‘Flores bajo el hielo’: mujeres republicanas machacadas por Franco

‘Flores bajo el hielo’ es un homenaje a las mujeres republicanas, machacadas por la dictadura franquista.

¿Qué flores sobreviven bajo un techo congelado? Las violetas, los pensamientos, las prímulas y, especialmente, la flor de las nieves, conocida como edelweiss, una especie protegida que se encuentra en zonas de España tan valiosas como el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido (Huesca). En ese imaginario jardín polar, se han ganado un hueco las protagonistas de ‘Flores bajo el hielo’. Estas son de carne y hueso, y protagonizan de forma colectiva  el documental ilustrado dirigido por Marco Potyomkin. Un conmovedor repaso a la historia de las perdedoras más ignoradas de la dictadura franquista. Una memoria histórica a la que hay que volver sin descanso, día a día, y ahora, en estos tiempos de avance de la ultraderecha más descarada, aún más.

Víctimas anónimas de la glaciación que arrancó con la Guerra Civil, siguió con la plúmbea dictadura franquista y mantuvo el eco de la represión durante el tardofranquismo y la Transición. Silenciadas e invisibles, discriminadas dos veces, una por pertenecer al bando derrotado y otra por ser mujeres y querer ser libres. “La flor Edelweiss vive hasta a 3.000 metros de altura y resiste sin morir temperaturas de hasta 15 grados bajo cero. Le mejor metáfora para referirme a estas mujeres. En los años 60 y 70, siendo universitarias de apenas 19 años, casi niñas, muchas fueron encarceladas y torturadas. Otras, la mayoría, tuvieron que esconderse o exiliarse. El franquismo solo quería un modelo: calladitas y en casa, pendientes de servir en todo momento a sus maridos. No olvidemos las aberraciones llevadas a cabo por psiquiatras franquistas como Antonio Vallejo Nájera con sus experimentos macabros”. Vallejo Nájera buscó el que llamaba “gen rojo”, cuyas portadoras debían ser exterminadas antes de que propagaran el afán de perversión, tan propio de las gentes de izquierdas.

Marco Potyomkin y Rosa García Alcón, el director y una de las protagonista de Flores bajo el hielo, se conocieron a través de La Comuna, Asociación de presxs y represaliadxs por la dictadura franquista, en la que Rosa participa activamente y que, en su momento, apoyó económicamente la película. Estas son sus historias.

Marco ha dedicado 12 años a un sueño lo bastante difícil como para haberse convertido en disuasorio, partiendo de la complicada financiación. Estudiante de Historia Contemporánea, antes que cineasta, Potyomkin siempre se ha centrado en un temario político y social. La represión, las migraciones, los Derechos Humanos o la Memoria Histórica. El proyecto se demoró en el tiempo por diferentes cosas además del dinero: el diseño de producción. Mereció la pena que Potyomkin se empeñara en hacer “una película dibujada”. “Algo experimental y novedoso, huyendo de las típicas entrevistas alternadas con imágenes de archivo. En ocasiones, el género documental se esfuerza mucho en lo que cuenta y no tanto en la estética, que para mí es igual de importante. Estamos muy satisfechos con el resultado. Agradecido por la dedicación de una treintena de ilustradores e ilustradoras, profesionales o no, que han plasmado con mucho compromiso, la dureza de cada historia con la emoción que merecía. Viajé recogiendo testimonios de mujeres, algunas rondaban los 90 años o más, y las hay que han fallecido sin ver la película acabada”, cuenta Marco Potyomkin.

Entre las supervivientes, Rosa García Alcón, que está dispuesta a dar su testimonio tantas veces como sea necesario, además de acompañar al equipo siempre que una sala proyecta el documental. Paso a paso, el boca a oreja está consiguiendo que Flores bajo el hielo llene las salas en cada proyección. 18 relatos reales de exiliadas, huérfanas políticas, mujeres en cárceles y campos de concentración, madres de hijos robados, incluso una hija de vencedores que cambió de bando al conocer la realidad de los refugiados españoles durante una estancia en Francia.

Marco nació en Sabiñánigo, a las puertas del Pirineo de Huesca, en 1972. Hasta 1987, la calle principal que cruzaba cada día, se seguía llamando General Franco. “Mi padre fue el primer concejal socialista en un pueblo de unos 10.000 vecinos, casi todos de clase obrera, mayoritariamente votante de UCD. Como dice Gabriel Rufián, ‘los ratones votando a los gatos’. En mi educación, sobre todo en la Universidad, tuve maravillosos profesores que me ayudaron a deconstruir el falso relato de que la guerra fue un enfrentamiento entre hermanos, que solo pretendía disfrazar lo que en verdad pasó; un golpe militar que lo cambió todo. Parece que hubiera un pacto de Estado para alimentar una especie de ignorancia histórica en las nuevas generaciones. Asistir a la exhumación de un cadáver tendría que ser una actividad recomendable en las escuelas”, apunta el director. “En España, cualquier joven es capaz de citar por su nombre alguno de los campos de exterminio nazis, pero ignora que aquí hubo cientos de ellos. Una película de dos horas no puede lavar la cara por completo a tanto desconocimiento, pero sí colocar la historia en su contexto verdadero”, nos cuenta Marco.

¿Qué hay de las Asociaciones de Memoria? “Durante los últimos 20 años trabajan muy duro para conseguir pequeñas cosas, mientras algunos políticos les acusan de querer rentabilizar a sus víctimas”, denuncia el director. “Todas las actuaciones que está haciendo este gobierno del PSOE son estéticas. Había que desenterrar a Franco, el gran represor, el gran asesino. Sí. Pero ¿cuántos juicios ha habido contra los verdugos del franquismo? El problema real es que la ideología del vencedor atravesó la Transición y se escondió bajo tierra, para brotar de nuevo, que es lo que está sucediendo en muchas  democracias”, añade el cineasta cuando comentamos cómo es posible que, hace solo unos meses, estudiantes quinceañeros rompieran a cantar el Cara al Sol en una visita a Cuelgamuros organizada por el profesor de Historia de su instituto.

Los mismos argumentos maneja Rosa Garcia Alcón, una de las protagonistas de Flores bajo el hielo. “Marco quería denunciar que  la historia de las mujeres durante la Guerra Civil y la dictadura franquista estaba muy oculta. Como suele ocurrir”, comenta Rosa. Madrileña nacida en 1957, llegó a la Facultad de Medicina en 1974, cuando, aparentemente, el franquismo se quebraba pero, lejos de manifestar debilidad, coleaba repartiendo durísimos zarpazos.

Para presentar debidamente a Rosa, me van a permitir un necesario salto en el tiempo. En julio de 2023, un diario publicaba esto: “Declara ante una jueza por primera vez en España un represaliado del franquismo víctima de torturas. Julio Yepes, que acusa a cuatro policías, entre ellos el comisario Villarejo, hablará ante la justicia española de las torturas que sufrió tras ser detenido en 1975. Su mujer, Rosa García Alcón, que fue detenida con él, acudirá como testigo”.

Es casi medio día cuando Julio, el hombre citado en la noticia, me sirve un café en el salón de su casa. Barrio de Vallecas, Madrid. Sabe que en esta entrevista la protagonista es su mujer, así que se mantiene solícito, pero al margen de la charla. Frente a mí, está sentada Rosa, con una sonrisa sincera que a veces carcajea y un discurso detallado y generoso. Pienso que esa actitud, tan positiva, podría interpretarse como la mejor de las venganzas hacia quienes les causaron tanto mal. Pero tanto ella como Julio no se conforman con haber construido juntos una vida bonita. Están bien, pero siguen aspirando a conseguir un mundo más justo. Rosa y Julio fueron detenidos prácticamente al mismo tiempo. Él tenía 20 años y ella 19. Estudiantes respectivamente de Biológicas y Medicina, becados por sus excelentes calificaciones, ninguno consiguió licenciarse. Tras la comisaría y las torturas, vino la cárcel, el exilio fuera de Madrid, que truncó por completo sus aspiraciones académicas, pero no sus ganas de seguir luchando. La querella de Rosa contra su torturador, el policía Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, acabó archivada. Otras 17 contra el mismo verdugo corrieron idéntica suerte.

Fotograma del documental dibujado ‘Flores bajo el hielo’.

Rosa presume de sus raíces ideológicas y su orgullo de clase. Así nos lo relata para El Asombrario:

“Yo soy de una familia de rojos. Mi abuelo paterno fue un desparecido, mi tío por parte de madre pasó 16 años en la cárcel condenado a muerte. Crecí en Vallecas, un barrio pobre, obrero y luchador. Peleábamos por todo. Yo participaba en las huelgas de estudiantes, en los saltos, las manifestaciones espontáneas, haciendo pintadas, repartiendo propaganda y organizando mítines. En 1972, ya marchábamos gritando Enseñanza popular, en la primera huelga estudiantil de lo que entonces era la Enseñanza Media. Esa noche nos tocó correr delante de la policía y ya hubo algunas detenciones. Yo militaba en la Federación Universitaria Democrática de España, asociación antifranquista, y me detuvieron los agentes de la Brigada Político Social, el 24 de agosto de 1974, en plena calle. Lo hacían así para que no quedara constancia. Acababa de cumplir 18 años por lo que, sin ser mayor de edad, ya era adulta en lo penal. En la DGS, Dirección General de Seguridad, hoy sede de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, nos sometían a interrogatorios absurdos para justificar las terribles torturas. Luego, comparada con la DGS,  la cárcel de Yeserías nos pareció un palacio. Para mi familia fue terrible también. Hemos estado años y años sin hablarlo. Ni ellos sabían lo que yo había pasado, ni yo sabía por lo que habían pasado ellos. ¿Por qué me metí en todos esos líos? Pues porque había que meterse. A poca sensibilidad que tuvieras, no podías mirar para otro lado, soportando ese régimen brutal, esa falta de perspectivas, esa cutrez en la vida que era la dictadura. Aquí no se podían ver películas, ni leer libros, ¡no se podía hacer nada! Pero había una semilla que era la juventud. Fuimos la generación del boom y representábamos casi el 25 % de la población. Y, entonces, la juventud era la que tiraba”.

En los tres meses que pasó encerrada, en una galería especial para presas políticas, participó en reuniones donde se hablaba de política y comentaban los libros prohibidos que de alguna forma se colaban en prisión. Siempre al tanto de la actualidad, supieron de los últimos fusilamientos franquistas en septiembre de 1975, que exaltó a las reclusas hasta organizar una protesta. La libertad condicional llegó con la muerte de Franco y el pago de 30.000 pesetas (unos 200 euros), un dineral para una época en la que el salario mínimo interprofesional era de 8.400 pesetas (menos de 60 euros). En 1978, el matrimonio regresó a Madrid, “donde al menos teníamos el cariño y el apoyo de nuestras familias”, cuenta Rosa.

Flores bajo el hielo acaba de recibir el premio Salvador Allende, en la 17 edición del Festival de Cine de los Derechos Humanos. Otro Cine, celebrado en Valparaíso, Chile, en enero. Mientras, el equipo sigue rellenando el calendario de proyecciones, Potyomkin insiste en los  motivos que le han ayudado a mantener intacto el entusiasmo.  “Todavía hay fosas sin abrir. Todavía no se han devuelto los bienes incautados, ni se ha saldado la deuda con los presos que trabajaron como esclavos tras la Guerra. Sigue habiendo bebés robados a las madres republicanas, no hay un listado de asociaciones memorialistas y, lo más importante, apenas se ha reconocido la lucha de las mujeres por un país mejor. Pedimos que este pueblo deje de ignorar su propia historia”.

‘Flores bajo el hielo’ se proyecta este jueves, 6 de marzo, en los Cines Embajadores de Madrid. Para siguientes proyecciones consultar aquí.

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