‘Las iras’ de Pilar Adón: amamos sus monstruas y sus sombras
Pilar Adón nos trae su nuevo libro de relatos, ‘Las iras’, absorbente como un profundo pozo negro del que no puedes apartar la mirada. Su obra es cada vez más transgresora y misteriosa, cada vez más lejos de atajos y palabras gastadas. Su nuevo libro es un reto, un enfrentamiento con el silencio, con la imaginación, con el deseo, el miedo, la arrogancia, con la manipulación, el cautiverio, con el abuso y con esas salidas monstruosas hacia las que a veces guía la naturaleza humana. Sin embargo, los monstruos ideados por la fascinante autora madrileña son refinados, inteligentes, no provienen del terror manido, sino de la locura, de sus proyecciones, de la sinrazón.
Pilar Adón es una rara avis, una inconformista letal, subyugante. La dueña de la fantasía y de lo fantasmagórico. De lo increíble. De aquello que investiga las partes privadas y recónditas de la rutina otorgándoles un idioma que asusta y enriquece en una suerte de equilibrio en el que solo importan los ángulos muertos, sus movimientos y los de aquellos a los que acoge.
Su obra es extensa y única, cada vez más trasgresora y misteriosa, cada vez más lejos de atajos y palabras gastadas.
Y vuelve a demostrarlo en su nuevo libro de relatos, Las iras, un hermoso y doliente evangelio en el que la luz es el objeto de deseo para sus poderosos y riesgosos personajes.
Pilar Adón ha escrito un libro de cualidades densas. Ha creado un grupo de historias que llevan al lector a replantearse un día cualquiera, a amar las sombras y sus juegos, a ver la amplitud y lo pluridimensional de cualquier imagen.
Leer Las iras es un reto, un enfrentamiento con el silencio, con la imaginación, con el deseo, con el miedo, con la arrogancia, con la manipulación, con el cautiverio, con el abuso y con esas salidas monstruosas hacia las que a veces guía la naturaleza humana.
Sin embargo, los monstruos ideados por la fascinante autora madrileña son refinados, inteligentes, no provienen del terror manido, sino de la locura, de sus proyecciones, de la sinrazón y sobre todo de ese mapa de particularidades humanas que la sociedad cierra y protege para que los buenos no se salgan del redil.
Adón juega con los paisajes de sus historias como juega un dios con el porvenir de los suyos. Sus siluetas te agotan y te despabilan, te interrogan y emprenden un diálogo vivaz y cristalino con quien se sumerge en ellos. Una vez más, como ya hizo en De bestias y aves, convierte el paisaje en un purgatorio donde la respiración de sus narradoras es un cilicio que marca la piel de quien las escucha.
Hay poderosísimos látigos entre los silencios y los monólogos de sus personajes. Una dualidad estética que transforma los deseos y el ritmo emocional del lector:
“Sabía lo que era el odio, y en ese momento la naturaleza la odiaba a ella” (‘Empieza dulce mundo’)
Adón hace que Caín y Abel cambien de sexo. Adón desmenuza esa rutina que convierte en sordo, ciego y mudo a quien la presiente, a quien osa olfatearla, para enseñarle a vivir en los límites.
Las iras está construido con latidos agónicos, con desventurados vértices sobre los que late la verdad, sobre los que descansa la primogenitura emocional del mundo.
Adón usa la intuición como marca diferenciadora, como estigma inabarcable.
Las iras compartimenta biografías que salen de la oscuridad, de ese instante en que los días muerden con fuerza la verdad:
“No sé dar con la forma de hacerle saber lo que me pasa. No permite que me concentre ni sé cómo defenderme.
No es fácil coexistir con una madre que no quiere vivir” (‘Primera sangre’)
Hay una riqueza suicida en cada una de las reflexiones y confesiones que alimentan este libro. Una vuelta de tuerca colocada sobre la imaginación de la autora en un ejercicio de inteligencia narrativa incomparable:
“Querer a los perros como se quería a ninguna persona próxima o lejana” (‘Llámame mama’)
La escritura de Las iras convierte a Pilar Adón en una Emily Dickinson de mirada libre y atroz, pero también misericordiosa, porque se atreve a nombrar a todos los hijos que pare la oscuridad sin repudiarlos por sus deformaciones emocionales.
Mención aparten merecen las efectivas y contraventoras plegarias que ocultan sus personajes. Monstruas que no pierden su amor a Dios y que hacen cabalgar a la locura y la religión en una alternancia espectral y veraz a partes iguales.
“Una furia, la de la naturaleza, que le hace pensar en sí misma y sus accesos de demencia” (‘Roca blanca, fondo azul’)
“Su desamparo y su carne” (‘Evanescente’)
“Está sola la mujer cuando no tiene un perro. Pero ella tendrá uno” (‘Roca blanca, fondo azul’)
“De nada sirve el sombrero de paja si está roto ni los aspavientos que hace con las manos. De nada vale gritarle a las moscas que se larguen o que se mueran, porque esas moscas pequeñas, de vuelo lento, amontonadas en torno a su cara, sólo entienden su propia necesidad, y los labios de esa joven disponen de saliva, un bien preciado en aquel terreno que se abrasa en verano y que en cambio quedará inundado o helado en invierno. La han avisado de que se encuentra en un lugar de extremos y ella ha respondido que ya lo sabe. Pero una cosa es saberlo y otra vivirlo” (‘Roca blanca, fondo azul’).
Las iras será uno de los libros del año porque lo que contiene posee la frescura de la trasgresión útil.
Porque es un libro distinto que exhala la característica voz de su autora, pero que al mismo tiempo la convierte en una desconocida que pelea por dejar muda la voz que ya triunfó.
Porque es un libro que consigue que el lector recale una y otra vez en la incertidumbre gozosa que, palabra a palabra, acaba convertida en un enigma que revitaliza su relación con la literatura.
No dejen de leerlo porque es magnífico, único y venturosamente libérrimo.
‘Las iras’. Pilar Adón. Galaxia Gutenberg. 155 páginas.
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