‘Las luces azules’: “Me estoy muriendo, y lo quiero hacer a mi manera”
Hay libros que acogen el dolor como si esa palabra pudiese deshacerse de su significado. Algo que ocurre en ‘Las luces azules’, la deliciosa novela de Jennifer Johnston (Dublín, 1930) en la que la vida y la muerte se hermanan con un entusiasmo que deja atónito y maravillado al lector. A los 45 años y tras dar a luz a su hija, Constance Keating recibe la noticia de que se está muriendo. Entonces, decide regresar a su casa de la infancia en Dublín, para morir a su manera; no quiere luchar contra la enfermedad en un hospital.
Ha sido una lectura inesperada, un regalo, un premio idéntico al que recibí durante aquellas vacaciones de Navidad en que, siendo una niña, mi queridísima abuela materna me regaló un ejemplar de Mujercitas.
Mientras leía, he sentido la misma emoción y he comparado en numerosas ocasiones a Constance Keating con Jo March. Me ha parecido un hermoso homenaje, aunque solo compartan la insigne testarudez que las hace únicas en la memoria de quien persigue sus andanzas.
También hay ecos de Plath y de su Campana de Cristal, en la libertad con que vive e intenta morir la protagonista. Ese irse de casa sin la intención de regresar como la hija pródiga resulta una experiencia muy gratificante para el lector. Johnston huye de lo preestablecido en cada diálogo que mantiene Constance Keating, una protagonista que hace saltar por los aires el clasismo, el antisemitismo y otros tantos vicios que lleva implícitos su lugar de nacimiento.
Constance Keating podría ser también un personaje de Patricia Highsmith; ella sabe manejar el cinismo y la libertad con la misma rotundidad con que la autora americana manejaba esas dos cualidades en sus míticos protagonistas.
Aunque si hay una autora de la que está cerca Johnston en esta aventura es de Iris Murdoch. Los personajes de la autora irlandesa poseen un habilidoso poder psicológico. Todos ellos, desde el más frívolo, Bibi Keating, hasta el más profundo, Jacob Weinberg, están marcados por una psicología ávida de reformas sociales, de silogismos emocionales que los saquen de la molicie, que les permitan abrazar su naturaleza y vivir y morir en paz.
Johnston hace un riquísimo retrato de cada uno de sus personajes:
“La primera vez que experimenté la realidad del dolor físico fue en el momento de dar a luz. Había leído debidamente la guía del parto de la mujer inteligente. El dolor es un mito. Era un dolor complejo, como un baile de gala, adelante y atrás, vuelta lenta, adelante, inclinación, detrás. Pausa. No me asusté, ni siquiera cuando las pausas se volvieron insuficientes para poder recuperar el equilibrio. Ahora estoy asustada. Ahora no existe ningún ritmo. No tengo previo aviso. Es como si me estuviera devorando un animal que me desgarra hasta que sacia temporalmente su apetito, y luego duerme inquieto hasta que vuelve a tener hambre”.
“Me ayudó a salir de la cama. No me gustaba que me tocara, odiaba sentir que mi deterioro pudiera contaminarla”.
Sus diálogos quieren limpiar lo superfluo del mundo, pero sin perder la perspectiva, sin ahondar en espejismos innecesarios o en falsas ilusiones.
Las luces azules es un alegato a la inocencia, imposible no enamorarse de Bridie, a las segundas oportunidades, un zigzagueo de tiempos verbales que hace las delicias de quien tiene la fortuna de zambullirse en sus páginas.
Mención aparte merece la traducción de Lucía Barahona Lorenzo que perfila con agudeza e inteligencia la trasmutación de cada palabra, de cada pensamiento, de cada diálogo, hasta del titilante corazón de las luces azules que marcan el paso y la razón del argumento de esta deliciosa novela.
Lean este libro porque tiene el peso de las grandes historias, pero también la sencillez necesaria para que se quede clavada para siempre en su memoria. Léanlo porque es una epopeya que exilia la silueta de cualquier héroe o heroína, porque lava nuestra mirada con esa verdad incontestable que es la muerte y su persecución sin que haya el menor rastro de dramatismo o de tristeza.
Léanlo porque es delicioso y gratificante como lo es el amanecer después de una noche de sombras e incertidumbre.
Léanlo porque a veces la esperanza es una de las caras más hermosas de la muerte digna.
‘Las luces azules’. Jennifer Johnston. Traducción de Lucía Barahona Lorenzo. Automática editorial. 205 páginas.
No hay comentarios