En busca del Ave del Año: el ‘pájaro-mariposa’, el treparriscos

Un precioso treparriscos fotografiado en acción. Foto: Daniel Dunca / SEO BirdLife.
El Ave del Año 2025 de SEO/BirdLife, el treparriscos, escasa en los cielos peninsulares, está sufriendo serios impactos por el aumento de las temperaturas en alta montaña y por el aumento del deporte de escalada en las zonas por la que se mueve por las cordilleras del norte. Hemos ido a buscarla al Prepirineo oscense. ¿Nos acompañáis?
Durante horas, prismáticos en ristre, buscamos al esquivo treparriscos entre las paredes de los mallos de Riglos, esa extraña formación geológica prepirenaica en la que este pájaro, nombrado Ave del Año 2025 por SEO/BirdLife, pasa los meses más fríos antes de regresar a los territorios donde asienta sus nidos, allá en las altas cumbres. Su color grisáceo cuando no revolotea, mientras va escalando muros verticales de 300 metros de altura, lo convierte en invisible a los ojos humanos, aunque de cuando en cuando abre sus alas y el color rojo intenso de su plumaje oculto lo convierte en una colorida y gran mariposa de pico largo y afilado.
El día de la visita a los mallos de Riglos, en Huesca, el treparriscos no está por la labor de dejarse ver, pero, mientras se escudriñan los muros de piedra, se detectan los trepadores del género humano, colgados de cuerdas a alturas de cientos de metros sobre el suelo. “Los escaladores son un peligro para esta ave. Hay una zona aquí por la que tienen prohibido subir con las cuerdas para no impactarles en sus subidas, dado que se les molesta, pero la cuestión es que las aves no saben de prohibiciones y van por todos los lados buscando su comida”, explica el ornitólogo Luis Tirado, delegado en Aragón de SEO/BirdLife.
Se calcula que en todo el país hay entre 1.200 y 1.800 parejas reproductoras, aunque resulta difícil precisar su número, dado lo complicado que es verlos. Y no solo por la competencia deportiva en las paredes por las que, a saltitos, van subiendo mientras capturan insectos o arañas, sino porque ahora se enfrentan a un cambio climático que va subiendo su hábitat más idóneo hacia zonas más altas, con el riesgo de que en un futuro no tan lejano el calor les obligue a trasladarse a espacios donde no existen los riscos a los que se han adaptado evolutivamente. “En 20 años, la subida de las temperaturas ya es notable en las montañas. La que había en un lugar ahora está unos 200 metros más arriba y llegará un momento en que no puedan subir más”, alerta Tirado.

La subida de temperaturas afecta notablemente al treparriscos. Foto: Ignacio Cuñado Peralta.
En los mallos de Huesca, que tienen su origen en los sedimentos de un río que pasaba por allí hace millones de años y fueron puestos en vertical por un movimiento tectónico, se calcula que pasan el invierno entre cuatro y cinco ejemplares, así que verlos es cuestión de casualidad más que otra cosa. En su búsqueda, aparecen por la mirilla del telescopio otras especies que Marco, compañero de Luis en SEO/BirdLife, enfoca rápidamente. Una pareja de buitres alimoches descansa en un saliente de uno de los cortados. Se ven ejemplares de curruca cabecinegra, un espectacular roquero solitario que se desgañita sobre una rama, petirrojos, pardillos, aviones roqueros, palomas torcaces… Ni rastro del treparriscos. “Su vuelo es espasmódico y sus alas anchas y redondeadas son muy rojas; por su forma recuerdan el aleteo de una mariposa”, explican los ornitólogos.
Presente también en Cantabria, además de los Pirineos, en algunas zonas de Cataluña por su peculiaridad física lo llaman papallón (oiseau-papillon en Francia). En León, sin embargo, se le conoce como nevador o pajarina de las nieves, quizá porque aparece por áreas bajas cuando el clima se torna complicado en las cumbres.
En realidad, se sabe poco de esta ave insectívora (de nombre científico Tichodroma muraria) de unos 20 centímetros de longitud, que fue elegida Ave del Año por un 33,8% de los votos entre los socios de la organización ambiental. Además de que se alimenta en paredes rocosas, huecos y fisuras donde encuentra pequeños invertebrados, ha podido averiguarse que su canto y el despliegue de cortejo para encontrar pareja comienzan entre abril y primeros de julio, ya en zonas a más altitud que los Riglos aragoneses. También se sabe que lo habitual es que construyan sus nidos en un mismo tipo de paredes escarpadas, sobre todo si son calizas.
Mayo es el mes en el que ponen entre tres y cinco huevos, que incubará la hembra en soledad durante 18-20 jornadas. Una vez nacen los polluelos, ambos progenitores les alimentan a lo largo de un mes, así que las crías suelen comenzar a salir del hogar paterno entre finales de julio y agosto, y poco a poco se van haciendo independientes, hasta que en septiembre se van para buscarse la vida. Cuando llega el frío y migran a tierras algo más bajas, incluso esporádicamente se les puede ver en las ciudades, sobre todo en las zonas antiguas donde abundan los muros de piedra con agujeros.
De momento, en SEO/BirdLife no tienen terminado el último estudio sobre aves de montaña en España, pero los informes científicos previos indican que el mismo impacto que genera en este pájaro-mariposa el cambio climático está afectando a otras especies que viven en estos hábitats. Un estudio publicado en 2019 en la revista científica Global Change Biology detectó por primera vez un descenso de las poblaciones de aves de alta montaña de un 10% en Europa, un porcentaje que se duplicaba en la Península Ibérica (21%). Es un descenso superior a la media observada en otras poblaciones de aves más generalistas o de las tierras de las llanuras.
Como despedida, unos buitres leonados y algún milano real recorren los cielos cerca del curso del cercano río Gállego, justo por encima de donde se logró parar un embalse, el de Biscarrués, en 2017 y luego en 2020 con una sentencia del Tribunal Supremo, tras una fuerte contestación social. No era el día para que el treparriscos quisiera hacerse visible.
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