La comunicación horizontal se impone a las estructuras verticales de poder
La irrupción de Internet ha cambiado la manera de comunicar -de una estructura vertical y jerárquica a otra horizontal y circular- y está conformando nuevos modelos de sociedad. A través de la comunicación en red cualquiera puede llegar a mucha gente. Aunque aún con distintos niveles de permeabilidad, la estructura radial permite una comunicación expansiva que antes estaba reservada a pequeños grupos de poder. Para estos, hoy es más complicado condicionar, coartar o impedir la información.
El 15 de Mayo de 2011, cientos de miles de personas se manifestaron en más de 50 ciudades de toda España para expresar su indignación por la deriva política, social y económica del país. Aquella noche, las principales tribunas de prensa, las direcciones de los partidos políticos y el propio gobierno se mostraron unánimes a la hora de plantear su desconcierto: ¿De dónde ha salido toda esta gente?
Por más que el planteamiento de la pregunta fuera espontáneo, no dejaba de ser tan atinado como revelador. El problema, y cabía calificarlo así para ellos, no consistía en el motivo por el cual se habían reunido todas aquellas personas. Lo realmente turbador era admitir que fuera posible organizar una movilización semejante no ya sin que ninguno de los actores habilitados, hasta entonces, para ello hubiera intervenido sino sin que tan siquiera nadie, en ninguna esfera de influencia, hubiera tenido previamente constancia del hecho. ¿Quién les había llamado?
Pero la respuesta no obedecía a un quién, sino a un cómo. La causa de aquel imprevisto residía simplemente en que ya no nos comunicamos como antes. Somos seres sociales, cualquier aspecto concerniente al ser humano está condicionado por nuestra capacidad de interactuar con otras personas. El modo de relacionarnos, por tanto, determina la forma en que se dispone el mundo. Las estructuras de instituciones y gobierno, los medios de comunicación, la organización del trabajo, la educación, la relaciones sociales, cualquier cosa en la que participe un colectivo, sucede en función de cómo es el flujo de información de los miembros que lo componen.
Hasta hace muy poco, la comunicación era fundamentalmente bidireccional o unidireccional, pero siempre atendiendo a dos polos que interactuaban entre sí, en ocasiones en los dos sentidos o, en otras, en uno solo. En este contexto, la capacidad de poder transmitir a muchas personas dependía de la dimensión del conducto disponible por cada una de las partes. Yo le podía decir a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros del trabajo o a mis vecinos, pero tenía que darse una circunstancia muy especial para hacer llegar mi parecer a más de cincuenta o cien personas. El político electo, el gran empresario, el líder sindical o el director de periódico, en cambio, conectaban –y aún lo hacen- con grandes sectores de la sociedad.
La amplitud de una audiencia, en definitiva, la delimitaba la capacidad del canal de comunicación empleado. Esta condición derivaba en una estructura vertical. Uno de los soportes en los que se fundamenta el poder –los otros dos son la fuerza y la riqueza- es la información, la capacidad propia de conocer pero además, también, de decidir lo que ha de saber el resto. En esta disposición vertical, los que se situaban en lo más alto de la pirámide tenían un control informativo sobre los que estaban por debajo y así de forma gradual hasta llegar a la base donde apenas tenías más repercusión que el alcance de tu propia voz. En arreglo a esta jerarquización del flujo de la información se conformaron, durante siglos, las estructuras de las diferentes organizaciones que componen la sociedad.
La aparición de Internet cambió el equilibrio de manera radical. Por medio de la comunicación en red cualquiera puede llegar a mucha gente. Porque mientras que en la relación bidireccional la propagación se producía de forma aritmética, de boca en boca, ahora sucede exponencialmente. La consecuencia principal es la conformación de una estructura horizontal en la que cada nodo adquiere relevancia. Muchos sujetos pasan de ser pasivos a activos. Como es obvio, todavía perdura una escala en el tamaño de los nodos y hay, por otra parte, una brecha digital que impide a muchas personas conectarse, pero la estructura radial permite una posibilidad de comunicación expansiva que antes estaba reservada a pequeños grupos de poder. Para estos, hoy, es más complicado condicionar, coartar o impedir la información.
El origen, y posterior evolución, del arte urbano guarda cierta similitud con este dinámica de libertad expresiva de corte horizontal. El graffiti surge a finales de los años sesenta como un medio de expresión para los jóvenes de los sectores más deprimidos de Nueva York. Las primeras manifestaciones no reflejaban más que una firma, sellos de reafirmación personal, que posteriormente fueron evolucionando hacia creaciones más elaboradas y reivindicativas que se exhibían en cualquier pared y que se transmitían por toda la ciudad a través de la red del metro. Con el paso del tiempo, los motivos del street art se fueron despersonalizando y comenzaron a adquirir una dimensión artística con creadores de la dimensión de Basquiat o Keith Haring, en los años ochenta, o los más actuales Shepard Fairey y Bansky.
El paralelismo de esta corriente artística y la implementación de la red de redes se establece desde sus inicios. En los albores de Internet, los usuarios también se centraban en definirse como una marca o identidad, por medio de un nick y un avatar o bien de espacios personales donde se exponían fotografías, gustos y opiniones particulares. Tanto en un ámbito como en el otro se trataba de hacerse ver. Unos ingresaban en el foro o en el chat como aquellos otros encaraban los muros o los vagones aún por dibujar. Si posteriormente el arte urbano se consolidó como tal ajeno al circuito comercial y a los museos, Internet maduró hacia un espacio de debate y generación de valor, al margen de los canales oficiales y oficiosos. Por supuesto, no todo fueron ventajas. En ambos casos, la calle y la red son sistemas que carecen prácticamente de restricciones, lo cual deriva en un aumento considerable de la entropía que degenera, con frecuencia, en garabatos que contaminan la pared o en comentarios superfluos y hasta hirientes que enturbian lo virtual.
En la actualidad, las viejas estructuras se tambalean en un mundo que interactúa en un plano distinto. Lo horizontal secciona lo vertical. Aquellos movimientos que, en diferentes esferas, han sabido adaptarse con prontitud a los nuevos parámetros de comunicación han conseguido obtener una ventaja sustancial. Aunque todavía son evidentes los episodios de resistencia a ese cambio, ya no se trata de decantarse por una opción. Los movimientos políticos que conecten transversalmente a través de Internet (ahí está el triunfo de Barack Obama) y que se articulen horizontalmente se impondrán a los que no. Los medios de comunicación que no comprendan que el usuario ya no puede limitarse a ser un mero receptor sino que ha de integrarse como un generador de contenidos más fracasarán. La administración y las empresas privadas deberán amplificar las sinergias entre todos sus miembros para resultar efectivas. Los modelos educativos que no apliquen una metodología de aprendizaje en red estarán lastrando a sus alumnos cuando se incorporen al mundo profesional.
En definitiva, no nos queda más remedio que vivir como nos comunicamos.
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