La mejor guía para visitar ARCO: el elogio de la ignorancia

Fotografía de Saul Leiter de una calle nevada de Manhattan que se expuso en la Fundación Kutxa en Tabakalera San Sebastián, el verano pasado. ©Saul Leiter Foundation.

Entramos en la gran semana del Arte en Madrid, con la Feria de Arte Contemporáneo, ARCO, como eje cultural. En ‘El Asombrario’, cada día de esta semana os propondremos una visita a una exposición que nos ha sugerido, inspirado, gustado. Pero, como primer paso, aquí va la mejor (y poco ortodoxa) guía para visitar ARCO. 

Antes que nada, una aclaración: No confundir la ignorancia con la estupidez. Mientras que la primera no tiene por qué desembocar necesariamente en la segunda, esta, en gran medida, tiene su causa primera, su origen, en la mayoría de los casos, en aquella. Y para nada estamos hablando de la inteligencia, un caso aparte que curiosamente puede cohabitar tanto con la ignorancia como con la estupidez. Además, no debemos olvidar, como afirmaba el filósofo Karl Popper, que “la verdadera ignorancia no es la falta de cultura sino la negativa a adquirirla”.

Pero centrémonos en nuestra homenajeada.

Con la ignorancia sucede algo así como con el colesterol, que hay una buena y otra mala.

El elogio que pretendo hacer en este artículo –por cierto, alguien, algún día, debería escribir un Elogio del elogio a la vista de los servicios prestados en tantos títulos de artículos, novelas y ensayos– se refiere, lógicamente, a la ignorancia buena, o digamos, beneficiosa.

Frente a la ignorancia –cualidad neutra con la que todo el mundo viene a este mundo de forma consustancial– que se reafirma en sí misma, que no busca –coaligada con la estupidez– superar su estatus natural ni ampliar los límites de su zona de confort, adquiriendo así una condición negativa, encontramos esa otra ignorancia que, guiada por la curiosidad, actúa como palanca de cambio que pone en acción el motor del descubrimiento y la colonización de esa terra incognita que representa lo desconocido.

Referiré a continuación un ejemplo vivido en primera persona.

Sucedió hace ya bastantes años, visitando precisamente ARCO como mero interesado –y amante promiscuo– en el arte contemporáneo.

Caminaba a lo largo de sus pasillos intentando seguir las pistas que diversos periódicos, revistas y programas televisivos por entonces las redes sociales no existíannos habían proporcionado para no perdernos lo que por nada del mundo podíamos dejar de ver, cuando, desde la pared de una pequeña galería que no aparecía en ninguno de aquellos listados, algo llamó mi atención.

A aquella distancia no podía discernir si se trataba de una pintura o una fotografía, pero poseía algo que me hizo desviarme de mi camino para descubrir qué era aquello que me susurró desde la distancia; al acercarme pude comprobar que era una fotografía no mayor que un folio pero que poseía una composición realmente rompedora; la parte superior, aproximadamente tres cuartos de su altura, estaba ocupada por una masa negra, por cuyo quebrado borde inferior asomaba una escena en la que una serie de personajes caminaban por un paisaje nevado protegiéndose de la ventisca y cuya blancura contrastaba con la parte superior de la fotografía.

Esa escena urbana, que encuadrada de una manera tradicional poco podría habernos aportado más allá de su valor documental y costumbrista, adquiría, por el peso que ejercía la masa oscura superior, una cualidad estética insólita y sorprendente (al menos para mí).

Está claro que si me hubiese dejado llevar por la ignorancia que del autor tenía al leer la cartela y por la extrañeza que me provocó la obra seguramente hubiese obviado su contemplación pausada, pero afortunadamente estas fueron superadas por la curiosidad y la intuición que me permitieron descubrir a Saul Leiter, un creador neoyorquino al que sigo desde entonces con pasión y cuyo estilo, basado en la superposición de capas visuales, las transparencias y los reflejos, han generado una estética característica que puede intuirse, más allá del campo de la fotografía, en la del cine en películas como Taxi Driver (1976), Carol (2015) o la más reciente Té negro (2024).

Por supuesto que seguí visitando ARCO, seguramente viendo e incluso, en algunos casos, mirando alguna de las recomendaciones hechas por expertos, entendidos y enterados; seguramente vi obras de alguna vaca sagrada, de bastantes consagrados, de alguna joven promesa, pero la mayoría de todas aquellas visiones estuvieron opacadas, y precisamente veladas, por aquella imagen, titulada por cierto Canopy (1958), y de aquellas otras cuatro o cinco fotografías de Leiter que había contemplado en el espacio de aquella pequeña galería, alejada de cualquier circuito recomendado.

Últimamente se ha puesto de moda despotricar sobre el pobre algoritmo por su capacidad de persuasión que tiene para que tomemos decisiones a la hora de elegir productos o servicios a partir del historial y el perfil de nuestras propias preferencias, sin pararnos a pensar que, en definitiva, la última palabra a la hora de realizar dicha elección recae sobre nosotros mismos y que, si no salimos de la zona de confort de nuestras apetencias a la hora de elegir búsquedas y experiencias, es debido a nuestra propia pereza, precisamente uno de los efectos secundarios de la ignorancia mala.

En cambio, poco a poco nos hemos ido acostumbrando a las listas de lo más leído, lo más visto, lo más escuchado, a las recomendaciones de los críticos y especialistas, a los ranking, cánones y baremos, a perseguir los hits, los tops y los must que, aunque carecen de la especificidad personalizada a la que nos viene acostumbrando el algoritmo –y a la que retroalimentamos–, no dejan de representar una franja relativamente estrecha del vasto campo de la creación, el entretenimiento y el ocio con sus cuasi infinitas posibilidades de elección. Además, de una u otra forma, acaban moldeando –si es que no ejercemos un mínimo ejercicio crítico– nuestros gustos, con lo que la supuesta libertad de elección queda bastante en entredicho.

¿Por qué no probamos a dejarnos llevar por la intuición y a introducir el factor riesgo, siempre emocionante, en nuestras elecciones?

Podemos atrevernos, por ejemplo, a escoger un libro por unas pocas líneas leídas, no en su faja o en su contraportada, ya que estas están cuidadosamente escogidas como cebo, sino de su interior, como seguramente ya hayamos hecho alguna vez en la librería o el kiosco de un aeropuerto, y que tal vez nos lleve a descubrir a un autor o a una autora totalmente desconocidos para nosotros.

O por qué no atrevernos a pedir en un restaurante un plato desconocido por su nombre, sin preguntar al camarero qué es y en qué consiste.

O a entrar en un cine sin haber leído ni una sola crítica, reseña o entrevista, simplemente porque en ella participe alguien que nos atraiga, nos guste o nos suene, convirtiéndonos en una especie de auto-algoritmo.

Por qué no callejear sin rumbo y sin plano cuando visitamos una ciudad desconocida, o incluso nuestra propia ciudad.

Lo que podremos perder en todos estos casos es que si nuestra elección no ha sido correcta o, para ser más precisos, satisfactoria, habremos perdido unos pocos euros y algo de nuestro tiempo, cosa que por otra parte puede sucedernos incluso cuando escogemos dentro de nuestro espectro de elección.

Por todo ello, mi recomendación si visitáis ARCO –salvo si vuestra intención es invertir, ya que no quiero hacerme responsable de ninguna mala inversión– es que os olvidéis de cualquier listado de obras, artistas o galerías recomendados, que os olvidéis de planos y recorridos planificados para ir tachando objetivos cumplidos, y que en cambio paseéis por sus calles, avenidas y plazas como si lo hicierais por una ciudad cualquiera del mismo modo que lo haría un flâneur o una flâneuse clásicos, no buscando, sino encontrando.

Y cuando alguna creación os llame la atención, dejad que la curiosidad os venza, olvidaos de lo que diga la cartela o de si a su alrededor hay mucha o poca expectación.

Enfrentaos –o mejor, id al encuentro, un término menos agresivo– a las obras desde la pura ignorancia, observadlas desnudas, despojadas de los ropajes de la información y conocimientos previos, de los velos de juicios y prejuicios, haciendo abstracción de lo sabido sobre su autoría y de sus derivadas contrapuestas, o sea, ya sea de la cultura de la cancelación o del seguidismo de la firma.

En definitiva, seguid la recomendación que hacía Wittgenstein al proponer el “no pienses, mira”,  y cuyo enunciado ha tomado Mercè Ibarz para titular un muy recomendable libro –tranquilos, lo he leído, no soy un bot ni nada por el estilo– en el que expone su propia experiencia como crítica de arte ejercida prácticamente desde el desconocimiento de la materia tratada.

Por último, quisiera desearos toda la suerte del mundo para que, si finalmente visitáis ARCO, descubráis vuestro propio Saul Leiter que os acompañe el resto de vuestras vidas.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.