Operación bikini: dieta, piscina y cabina de belleza

Ilustración de Concha Pasamar.

Ilustración de Concha Pasamar.

Pues sí, señoras y señores, al igual que el 99,9% de la población, yo también comienzo el año enredada en la operación bikini, una acción bélica que requiere grandes dosis de planificación, organización, administración de recursos y, sobre todo, motivación.

En esta ocasión he de reconocer que las Navidades se me han ido de las manos en lo que respecta a comidas y cenas de celebración, que empezaron a principios de noviembre y se han prolongado hasta bien entrado enero. Si a esto le añadimos que me tomé muy en serio la campaña de la Dirección General de Tráfico que afirmaba que el cinturón de seguridad adelgaza —y cambié el gimnasio por el coche—, os podéis imaginar la debacle que he organizado a finales de 2017.

Bien sea por mi vida social, bien por la obediencia ciega a las autoridades, el caso es que vivo, desde hace diez días, en ese estado en el que una ya no sabe si la pechuga es de Burgos o el queso, de pavo —vosotros ya me entendéis—. En estos momentos me siento como Escarlata O’Hara, pero, en lugar de un puñado de tierra, agarro mi bolsita de la charcutería con una mano en alto y exclamo: “¡Prometo que nunca más dejaré de sentir hambre!”. Me encantaría que alguien contestara: “Sí, señorita Escarlata”, porque siempre es bueno ser apoyada en los momentos difíciles.

Para esta batalla he agregado un nuevo efectivo al binomio dieta-piscina: un bono de cinco sesiones de cabina en un centro de belleza, que —no se lo digáis a nadie— compré en un momento de locura transitoria el pasado Black Friday.

A día de hoy, os puedo asegurar que utilizarlo se ha convertido en uno de los mayores actos de fe a los que me he enfrentado en mi vida: tú te tumbas en una camilla mientras una persona encantadora recorre tu cuerpo con un montón de armas que lanzan distintas variedades de munición invisible (ultrasonidos, ondas electromagnéticas, láser); se supone que debes aceptar ciegamente que el imperceptible impacto de los rayos en tu cuerpo destruye la grasa. Pero la cosa no acaba ahí: una vez cesan los bombardeos y crees que la sesión ha terminado, te encuentras en una habitación oscura, parapetada dentro de una armadura que se infla y desinfla a su antojo, aplastando y liberando por fases tu cuerpo. Lo más preocupante es que yo, con esa pinta, lo que pensaba era: “¡Por Tutatis!, si, en vez de este hilo musical zen que me han cascado, sonara el Resistiré del Dúo Dinámico, la guerra estaría ganada”.

Pero en fin, como no soy muy partidaria de que me apaleen, y además mi escepticismo es patológico, seguiré luchando por recuperar mi Tara —quiero decir, mi talla— aplicando la estrategia clásica: rechazar las aes enemigas (alcohol, azúcar, arroz, aceite y harina —con h, pero muda—) y apoyarme, por supuesto, en la sempiterna pechuga de Burgos (¿o era queso de pavo?).

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Comentarios

  • paloma

    Por paloma, el 26 enero 2018

    jajjajaj la dieta pavoqueso es terrorífica!!! Genial como siempre Marta. Un besote.

    • Marta Rañada

      Por Marta Rañada, el 27 enero 2018

      ¿Sabes que empieza a parecerme un manjar? Casi, casi como la morcilla de Burgos…

      Un beso, Paloma.

      Marta

  • Mari

    Por Mari, el 27 enero 2018

    Me encanta Marta.
    No veas cómo me identifico contigo en lucha de recuperar nuestra «Tara»! Jajaja.
    Sólo puedo decir: Genial, genial, genial! …
    Quea claro ¿no?

    • Marta Rañada

      Por Marta Rañada, el 27 enero 2018

      Gracias, Mari. Esto de tener tara es duro, pero dice que de la lucha se aprende. ¡A ver si es verdad!

      Un beso.

      Marta

  • Marta

    Por Marta, el 28 enero 2018

    Viva Escarlata y la pechuga de Burgos!!!ánimo con el suplicio este. Yo creo que decididamente me paso al bañador????????

    • M Mercedes Diez Menendez

      Por M Mercedes Diez Menendez, el 28 enero 2018

      Marta querida,
      El traje de baño es mucho más elegante…
      Bs

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