Gracias a la vida y la naturaleza, de Delibes a Jorge Riechmann

El poeta y filósofo Jorge Riechmann. Foto: Universidad Internacional de Andalucía.

En estos tiempos de incertidumbre –mañana llega Trump a la Casa Blanca–, lo primero que tendríamos que hacer es dar las gracias a lo bueno que nos rodea. Algo así es lo que propone Miguel Delibes de Castro en ‘Gracias a la vida’ (Destino). El libro es una conversación con su padre muerto, el escritor Miguel Delibes, cuyo discurso de entrada en la Real Academia, ‘El discurso del progreso’, puede considerarse uno de los textos fundacionales del ecologismo español. Junto a él, nos detenemos en ‘Ecoespiritualidad para laicos. Cuaderno de apuntes’, del filósofo y poeta Jorge Riechmann, que parte de la convicción de que somos interdependientes, de que en la naturaleza prevalece la cooperación y no la competencia, de que formamos parte de algo mayor que nosotros mismos, de nuestro ego.

Para muchas personas de mi generación, el programa de cine doble en la televisión española (cuando solo había dos canales y que, si no recuerdo mal, se emitía los sábados) fue una auténtica escuela. Sin ser conscientes, aprendimos el lenguaje cinematográfico y vimos gran parte de los clásicos del séptimo arte. Uno de los géneros más programados era el western, con obras maestras como Centauros del desierto, de John Ford (la escena inicial en la que se ve a John Wayne a través de la ventana es uno de los hitos del cine).

Sabemos que Estados Unidos debe su hegemonía cultural, por utilizar el término gramsciano, al cine (hoy a las tecnológicas de Silicon Valley). Mientras expandía sus tentáculos económicos y políticos por el mundo, alentando golpes de Estado en América Latina o apoyando a Israel en su guerra contra los árabes, nos convencían, por ejemplo, de que los indios eran los malos. Los pueblos originarios de América utilizaban las señales de humo para comunicarse y enviar alertas a otras tribus que se encontraran a kilómetros de distancia. Solo que en las películas del Oeste ese humo nos alertaba a los espectadores de que los malvados indios se preparaban para la guerra y, más pronto que tarde, atacarían a los buenos blancos, quemarían sus granjas y violarían a sus mujeres. Sabemos que la historia real no fue así y el propio Hollywood rectificó de alguna manera años más tarde (no se pierdan, por ejemplo, Los asesinatos de la luna, del maestro Scorsese). Sabemos también que todos los imperios tienen un mito y el de los norteamericanos fue la conquista del Oeste. Los yanquis convencieron al mundo, gracias en parte a sus sueños de celuloide, de que el exterminio de los nativos era una cuestión de necesidad. Supongo que Netanyahu aprendió mucho de estas películas, porque está a punto de consumar el exterminio en directo de los nativos de Palestina.

Estas semanas el humo de Hollywood vuelve a ser noticia, pero no por las películas, sino por los terribles incendios que han calcinado miles de hectáreas, matado a decenas de personas y millones de animales, y expulsado de sus casas incluso a estrellas del cine, que al parecer han tenido que compartir refugio con personas de a pie. Con este incendio han ardido esos sueños de celuloide y el tecnocapitalismo feudal puede mostrarse ya sin máscaras.

Pero quizá esas señales de humo sean también un mensaje de nuestros antepasados indios, de los pueblos originarios asesinados o relegados en reservas y campos de concentración, que supieron mantener una relación de hermanos y hermanas con los demás seres vivos. Quizá son ellos quienes nos envían una señal para recordarnos que estamos en guerra contra el planeta. Para el hombre blanco, escribió el gran jefe Seattle (lean Nosotros somos una parte de la Tierra, editado por José J. de Olañeta), “la Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo”. Lo que el humo de estos terribles incendios significa es que el hombre blanco, léase el capitalismo, quiere expulsarnos de la vida en la Tierra. Solo que ahora ni siquiera hay reservas a donde ir. Los nuevos señores feudales ya cuentan con refugios para cuando el planeta sea inhabitable o tal vez irse a Marte. Ahora que casi todos somos indios, pieles rojas, deberíamos pelear para que esto no ocurra.

Y lo primero que tendríamos que hacer es dar las gracias, estar agradecidos. Algo así es lo que hace Miguel Delibes de Castro, precisamente, en Gracias a la vida (Destino). El libro es una conversación con su padre muerto, el escritor Miguel Delibes, cuyo discurso de entrada en la Real Academia, El discurso del progreso, puede considerarse como uno de los textos fundacionales del ecologismo español, de la escritura de naturaleza. Delibes de Castro cuenta en el prólogo cómo su padre, con quien había escrito La Tierra herida, no acababa de entender por qué se preocupaba tanto por la suerte del lince, cuando había otras cuestiones ecológicas más importantes. Ya entonces se dijo que tenía que convencerle del valor intrínseco de todos los seres vivos. En Gracias a la vida, que debe el título a la famosa canción de Violeta Parra, Delibes de Castro prosigue esa conversación, pues al fin y al cabo eso es lo que nos permite la literatura: dialogar con los muertos. El biólogo y ex director de la Estación Biológica de Doñana se centra en este libro, escrito con mucha amenidad y sentido divulgativo, en aquellos seres que, a priori, resultan más incómodos o difíciles de defender para el imaginario popular, como las malas hierbas, los microbios o los buitres.

La tesis de Delibes, quien se reconoce en las enseñanzas de Lynn Margulis y sus colaboradores, es que, aunque no lo sepamos, todos los seres vivos somos interdependientes, formamos parte de un equilibrio casi milagroso que dio origen a Gaia y a la vida en la Tierra. De las mal llamadas malas hierbas se obtiene, por ejemplo, el famoso tratamiento anticoagulante que toman miles de ancianos. Quien dude de la importancia de los microbios, estoy seguro de que le impresionará, como al propio Delibes, la afirmación de Claire Folson: “Si tuviéramos una varita mágica que permitiera eliminar todas nuestras células respetando, sin embargo, a los microbios, cualquier amigo nos reconocería por la calle… ¡aunque no estuviéramos”. Despreciar a los microbios es, por tanto, despreciarnos a nosotros mismos. Los buitres son los carroñeros de la naturaleza y sin el fitoplancton no podríamos respirar. En contra de lo que suele pensarse, no es la Amazonia el pulmón del mundo, sino las cianobacterias (algas verdeazules). Deberíamos dar las gracias, pues, a estos seres minúsculos. Deberíamos dar las gracias a la vida y que existan científicos como Miguel Delibes de Castro, que, de vez en cuando, nos regalan libros luminosos y necesarios como este.

La convicción de que somos interdependientes, de que en la naturaleza prevalece la cooperación y no la competencia, de que formamos parte de algo mayor que nosotros mismos, de nuestro ego, es uno de los pilares sobre los que parte el filósofo y poeta Jorge Riechmann en Ecoespiritualidad para laicos. Cuaderno de apuntes (El desvelo ediciones & Bodega del Riojano). “El sentimiento de interconexión probablemente se encuentra en la base de lo mejor de la espiritualidad humana. Así debemos entender la espiritualidad: en la perspectiva que más nos interesa, quiere decir esencialmente interconexión: conciencia y experiencia de la interconexión entre todos los seres”, sostiene Riechmann. ¿Por qué renunciar, entonces, a la espiritualidad?, se pregunta. “La espiritualidad en sentido laico tiene, en mi opinión, dos grandes componentes: primero la vivencia de conexión con todo (con el Todo) que acabamos de explorar, y en segundo lugar el descentramiento del ego”.

A partir de numerosas lecturas, que van desde el budismo y las religiones orientales a la filosofía occidental, el ecosocialismo, las enseñanzas de los pueblos originarios y, siempre, de los poetas, el pensador madrileño reflexiona sobre la idea de la muerte, sobre la buena vida, en la que no debería faltar la posibilidad de demorarse en la contemplación, de disponer del tiempo para leer novelas de más de 500 páginas cuando quisiéramos. Propone incluso una suerte de “ejercicios espirituales”.  Los suyos, que comparte con los lectores, están tejidos en torno a la idea de lentitud, de reconocimiento del otro, de habitar el bosque con un libro de poesía, de vivencia del momento presente y, sobre todo, de la gratitud por lo recibido. También explora la idea de la esperanza en un mundo en el que no se puede ser optimista.

Ecoespiritualidad para laicos es uno de esos libros que reconfortan, que se convierten en refugio para los habitantes de este mundo en llamas. Aglutina aquí algunas de las ideas que ya había explorado en otros ensayos, poemas, entrevistas y materiales, una obra vasta y coherente que puede entenderse mejor gracias a la reedición del ensayo Para no ceder a la hipnosis. Crítica y revelación en la poesía de Jorge Riechmann, del también poeta y ensayista Alberto García-Teresa, publicado por Lastura. Es un minucioso estudio sobre la trayectoria de Riechmann, de su activismo literario y militante, de su mirada poética hacia el mundo en busca de una revelación, de un sentido, de palabras que nos despierten de la hipnosis en la que parece vivir nuestra sociedad.

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