Súper volcanes más allá de la Tierra: el caso de Ío

Ío y Júpiter.
Cuando se habla de ‘súper volcanes’, muchos pensarán –casi automáticamente– en la cordillera de los Andes. Entre Argentina y Chile se encuentran algunos de los ejemplos más impresionantes del planeta, como el Nevado Ojos del Salado, el Monte Pissis o el Cerro Bonete Chico. Todos ellos superan los 6.700 metros. Una talla impresionante. Pero si contamos desde el fondo del océano –y no sólo desde la superficie emergida–, también se han de referir el Mauna Kea, el Mauna Loa –ambos en Hawái– o el Teide, en España. Los tres poseen más de 7.500 metros contando desde la plataforma marina. Todos estos casos son resultado de una serie de erupciones de gran potencia, acaecidas a lo largo de la historia. Cifras enormes. Pero todo es relativo. Si se comparan con los volcanes del Sistema Solar, quedaríamos muy sorprendidos. Sólo hay que atender el caso de Ío, uno de los 95 satélites de Júpiter.
Hace unas semanas, un equipo compuesto por científicos de la NASA informó sobre una erupción volcánica “sin precedentes” en esta luna joviana, conocida por su “intensa actividad geológica”. Las informaciones fueron recogidas por la sonda espacial Jano, durante su tercer sobrevuelo a este cuerpo celeste, el 27 de diciembre de 2024. En esa jornada se registró “la erupción más potente jamás registrada fuera de la Tierra”, aseguran los especialistas.
“El fenómeno, registrado en el hemisferio sur del satélite y que liberó alrededor de 80 billones de vatios de energía, corresponde a un gigantesco punto caliente de, aproximadamente, 64.374 kilómetros cuadrados”, explica el investigador principal de la misión Juno, Scott Bolton, del Southwest Research Institute en San Antonio, en Estados Unidos. “Esta región volcánica emitió una potencia energética equivalente a seis veces la producida por todas las plantas de producción lumínica existentes en nuestro mundo”, añadía este especialista.
Por tanto, este acontecimiento ha sido reseñable por sus dimensiones, pero también por su complejidad. “Las imágenes capturadas muestran múltiples focos de actividad que insinúan la existencia de una vasta cámara magmática subterránea, lo que refuerza la hipótesis sobre la presencia de sistemas volcánicos interconectados bajo la superficie de Ío”, añaden desde la NASA. “La emisión fue tan intensa que saturó nuestro detector. Creemos que lo que captamos consistió en un conjunto de puntos calientes muy cercanos que se activaron simultáneamente, lo que sugiere la existencia de un vasto sistema de cámaras magmáticas bajo la superficie del satélite”. De hecho, “esta característica intrigante podría mejorar nuestra comprensión del vulcanismo no sólo en Ío, sino también en otros mundos”.
Para estas observaciones ha sido necesaria la utilización de tecnología punta. Se ha empleado el instrumento Jovian Infrared Auroral Mapper (JIRAM), proporcionado por la Agencia Espacial Italiana y diseñado para capturar luz infrarroja no visible desde la superficie de la Tierra. “El JIRAM ha permitido analizar la emisión térmica de la superficie de Ío, revelando detalles sobre la temperatura y la composición de los materiales expulsados durante la erupción”, relataba Alessandro Mura, coinvestigador de la misión Juno, en el Instituto Nacional de Astrofísica en Roma. Para conocer esto, la sonda espacial se ha asomado a una distancia de entre 50 y 70 kilómetros por debajo de las nubes de la luna analizada.
La trayectoria de Juno pasa por Ío “cada dos órbitas”, volando siempre sobre la misma parte del satélite. Anteriormente, la nave espacial realizó sobrevuelos a este cuerpo celeste en diciembre de 2023 y febrero de 2024. El último acercamiento tuvo lugar el 27 de diciembre de 2024. Así, y gracias a este instrumento, los científicos identificaron “variaciones térmicas que indican flujos de lava recientes y la presencia de gases volcánicos en la atmósfera del mencionado satélite”.
Además, “las imágenes obtenidas también revelaron la aparición de una enorme mancha oscura, del tamaño de Honduras, en la superficie de la luna. Es muy probable que se trate de lava solidificada tras la masiva erupción, pero aún no se tienen suficientes datos para confirmarlo”, indica la periodista especializada Sofía Narváez. En cualquier caso, se han programado nuevos sobrevuelos de la sonda Juno para los próximos meses, que permitirán afinar las informaciones que se han recibido hasta el momento. Lo que sí se sabe con certeza es que “este es el evento volcánico más poderoso jamás registrado en nuestro Sistema Solar, de modo que eso es realmente significativo”.

Visiones de Ío.
El impacto del satélite
Pero, ¿cuál es la relevancia de Ío? Se trata del satélite galileano más cercano a Júpiter. Al menos, de los cuatro descubierto por Galilei en 1610. Además, se constituye como la tercera luna joviana por su tamaño, al tiempo que posee la más alta densidad entre todos los cuerpos que circundan al gigante gaseoso y, en proporción, la menor cantidad de agua de la totalidad de los objetos cósmicos conocidos en nuestro entorno. Asimismo, es calificado como “el cuerpo más volcánicamente activo del Sistema Solar”, con 400 pitones en funcionamiento. Esta actividad tan intensa se debe al proceso de “flexionamiento de marea”. “La inmensa gravedad generada por Júpiter deforma constantemente la corteza de Ío, generando un calor extremo en el interior de esta luna”, explican desde la NASA. “Esta elevada temperatura derrite la roca y la convierte en magma, que termina emergiendo en erupciones colosales”.
“Con un tamaño muy parecido al del satélite terrestre, Ío se encuentra extremadamente cerca del colosal joviano, y su órbita elíptica la azota alrededor de Júpiter una vez cada 42,5 horas. A medida que la distancia varía, también lo hace la atracción gravitatoria del planeta, lo que lleva a que la luna se contraiga implacablemente”, relatan desde la agencia espacial de Estados Unidos. El resultado de este proceso es evidente. “La inmensa energía del calentamiento por fricción derrite partes del interior del satélite, lo que da como resultado una serie aparentemente interminable de columnas de lava y cenizas que se ventilan en su atmósfera desde los cerca de 400 volcanes que plagan su superficie”.
El avance de la investigación
Este hallazgo permitirá un paso adelante en conocimiento científico. “La comparación de la actividad volcánica en este cuerpo con fenómenos similares en la Tierra y en otros planetas ayudará a entender mejor los procesos que modelan la superficie de los cuerpos celestes”, explican los investigadores. Esta productividad magmática podría ofrecer datos sobre la forma en que la energía interna podría influir en la habitabilidad de otros mundos. “Aunque Ío no es un candidato para la vida –tal y como la conocemos en la Tierra–, debido a sus condiciones extremas, los datos adquiridos podrían aplicarse al estudio de lunas –como Europa, en Júpiter, y Encelado, en Saturno–, donde se sospecha que existen océanos subterráneos, que podrían albergar formas de existencia microbiana”.
Ío cuenta con un diámetro de 3.600 kilómetros, los que le convierte en el tercer satélite más grande de Júpiter. Este cuerpo se distingue por sus extensas planicies y por la sucesión de cadenas montañosas. Además, el mencionado cuerpo se caracteriza por la ausencia de cráteres de impacto, una circunstancia que sugiere la juventud geológica de su superficie, que se compone a base de azufre y silicatos, lo que le confiere “un aspecto colorido y caótico”.
El paisaje del lugar se encuentra dominado por lagos de lava, elevaciones que superan los 8.000 metros de altura y calderas volcánicas visibles desde el espacio. “Su terreno también posee más de 100 montañas que han sido levantadas por la extrema compresión en la base de la corteza”, explican los expertos. Así, muchas de estas cumbres son más grandes que los volcanes de mayor elevación existentes en nuestro planeta. Gracias a ello, Ío puede aportar muchas informaciones adicionales que permitan avanzar en el conocimiento vulcanológico de la Tierra y del resto del Sistema Solar.
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