‘Lo que sé de Almudena’ Grandes: un precioso tratado de amistad

El escritor Rafael Reig. Foto: Tusquets Editores.

Hablar de los ausentes es un trabajo peligroso y bello a partes iguales porque quien recuerda no puede evitar caer en la ensoñación más fructífera. No puede evitar contradecir a la memoria, no puede porfiar el discurso de Jonás echándose flores dentro del vientre de la ballena. Sin embargo, hay libros, como ‘Lo que sé de Almudena’, que lo consiguen para ofrecer un prodigioso libro de aventuras, una segunda oportunidad brillante, ácida y de una habilidad suprema. Rafael Reig construye una narración verosímil que expone ese deseo de alegría que tantas veces le transmitió la homenajeada, Almudena Grandes. “Lo único que podemos hacer con quienes echamos de menos es recordarlos, y también escribirlos para volver a vivirlos. Como si fuera un conjuro o un encantamiento”. “Siempre la conocí preocupada por las adversidades y congoja de los demás, y ofreciendo un abrazo y una sonrisa. Para eso hay que tener mucha abundancia de corazón”. Retomamos así nuestra serie ‘Un hombre al mes’.

Lo que sé de Almudena (Tusquets) es un tratado de amistad sin espejismos, un tratado de complicidad vívido y arrollador. Un diario sin el viciado peso de los calendarios. Una elegía que nace para cuidar del dolor con una ternura extraña, rara y apremiante como una tela de araña.

Rafael Reig exhala, en esta oda a la amistad, el cinismo correcto; porque, cuando se recuerda, o se es cínico o el dolor te convierte en una incómoda y patética plañidera. Reig, lejos de esa calificación, condimenta su narración con una veracidad que conmueve y destapa los entresijos de un oficio incómodo y al mismo tiempo venturosamente totalitario.

Habla de política, de amigos, de paisajes, de devociones y de viajes hasta convertirse en un personaje dickensiano, galdosiano, y en un experto en esa enorme destreza que necesita el pícaro para alcanzar sus sueños.

En Lo que sé de Almudena, con una prosa que traspasa una y otra vez la necesidad de oralidad, Reig construye una narración verosímil que expone ese deseo de alegría que tantas veces le transmitió la homenajeada, Almudena Grandes.

Habla de ella con una vivacidad portentosa, sin ocultar nada, sin olvidar lo que la ha hecho eterna:

“Nunca hablé con Almu de esto, pero ahora creo que escribió ‘Castillos de Cartón’ para ratificarse en su indeclinable defensa de la mujer.”

“Lo único que podemos hacer con quienes echamos de menos es recordarlos, y también escribirlos para volver a vivirlos. Como si fuera un conjuro o un encantamiento. Eso es lo que intento hacer con Almudena”. 

En este libro hay dolor, alegría y literatura a partes iguales. Todo se mueve dentro del estómago de un preciso triángulo equilátero. Todo se mueve abrazado por el humo y la música del corazón, pero sin ningún atisbo de sensiblería. Reig tiene el pulso firme de quien convive con la falibilidad, de quien conoce el doble rasero de la emoción y la profundidad de la palabra adecuada:

“A veces, todavía, cuando leo un libro (cosa que me sucede, tengo que admitirlo, con una frecuencia que debe de ser muy poco saludable), me gusta (esto acontece más de tarde en tarde), echo de menos comentarlo con ella (solo en el caso de que ella también lo hubiera leído).

Lo que quiere decir que ahora hay muchas cosas que leo como si me hubieran cerrado un ojo, sin la posibilidad de leerla en estéreo con Almu a la salida del cine”.

Lo que sé de Almudena es un divertimento ahíto de hondura. Un universo mágico en el que prima lo realista:

“De ella recibí el don de la alegría, que, como escribió Kafka, es nuestro deber diario. Siempre la conocí preocupada por las adversidades y congoja de los demás, y ofreciendo un abrazo y una sonrisa. Para eso hay que tener mucha abundancia de corazón”.

En Lo que sé de Almudena no prima la alabanza que casi siempre reciben los caídos, no, en esta semblanza prima el humanismo de la escritora madrileña. Es un mapa que señala su grandeza como ser humano y como escritora, su entrega ante ambos perfiles a menudo tan contradictorios y en su caso tan simbióticos:

“Quien lee y quien escribe forman una pareja de baile, y no es lo mismo que suene un bolero o un rock. No puedes leer un rock como si fuera un lento y envolvente bolero. No puedes bailar ‘Guerra y paz’ como si leyeras a James M. Cain. Cada novela, me dijo, inventa su lector, le fuerza a leer de una forma diferente”.

“A mí me enseñó a tratar a los autores más jóvenes: intento ayudarlos como Almudena me ayudó siempre a mí”.

“Almudena creía, pienso yo, que narrar el pasado nos empuja hacia un futuro mejor. Ella en cambio siempre sintió la necesidad de España, la que rescató del olvido impuesto. Primero por el dictador. Después por el interés y más tarde por el desinterés irresponsable”.

Este libro, en el que se cita en varias ocasiones al Cíclope, revela a Almudena como el gigante con la mirada más generosa, abierta y políticamente correcta de la literatura patria y de todas las literaturas del mundo. Almudena creyó tanto en la realidad como para ofrecerle las mejores caricias de la imaginación y eso es precisamente lo que cuenta este libro tan inclasificable como necesario. Reig rompe todas las brújulas al sentarse a escribir y opta por el atractivo cajón de sastre para componer un retrato incuestionable de la amiga y de la escritora.

Se nota que Reig no busca la glosa strictu sensu desde la primera página. Reig busca la humanidad de una mujer que antepuso la generosidad de su naturaleza a todo.

Es un libro que emociona, que cuenta lo íntimo sin rozar siquiera la privacidad de una mujer aguerrida e irrepetible.

Un libro transparente y coherente que hace válido uno de mis viejos versos: “Suenan canciones dulces mientras descubro / que es la contradicción quien en realidad / va borrándonos la memoria”.

No dejen de leer este preciso y precioso homenaje tan alejado de contradicciones y tan lleno de consonancias.

‘Lo que sé de Almudena’. Rafael Reig. Tusquets. 228 páginas.

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