawk), un don que consiste en contar lo ya contado sin que el cuento pierda su hechizo. Quiere decirse que no importa tanto el sentido que haya querido dar Mortensen a su película (la aceptación del otro, lo superfluo de los llamados lazos de sangre) como esa forma astral y de la tradición que sabiamente desprenden sus imágenes.

El sobrado obrero Costner

Si uno piensa en lo que se revela de la historia de Estados Unidos en el siglo XIX a través del relato del western, Hasta el fin del mundo tendría aspecto de esquirla. Horizon aparecería como la materia entera de la que se desprende esa esquirla. Importa poco el carácter incompleto de Horizon (la segunda parte está previsto que se estrene este año, de la tercera Kevin Costner ha rodado una pequeña porción y de la cuarta solo existe el guión).

Como diletante de los westerns, a uno le interesan los motivos, las variaciones narrativas, pero, como queda dicho, la fidelidad a esos motivos, a su carácter icónico, como los que aparecen en esta película: las largas caravanas que avanzan de este a oeste asediadas por los indios, los duelos a pistola, las venganzas…

Igual que Mortensen en Hasta el fin del mundo, Costner filma un western que se debe a la tradición del género, a la mitificación de situaciones y gestos, no tanto al rigor de la historia investigada, documentada por historiadores sobre esa conquista del oeste que cuenta Costner. De manera, que el director de Open range y Bailando con lobos, sus dos westerns previos, no pretende sermonear sobre la historia de su país. Tampoco dar una lección de cine. Pero ello no es un demérito. Lecciones de cine (más bien deficientes) las puede dar Andrew Dominik en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, pero no Costner, que para el western es un sobrado obrero. Su saga americana, como denomina Horizon, entrecruza varios relatos (uno de ellos protagonizados por el propio Costner) situados en la década de los años 60 del siglo XIX.

Uno no se llama a engaño cuando ve aparecer la fila de un destacamento de caballería militar tras una arremetida india, o cuando se forma una partida de vengadores blancos a la caza y muerte de apaches, o cuando los hombres rudos de una misma familia de pocas luces buscan venganza contra la mujer que mató al padre, o cuando una caravana de pioneros forma un círculo para protegerse de ataques nocturnos… La contemplación de estas secuencias, solo unos fragmentos de Horizon, que vienen del pasado (bien filmadas, bien dialogadas, bien argumentadas) le devuelve a uno la condición del western como costumbre. Y en ese sentido podría decirse tradicionalista. Lo que esta primera entrega da a entender es que esas historias confluirán en un mismo lugar, Horizon, germen de un pueblo o una ciudad, el símbolo, en todo caso, de la conquista del territorio que constituye la médula de Estados Unidos. Y cuando esta parte termina, uno está deseando ver la siguiente.

‘Hasta el fin del mundo’ puede verse en Filmin y ‘Horizon’ en Max

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