Jorge Dioni, autor de ‘Pornocracia’: “Hay muy pocos hombres heterosexuales”

Una pintada que advierte sobre la creciente adicción al porno. Foto: CC:
Si algo ha cambiado en los últimos años de porno desenfrenado –espástico y carente de narrativa– es la guerra. La proximidad bélica y, con ella, el falo en el centro de la escena. El macho ha recobrado su lugar protagónico, porque la guerra “va a masculinizar el mundo”. Así arranca Jorge Dioni López (Benavente, Zamora, 1974), autor del best-seller ‘La España de las piscinas’, su nuevo libro, Pornocracia (Arpa). Y es lo que más profundamente me ha llegado de nuestra charla para ‘El Asombrario’.
“El porno es un bastión”, refuerza el autor.
La guerra. El hombre blanco. El conquistador. Su falo (insuficiente). Son elementos que engarzan la consciencia crítica de un hombre sexuado, europeo, en diálogo con quien esto escribe, coautora de otro ensayo sobre el omnipresente asunto, aparecido hace siete años (Lo que esconde el agujero, el porno en tiempos obscenos) y al que Dioni califica en su libro de “clásico” sobre el asunto de la pornografía (social) en la era digital. Lo cual significa que esta conversación primaveral, oral y en vivo, en Madrid, sigue a otro intercambio anterior, de escrituras.
Llevo anotados conceptos que me han interesado mucho de su libro, lo cual me parece un milagro después de haber visto, escrito e intentado descifrar tanto porno. Me gusta su perspectiva masculina singular y, particularmente, que Dioni explicite que los hombres quieren ser “validados por una mujer, marcándola de por vida (como a los caballos)”, pero para competir con otros hombres. O que aceptan proceder de una madre, pero “no del deseo de una mujer”. O que “la historia ha sido una conversación entre hombres blancos heterosexuales y el porno lo sigue siendo”. O que el mundo de hoy está “carcomido por la literalidad”. Y que “el mayor miedo es a que se rían de nosotros”.
Me da curiosidad cómo discurre acerca del “erotizar el malestar ajeno”, algo así como el ansiado dominio-macho de todas las situaciones, por molestas o dañinas que resulten para el otro, la otra. “Queremos que las cosas os resulten desagradables”, afirma el autor, asumiendo la primera persona del plural ‘hombre’.
Claro, conquistar (en todas las acepciones, a través de la seducción o por la fuerza): “La obsesión que hay por las dilataciones es una muestra de conquista”, arroja. Se me viene a la cabeza otra metáfora, si pienso en el fisting (introducción del puño), y le digo que el pene no resulta suficiente, pero sí, sí mide hasta dónde llega semejante conquista del cuerpo del otro. “Por eso lo de la triple penetración… como el Circo del Sol”, bromea. Y agrega: “Es una cosa que no tengo claro a quién puede excitar; ese plano anatómico de un ano hiperdilatado es un plano médico”.
Siempre intentan torcer nuestra voluntad, había escrito yo, a lápiz, en los márgenes del texto. Porque intuí que nos interpretaba en esta sensación que suele indignarnos, en un mundo pornócrata, “sin pudor” ni “narrativa”, en el que “el ocio es más accesible que la vida”. En la sociedad de consumo, el ocio es más fácil que vivir: esta idea me parece inteligente, subrayo.
Homoerotismo a través del cuerpo de una mujer
Sé que estamos haciendo ensayos de época y que el sexo y su representación constituyen la parte más legible y masticable de la afectividad en medio de la obscenidad capitalista. Tanto como el otro espejo, el que somos las mujeres para los hombres, para reflejarlos más altos y guapos –como decía Virginia Woolf– y facilitarles la aprobación por parte de sus congéneres masculinos.
Con todo, mi hipótesis es que hay una insatisfacción en el hombre (porque de ellos hablamos ahora) que a algunos les lleva al homoerotismo disfrazado, tal como se presenta en la categoría del bukkake en el porno, e, indudablemente, en las cruentas violaciones en manada. En ambos casos, todos tienen que medirse en el mismo receptáculo, se divierten entre ellos, se desean entre ellos, se excitan con el compañero. Así lo expreso y él asiente: “Pienso en una teoría que me ha dado rabia no incluir, que es un poco loca”, anticipa Dioni, “ y es que hay muy pocos hombres heterosexuales”. Su argumento: “En realidad lo que estamos buscando es la admiración y la aprobación de otros hombres, no la conexión con la persona con la que estamos. No nos interesa quién es ni cuál es su voluntad, ni su placer, sino simplemente que sea un objeto de diálogo con otros hombres”.
Dioni arroja otra hipótesis: “Creo que todavía no hemos conseguido dialogar entre nosotros, hombres y mujeres”. No sé, lo dejo explayarse sobre lo difícil que les resulta vernos de una manera que no pase por el tamiz de la sexualización… “porque siempre estamos esperando nuestra oportunidad, aunque sea en una discoteca, a las 5 de la mañana”, sostiene.
“Leyendo, hablando, te cambia la mirada”, confiesa. “Hasta que no han empezado las denuncias de acoso no nos dábamos cuenta hasta dónde llegaba este fenómeno. No hay una mujer que no haya pasado por dos o tres situaciones de esas en su propia vida”, afirma.

Jorge Dioni López, de ‘La España de las piscinas’ a ‘Pornocracia’.
El músculo del conquistador
“La mujer solo está ahí para sostener el espejo que lo refleje a él”, concluimos, mientras se nos pasa por la cabeza alguna otra imagen entre todas las que hemos tenido que mirar con detenimiento para elaborar unos textos con carne y que ahora tenemos que describir sin pudor. Toca hablar de porno duro, escatológico, de arcadas.
Le digo, por ejemplo, que recuerdo lo largos que se me hicieron los días en que tuve que ver los productos de Rocco Sifredi, ese señor mayor haciéndole pis encima a una adolescente. Me contesta: “Rocco Sifredi es una persona fundamental; yo creo que no nos damos cuenta de que una de las cosas subterráneas del porno es que los modelos masculinos de los años 90 son Leonardo Di Caprio, Hugh Grant, Brad Pitt, y, en cambio, la persona a la que se parecen los jugadores de fútbol es Rocco Sifredi, el hombre seminal. Todos quieren ser ese tipo lleno de tatuajes, bronceado, musculado”. Añado: conquistador por la fuerza, si hace falta, y, además, que no envejece… “hasta que envejece”, dice Dioni, “porque hay un momento en que la piel no aguanta el músculo”.
Sin embargo, la Viagra “ha ampliado el mundo; o sea, es el fin del tiempo (limitado) para los tíos”, indica el autor de Pornocracia.
En efecto, gracias a los vasodilatadores químicos, existe ese fin del límite para tener sexo, aunque los hombres tienen, hoy, otro problema: se sienten inservibles para casi todo lo demás en la vida de las mujeres.
¿Los hombres tienen miedo de no ser útiles para nada? “Sí, porque actualmente se pide a una pareja que aporte algo, porque todos esos papeles que tenía el hombre ya no hacen falta; estamos de igual a igual. Vuelvo al lenguaje bélico y a la ultraderecha, con su insistencia obsesiva en el hombre en el papel del protector: si no os dejáis proteger, os van a violar”. Es más, aporta Dioni, “cuando se difunde el mensaje de que los hombres del sur global son peligrosos se lo lanzan a los que ven porno interracial”. Así, “el que lo recibe tiene en la cabeza escenas de gangbang con hombres africanos”, sugiere.
Hay demasiada elocuencia en ese pavor que tiene el hombre blanco occidental a perder el vigor. “Siempre hemos tenido miedo, por eso siempre hemos tenido que controlar y mantener una estructura con tan pocos huecos como el patriarcado: no estudiéis, no salgáis de casa… La clave es el miedo”, expresa Dioni.
“El otro miedo es que no me deseen a mí”, dice, en la misma línea. “El deseo de la mujer molesta porque es el primer paso de la identidad: yo quiero esto y, por tanto, existo para mí misma. Entonces, nosotros siempre hemos procurado que no sepáis para enseñaros: no pruebes con otros”.
Por fin, el escritor habla de su conciencia del “privilegio que tenemos como hombres”, aunque no había advertido hasta qué punto este “se reproducía en tantas narraciones a nuestro alrededor”. Sabe que “en el amor performas, haces lo que has visto, con las pautas que conoces; también en el sexo”, por lo que leer, hablar, pensar y escribir resulta un indudable paso para mirar de frente a los miedos y empezar a desbrozarlos.
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